Reduciendo el sufrimiento en el mundo
La humanidad podría dividirse en dos grandes categorías: los que trabajan por reducir el sufrimiento y los que se empeñan en aumentarlo.
Puede resultar chocante que haya quien promueva el dolor, mas si observamos los negocios más boyantes encontraremos el comercio de armas (4.000 millones de dólares diarios), la trata de seres humanos (3.000 millones de dólares en Europa), el comercio sexual (40.000 millones de euros en el mundo), los ciberataques (74.000 millones de dólares), actividades delictivas contra el medio ambiente (200.000 millones de dólares) o el tráfico de drogas (300.000 millones de dólares en el mundo).
A veces están tras ellos la necesidad o la ignorancia, especialmente en las manos que ejecutan, pero la intencionalidad existe y muchas mentes capacitadas, seducidas por sustanciosos ingresos, aportan sus habilidades y saberes en diseñar o preparar elementos de destrucción, cuyos efectos se manifestarán lejos de sus confortables ambientes.
Dentro de nuestras sociedades, nadie repara en el valor social del trabajo, solo prima el tenerlo y los ingresos que proporcione. Pero no todos los trabajos son iguales y un sujeto ético lo debería considerar antes de aceptarlos. El trabajo no es en sí mismo un fin, debe suponer realizar la propia vocación y servicio a los demás, algo que no se alcanza con el contrabando o la prostitución, por ejemplo, de ahí que algunos “trabajos” sean muy discutibles y el término se use eufemísticamente en algunas ocupaciones.
La escuela debiera ser el lugar propicio para despertar al mundo y descubrir los valores. Cómo no recordar la Escuela de Barbiana y su lema, siempre a la vista: Me importa. Si verdaderamente nada de lo humano –de lo vivo– nos resultara ajeno, desarrollaríamos la empatía y la compasión, y contribuiríamos con nuestra solidaridad a la reducción del sufrimiento. Sin conocimiento ni conciencia podemos fácil e ingenuamente ser cómplices, en la medida en que ocupemos ciertas piezas del engranaje social. Pero la escuela anda muy ocupada con su preparación académica dejando poco espacio a la formación para vida. Y preparar ciudadanos tibios tiene consecuencias.
Guerras, comercios ilegales, adicciones…, las raíces de la violencia son profundas. El niño herido, según la psicología, es el responsable del mal en el mundo. Por ello, es fundamental que los hijos sean deseados y queridos: el niño amado está protegido frente a conductas destructivas. Y en la escuela, la cooperación y la ayuda mutua debieran constituir el ambiente previo a cualquier aprendizaje.
En cuanto a la cultura, la transición de masas a pueblos –personas con conciencia– es clave, formando sujetos críticos, capaces de pensar antes de actuar. Hay que dar al pensamiento y la sabiduría un papel primordial para evitar lo irracional y el comportamiento gregario. No hay que temer ser diferente cuando el rebaño vocifere. Y saber objetar frente a todo lo que genere daño, no colaborando con estructuras injustas.
Trabajar por reducir el sufrimiento supone también involucrarse en proyectos de justicia relacionados con los Derechos Humanos, la reducción de la pobreza, la protección del medio, la resolución de conflictos…, acompañado de un consumo consciente, un cuestionamiento de las estructuras de violencia, apoyo a la promoción de las personas y defensa de los desfavorecidos y vulnerables.
Sintiendo las necesidades de estos colectivos en relación a los alimentos, el agua, el saneamiento, la vivienda, las pesadas tradiciones…, la respuesta inmediata puede ser el asistencialismo. Muchos grupos (ONG) y voluntarios trabajan sobre el terreno para aliviar las necesidades más urgentes; se trata de una noble y admirable tarea, una ayuda necesaria, financiada por muchos donantes y socios, con un único inconveniente: la falta de análisis político, ya que mientras el sistema sigue fabricando pobres, las ONG corren en su busca en una carrera sin final.
Hace ya unos años que Guillermo Rovirosa acuñó el término de “caridad política” para referirse a otro tipo de actuación. Movido por los mismos sentimientos de amor y justicia, tras un análisis de la realidad se descubre el porqué de la pobreza y las necesidades, encontrando tras ellas el modelo económico que enriquece unas zonas y empobrece a otras en función de su influencia, comercio desigual, etc…, instrumentos evidentemente injustos en la medida que no buscan el bienestar común. Encontradas, las causas, para resultar eficaz no queda sino cuestionar el sistema que envía a la pobreza a millones de personas, bien sabido que mientras no se supere, la brecha Norte/Sur continuará dentro y fuera de nuestras propias fronteras.
Sin desdeñar el asistencialismo, especialmente cuando una situación urgente lo requiera, si no hay detrás conciencia política, la simple caridad retrasará la justicia. Por ello, los Estados, coordinados por Naciones Unidas, deben aportar las cantidades necesarias, –que no son sino una restitución– como el 0,7% aprobado en la Cumbre de Estocolmo de 1972 y que tan pocos países cumplen. Con esas cantidades puede impulsarse el desarrollo, si existiera voluntad política. Y esto es lo que la sociedad civil también debe reclamar, porque no faltarán las personas dispuestas a ayudar sobre el terreno siempre que cuenten con los medios necesarios.
Y cuidar de la naturaleza es ya un deber para todos por el alto valor que encierran sus especies, pero también porque nos hace mejores personas. Una naturaleza bien cuidada y conservada es, además, una de las mejores formas de protección frente a enfermedades emergentes. Cuidar la naturaleza promueve valores como la responsabilidad, el respeto, la gratitud, el asombro…, que fortalecen la sociedad.
Como síntesis, la bondad debe ser un objetivo vital de cuya práctica no se derivarán más que beneficios para nosotros mismos y los demás, sin olvidar extender la mirada al ámbito comunitario para que el trabajo por la justicia conduzca a realidades más armoniosas y fraternales.
Doctor en Química.
Presidente de la Asociación Española de Educación Ambiental