Capitalismo de vigilancia
Todas y todos somos usuarios digitales. En mayor o menor medida, y muchas veces sin entender exactamente a qué se refieren, nos son familiares conceptos como big data o cookies. Conocemos los permisos para el acceso a webs y aplicaciones, que a diario aceptamos y normalmente no leemos, o la publicidad sobre un producto concreto que nos bombardea después de haber hecho una búsqueda de ese producto. A cualquiera se nos ocurren ejemplos.
Detrás de típicos comentarios, a veces incluso divertidos, como “parece que el móvil te escucha, hablas de sandalias y luego te enseña publicidad de sandalias” se revela la consciencia de que hay una cuestión no resuelta respecto a lo digital y a la información de nosotras y nosotros que se maneja y que no controlamos. A veces, desde foros públicos e institucionales se reflexiona sobre la privacidad, su regulación, sus límites, y esa reflexión es necesaria.
Lo que hoy proponemos con este artículo es intentar ir un paso más allá de la reflexión sobre nuestra privacidad como individuos y hacer una aproximación más sistemática. Para ello nos valdremos principalmente del análisis de la investigadora norteamericana Shoshana Zuboff en su obra La era del capitalismo de la vigilancia.
Según Zuboff, a partir de la explosión de las nuevas tecnologías y el desarrollo del mundo digital, estaríamos transitando hacia una nueva fase económica, que se fundamenta en la comercialización, en sus palabras, del “excedente conductual humano”. Los seres humanos cedemos nuestras experiencias vitales y damos esa información a una serie de empresas tecnológicas, que son las que proveen los servicios digitales, a cambio del uso de esos servicios.
Dichas empresas, que estarían obteniendo esta materia prima, que sería la información, de forma gratuita, recopilan y comercializan esa información, que se convierte en elemento central del sistema económico. Toda esta práctica es lo que, dicho de forma sintética, la autora llama “capitalismo de vigilancia“, con la información y su comercialización como núcleo central de un nuevo tipo de relaciones socioeconómicas.
¿De qué estamos hablando? Vamos a detenernos en algunas de estas ideas intentando desarrollarlas y comprenderlas mejor. Empezaremos por el concepto de “excedente conductual”. Lo que habría que entender es que, en un inicio, las plataformas digitales, concretamente Google, que es la pionera en todo este asunto, recogían información de sus usuarios principalmente con el objetivo de la retroalimentación y mejora del servicio digital.
Podemos datar este proceso entre el final de los noventa y el inicio del siglo XXI. Llega un punto en el que el flujo de información que se recibe de los usuarios supera, excede, la necesidad de retroalimentación para la mejora del servicio. El aumento del tráfico produce un exceso de información, y este “sobrante”, sería el “excedente conductual”. Es decir, toda esta información que viene de la experiencia vital humana, que el usuario cede gratuitamente por usar la plataforma, y que ya no es necesaria para la mejora del servicio.
Hay un momento en el que Google observa que puede rentabilizar toda esa información que está recibiendo gratuitamente, ese excedente, pues hay empresas para las que esa información tiene valor y están dispuestos a comprarla, principalmente con el objetivo de predecir comportamiento. Empieza a aparecer lo que Zuboff llama “mercado de futuros conductuales”. Dice textualmente que “Google descubrió que somos menos valiosos que las apuestas que otros hacen sobre nuestro comportamiento futuro”.
Los usuarios no seríamos ni el consumidor o el cliente, ni el producto.
Seríamos el recurso, la fuente del recurso, que es la información
En resumen, podemos decir que la información que se extraía y se “reinvertía” en la mejora del servicio digital, empieza a salir de ese ciclo y a integrarse en un ciclo con una nueva lógica, en la que esa información es comprada como recurso por empresas que la someten a herramientas, que la autora describe casi al modo de un medio de producción [herramientas que cada vez se han ido desarrollando más, algoritmos, inteligencia artificial], y que generan una serie de “productos predictivos”, de predicción de comportamiento, que se venden en ese nuevo tipo de mercado que sería el del “futuro conductual”.
En esencia, esta práctica de extracción y comercialización de la información constituye el “capitalismo de la vigilancia”. Es decir, no se trata del mundo digital en sí mismo o de una tecnología, sino del uso de esa tecnología, de la lógica de mercado que hay detrás. Detengámonos un momento en recalcar que, en la lógica del capitalismo de vigilancia, los usuarios no seríamos ni el consumidor o el cliente, ni el producto. Seríamos el recurso, la fuente del recurso, que es la información.
A esta práctica que inicia Google y a este nuevo tipo de mercado, progresivamente se van incorporando nuevos actores. Dicho mercado se va expandiendo, y va creciendo la competencia. El aumento de la competencia provoca que poco a poco cada vez se busquen productos y fuentes de excedente conductual más predictivos, con mayor nivel de certeza, a la vez que esos “medios de producción” de los que hablábamos, ese tipo de algoritmo, etcétera, se van haciendo cada vez más poderosos.
Todo esto tiene como consecuencia la transición de este tipo de prácticas de vigilancia del plano puramente digital, y de aplicaciones más predictivas como sería la publicidad, al plano de la realidad y ya no a la predicción, sino directamente a la inducción y transformación de comportamiento. De “medios de predicción conductual” a medios de “modificación conductual”.
Hay un ejemplo divertido de este proceso, que es el caso de “Pokemon Go”, un juego de móvil que estuvo muy de moda hace unos años y que es una muestra clara del paso de la esfera digital al mundo real de las dinámicas de la vigilancia. A través de esta aplicación en tiempo real, los usuarios no solo cedían información importante a través de su cámara y su localización GPS.
La dinámica del juego es un ejemplo de condicionamiento de conducta, porque conseguía llevar a los individuos que lo jugaban a determinados lugares, entre ellos establecimientos que habían contratado ese servicio. Por ejemplo, Zuboff habla del caso de McDonald’s en Japón, donde la empresa había firmado un acuerdo con Niantic, la desarrolladora, para que hubiera ubicaciones especiales del juego en sus establecimientos y conseguir así llevar a los usuarios, a los jugadores, a sus locales.
En política también podemos ver ejemplos claros de la aplicación de este tipo de prácticas. Creo que el caso más reconocible es el de Cambridge Analytica y el referéndum del brexit, donde se ha estudiado cómo se difundía propaganda y ciertos mensajes políticos de forma bastante individualizada en base a la información que los usuarios proporcionaban, concretamente en Facebook, y cómo esto tuvo injerencia en el resultado del proceso electoral, es decir, que se consiguió inducir comportamiento en los electores. También se ha hablado de este tipo de influencia en la victoria de Trump y en otros procesos posteriores, pero Zuboff habla de cómo ya desde la campaña de Obama en 2008 se venían ensayando algunas de estas prácticas.
Esta lógica económica y sus consecuencias, estarían generando un nuevo tipo de poder, que la autora llama “poder instrumentario”. Podemos entenderlo en dos dimensiones.
Por un lado, estaría el poder que están acumulando las empresas que participan de este “capitalismo de vigilancia”. Un poder completamente asimétrico, en el que unas pocas compañías concentran una ingente cantidad de conocimiento e información sobre sus usuarios. Sin embargo, generalmente ignoramos las actividades de esas empresas y lo que se hace con dicha información. Un desconocimiento por parte de nuestras sociedades que se ve agravado por la falta de precedentes de toda esta dinámica, lo que dificulta nuestra capacidad de comparación y comprensión.
Esta lógica económica y sus consecuencias, estarían generando un nuevo tipo de poder,
que la autora llama “poder instrumentario” (…) que están acumulando las empresas
(…) de transformación, inducción y modificación de la conducta humana
Esto es importante porque ayuda a explicar por qué esta práctica se ha extendido de forma tan exitosa. Hemos normalizado la extracción de información de los usuarios en el mundo digital casi sin comprender en qué estaba consistiendo ese proceso. Además, Zuboff reflexiona como hay un contexto favorable para el desarrollo del capitalismo de vigilancia cimentado en la securitización de las sociedades occidentales después del 11 de septiembre, y en todo el sustrato del neoliberalismo, con el tipo de modelo económico y de individuo que este construye.
Pero el otro elemento importante aquí sería todo este poder sin precedentes de transformación, inducción y modificación de la conducta humana que se estaría desarrollando, y que estaría residiendo en una serie de herramientas tecnológicas. Estamos hablando de unas técnicas de condicionamiento que van desde la generación de dependencia hacia el consumo tecnológico, de adicción, de necesidad constante de interconexión y retroalimentación, hasta la modificación de conducta en planos como el económico y del consumo o el político.
Zuboff da el nombre un poco apocalíptico de “Gran Otro” para referirse a toda esta infraestructura computacional, interconectada en una red que se extiende casi a cualquier parte de nuestras vidas y es sensible al comportamiento humano y sus transformaciones, que recopila la información y tiene capacidad de predecir y modificar la conducta humana. Una capacidad que podría llevarnos a un totalitarismo novedoso basado en la búsqueda máxima de certeza en la conducta humana y el mercado.
Sin pretender ser catastrofista, sí queremos decir que podríamos estar ante una suerte de “poder de gobierno”, en el sentido de Michel Foucault, que habla de este como un tipo de poder no directamente coercitivo, pero con la capacidad de influir, guiar y conducir la conducta humana. Un poder que en este caso estaría residiendo en una serie de herramientas tecnológicas, y que como hemos visto tiene consecuencias en nuestras sociedades, nuestras relaciones socioeconómicas, nuestros sistemas políticos, y que abre debates sobre la libertad y la autonomía humanas.
Por otro lado, se puede discutir la propuesta de máximos de Zuboff de que estamos ante una transformación del modelo de producción capitalista, con la información en el centro. Pero igualmente, si se piensa que estas prácticas y estas dinámicas se reducen a unos mercados muy concretos, seguimos hablando de un tipo de mercado que está concentrando una gran cantidad de poder e influencia, y en el que los individuos, volviendo a la idea de que somos la fuente del recurso, dentro de esos mercados dejamos de tener un papel y una influencia como productores y consumidores.
Antes de concluir, e intentando buscar algún elemento más de controversia, podemos señalar por un lado que esta es una descripción completamente “americanocentrista”, pues se centra en las compañías tecnológicas norteamericanas y obvia por ejemplo toda la influencia de enormes compañías tecnológicas y digitales en Asia. Y, además, se puede decir que es un modelo que, dentro del contexto del mundo occidental, permite la generalización. Sin embargo, si pensamos en algunas periferias donde el acceso a electricidad o internet hoy en día sigue siendo complejo, dicha generalización se resiente.
Y, por otro lado, debemos ser conscientes de que estamos ante una lectura interesante, pero muy negativa del impacto de las nuevas tecnologías. Cabría preguntarse por los elementos positivos que ha supuesto la irrupción de internet.
Podemos afirmar que la transformación digital de nuestro mundo es, en términos históricos, extremadamente reciente. La explosión de las nuevas tecnologías, la normalización del acceso a internet, la inmediatez en el intercambio de información y la revolución de las comunicaciones son procesos que se han desarrollado, extendido y normalizado de forma exponencial, transformándonos como sujetos, e influyendo en la manera de relacionarnos como sociedad y de estar en el mundo.
Y, a la vez, nuestra capacidad para analizar el impacto y las consecuencias de esta revolución digital va por detrás de la normalización de dicha revolución. Volviendo a la idea inicial, todas y todos somos usuarios digitales. Hoy en día no se puede (ni creo que se deba) escapar de esta realidad. Pero precisamente por eso, tiene valor detenernos en las aportaciones de autoras y autores que intentan describir y reflexionar en torno a este proceso, e introducir esa reflexión crítica en nuestras vidas y nuestra acción colectiva.