Avanzar en el reconocimiento institucional del pueblo gitano (y V)

El reconocimiento oficial del pueblo gitano en España supondría un acto de justicia histórica, al dar fe de la exclusión y del sufrimiento del que ha sido objeto y saldar así, en alguna medida, una deuda con un pueblo que ha sido invisibilizado, cuya historia se ha silenciado y cuyas contribuciones a la cultura y la sociedad española han sido ignoradas o minimizadas.
Hace un par de años asistí a la presentación del informe FOESSA, fundación surgida de Cáritas “para conocer de forma objetiva la situación social de España”, y cuyas investigaciones analizan la exclusión y la pobreza en nuestro país… Uno de sus autores comentó que “el trabajo es lo que determina el modo de vida de las personas y que el tener un trabajo precario o insuficiente constituye la base de la marginación familiar” y que “hoy día en España la inserción laboral no garantiza la inserción social”, pues a muchas personas que están en la base de la pirámide laboral el cobrar el sueldo establecido no les llega para tener una vida digna. Habló también del gran riesgo de que “las personas que han vivido su infancia dentro de un hogar en pobreza sufran problemas económicos y situaciones de pobreza en su vida adulta (lo que denominamos transmisión intergeneracional de la pobreza)”.
En el coloquio yo le pregunté qué papel consideran que juega el haber estudiado en una escuela guetizada y el haber sido objeto de segregación escolar… pues de esto no había hablado, y, sin embargo, yo pienso que su influjo es evidente, pues –en la línea de lo que él había afirmado sobre el trabajo– hoy en nuestro país la inserción escolar por sí misma no está garantizando la inserción social de estos menores (si va acompañada de segregación y de fracaso escolar no sirve realmente para el fin establecido). Me dio una respuesta que me pareció fuera de lugar: que lo importante es que en todos los centros haya mucho profesorado de apoyo, logopedas, etc. para poder atender a todos los alumnos que presenten algún problema… Entonces le apunté que si la doble red de centros del sistema educativo no podría estar propiciando la separación del alumnado por clases sociales y la huida del alumnado “payo” de los colegios públicos en los que se matricula alumnado gitano en esa ciudad…
A lo que él me respondió haciendo un alegato a favor de la enseñanza concertada. Quiero decir con esto que, según me dio a entender, a estos sociólogos y estadísticos de inspiración cristiana y especialistas en el estudio de la marginación, la segregación escolar y el fracaso abrumador de tanto alumnado gitano no les ha interpelado ni lo han contemplado en su análisis de la pobreza, la marginación y la desigualdad en España.
En otra ocasión le planteé al coordinador regional de un sindicato del profesorado progresista que tendríamos que hacer algo para luchar contra la segregación escolar del alumnado gitano, y me respondió: “Bufff, mejor dejar las cosas como están y no pisar callos”.
Y un último testimonio. Joan Girona –que fue director de Educación Compensatoria del Departament d’Educació de la Generalitat de Catalunya– comenta en su libro Vaig començar a anar a l’escola als sis anys. Memòries d’un mestre (Empecé a ir a la escuela a los seis años: Memorias de un maestro“) que cuando planteó a los responsables educativos del Gobierno de Convergencia Democrática la necesidad de poner remedio a la guetización de los colegios donde había alumnado gitano, le respondieron: “Seguramente tienes razón, Joan, pero a nuestros electores no les gustaría [acabar con la segregación]. Pienso que nunca lo haremos”. Y cuando, años después, se lo demandó a los responsables del Departamento de Enseñanza del tripartito de izquierdas, le dieron una respuesta similar.
Pienso que todo lo expuesto nos muestra que estamos “tocando hueso” en una de las graves contradicciones y dejaciones sociales. Esta efeméride y la situación de marginación, pobreza, exclusión y segregación que siguen padeciendo amplios sectores del Pueblo Gitano en nuestro país 600 años después de su llegada a la tierra que compartimos supone un aldabonazo a la conciencia de nuestra sociedad, ante el que no debiéramos hacer oídos sordos.
Y es obvio que lo primero, como en cualquier problema, es tomar conciencia de la gravedad del tema, en este caso, de lo injusto de la segregación laboral, urbanística y escolar y de las repercusiones que va a tener para la vida de esos críos. Y lo segundo, intentar ser coherentes con lo que pensamos que es lo justo.
Por ejemplo, yo creo que es fundamental que las familias cuyos progenitores nos consideramos cristianos, humanistas, progresistas… o, simplemente demócratas nos preguntemos si con la elección de centro que hacemos para nuestros hijos e hijas no estaremos empujando a no salir de la marginación a los marginados multisecularmente y también en la actualidad… ¿y así per secula seculorum? Y que nos preguntemos también si nuestra explicación de la marginación social y escolar no está contaminada de sesgos y prejuicios clasistas y racistas, que nos llevan a considerar –de un modo más o menos consciente y más o menos virulento– que la culpa de su exclusión la tienen “ellos”, que “se automarginan”…
Pienso que sigue plenamente vigente el análisis que el obispo Alberto Iniesta realizó en 1979 en un artículo de la revista Cáritas, cuyo título era ya revelador: “El clamor gitano llega al cielo” –está recogido en su libro Escritos en la arena–. Y también –en lo relativo al silenciamiento, banalización y criminalización de la pobreza– la denuncia que en 1960 escribió el que fuera fundador y director de Vida Nueva, José María Pérez Lozano, en su obra Una parroquia en el infiern”, sobre el barrio almeriense de La Chanca, cuyo testimonio fue recogido en 1962 por Juan Goytisolo en su obra La Chanca. ¡Es una pena que hayamos avanzado tan poco!
Quiero terminar con una llamada a la esperanza que nace del compromiso, con las palabras de la activista gitana Gertru Vargas: “Las personas que no ven las cosas, qué vamos a hacer; pero las que las hemos visto no podemos quedarnos quietas. […] Una sociedad sin esperanza es una sociedad sin futuro. En los campos de concentración los que sobrevivían eran los que más esperanza tenían. Hay que construir alianzas para defender la esperanza, ya que sin esperanza nos adormecemos. Nos dicen ilusos por querer la utopía, que es aquello que aún no ha tenido lugar, pero puede tenerlo… Lo que ocurre es que para eso hay que moverse.”

Miembro de la Asociación de Enseñantes con Gitanos, Asociación Presencia Gitana y del Grupo de Educación del Consejo Estatal del Pueblo Gitano.