Juan Mari Lechosa, apóstol de la clase obrera
¡Zorionak Juan Mari en tu 83 cumpleaños! Hoy [por el viernes] hubieras cumplido años. Pero el pasado domingo recibíamos la triste noticia de tu fallecimiento repentino. Tu corazón se paró de tanto amar. Te fuiste en silencio. Discreto, como eras tú. Sin hacer ruido.
Sin que nos diéramos cuenta, en las últimas semanas, te habías ido despidiendo de todos tus seres queridos.
Tu querido equipo de la HOAC, como todos los años, a finales de junio, tuvimos la suerte de compartir contigo ese inolvidable fin de semana en Donamaria (Navarra), en el convento de la comunidad carmelita, unas monjas maravillosas que se han quedado igual de huerfanxs que nosotrxs.
Ha sido un durísimo golpe. Me siento noqueado y aturdido. Durante estos días no acertaba a decir, con sentido, dos palabras seguidas.
Hemos compartido muchas vivencias, sentimientos, luchas, tristezas y alegrías. Todas las semanas durante muchos años nos hemos encontrado en nuestro equipo-comunidad de la HOAC. Unas reuniones que quedaban más que justificadas, escuchando y orando con el comentario que hacías, profundo y sencillo, al Evangelio del día.
¡Cuánto hemos recibido de ti! Lo tenías todo. Eras una persona profundamente creyente. ¡Un militante obrero cristiano como la copa de un pino! Con una vivencia que contagiaba, de la mística y espiritualidad “Jesu-cristiana“.
Y con una inquebrantable opción de clase. No fue esta una opción ideológica, sino, ante todo, fruto de la experiencia de encuentro con Cristo. Un encuentro que transforma nuestra vida.
Viviste de forma armónica y unitaria, la identidad cristiana y la identidad obrera. Desde muy joven, en tu Erandio natal, te encarnaste en las condiciones de vida y de lucha de los trabajadores, las trabajadoras, y las clases populares. De hecho, en aquel tiempo, te hiciste cura obrero. Una fidelidad al mundo obrero empobrecido que comenzando en Lutxana (Baracaldo) te ha acompañado en los numerosos destinos y encomiendas pastorales que has tenido.
Al mismo tiempo, me sorprendía tu disciplina y tu capacidad de trabajo. Nunca dejaste de realizar las tareas que nos proponíamos en el equipo. Te animábamos a que comenzaras tú la exposición, porque de esa manera quedada la cuestión perfectamente encuadrada y sistematizada.
Tenías una gran sabiduría. Una sabiduría muy trabajada. Fruto de la abundante lectura, así como de la oración, análisis, discernimiento y reflexión. Como los verdaderos sabios eras una persona humilde. Sin afán de protagonismo. Eras capaz de interpelar, y de hacer corrección fraterna, sin hacer daño.
Eras un “disfrutón” de la vida. Gozabas del contacto con la Naturaleza. Conocías de primera mano todas las montañas de Euskal Herria. Tenías una sensibilidad exquisita para la buena música. Te encantaba el futbol. No había una reunión de equipo donde no habláramos de nuestro Athletic del alma.
Se suele decir que no es más grande quien más ocupa sino quien más vacío deja cuando se va.
Tu dejas un vacío sideral. ¡Cuánto te vamos a echar en falta! Solemos decir que nadie somos imprescindibles. Pero si hay alguien que lo es, ese eres tú.
Tu partida es una perdida muy grande para la HOAC y para la Diócesis. Para tu querida familia y para quienes te queremos.
Confieso que estos días experimento sentimientos aparentemente contradictorios. Por otra parte, el inmenso dolor al saber que ya no volveremos a verte en esta tierra. Pero, por otra parte, te siento muy cerca y muy dentro. Me anima la esperanza de saber que ya gozas de la plenitud de la vida eterna. Que ya te encuentras en los brazos del Dios-Padre-Madre.
Hubiera querido tenerte más. Pero ante todo me siento un privilegiado de haberte conocido. Estoy profundamente agradecido de haber podido aprender tanto de ti. ¡Eskerrik asko, Juan Mari! Has dejado una profunda huella, en mí, y en todas las personas que han estado cerca de ti.
Tu vida y tu testimonio nos acompañarán siempre. Serán una preciosa brújula para transitar por los mejores caminos y adoptar las mejores decisiones.
Hoy volvemos a rezar contigo la oración que siempre te acompañaba. “Señor, damos tu Espíritu, para que los que nos miren te vean y los que nos oigan te escuchen y sientan tu salvación”.
Pido al Señor que suscite vocaciones al ministerio ordenado del estilo de Juan Mari Lechosa. Curas que no necesitan edificar su identidad sobre el alzacuellos y el ejercicio del poder de modo absolutista, sino sobre la autoridad que deriva del testimonio, la coherencia de vida, el acompañamiento y la espiritualidad encarnada.
Juan Mari, amigo, hermano, compañero militante, nos volveremos a encontrar en el gran día. Hasta entonces intercede por nosotros y nosotras.
Maite zaitut. Goian bego.
Un abrazo en Cristo obrero y hasta mañana en el altar.
Profesor de Filosofía (Bilbao)