Tiempo de sanar, tiempo de agradecer

Tiempo de sanar, tiempo de agradecer

Sin el espíritu de la noche, y el aliento de la aurora,
el silencio, la pasividad, y el descanso,
la naturaleza del hombre no puede ser ella misma.

—Thomas Merton

«Todo tiene su tiempo y sazón, todas las tareas bajo el sol».

Venimos de un tiempo de dolor, llanto, muerte, y duelo, aunque en muchos casos hemos tenido que contenerlo a la espera de un tiempo posible; venimos de un tiempo de desprendimiento, de costuras rasgadas, de destrucción de las seguridades sobre las que habíamos construido nuestra existencia; un tiempo de silencio, incertidumbre, desconcierto y pérdida. Un tiempo que quisiéramos desechar de nuestra historia, aunque sabemos que no es posible. Es un tiempo que la marcará por lo vivido, y por sus consecuencias.

La manera de incorporar lo vivido a la memoria y a nuestra historia dirá si ese tiempo concluye ahí, sin más horizonte o, por el contrario, puede transformarse –quizá ha comenzado ya a hacerlo- en un tiempo de nacimiento, de siembra, de recuperación, de remiendo y esperanza; en tiempo de risa, baile y alegría; un tiempo de cosecha, de amor y de paz. Quizá para ello aún haya de ser tiempo de lágrimas, si antes no han brotado; tiempo de reconocer la debilidad en que fortalecernos y aprender que solo la vida y la muerte son cuestión de vida o muerte.

Dependerá de nuestra capacidad de entretejer silencios y palabras, con el Silencio y con la Palabra; dependerá de nuestra decisión de que siga siendo este un tiempo de búsqueda, de camino. Dependerá de nuestra capacidad de abrazar las heridas y dejar a Dios sanarlas.

Este tiempo necesita ser, más que en otras ocasiones, tiempo de descanso y sanación, más tiempo de abrazo entre nosotros –porque venimos de largo tiempo de refrenarlo- y de abrazo con Dios.

Y para eso necesitaremos recordar, escuchar y contemplar, para acoger lo vivido y sanarlo en nosotros, en el diálogo amoroso con Dios, y volver a reconocernos, por encima de las mascarillas, en la mirada fraterna.

Este tiempo puede ser tiempo para recuperar nuestra humanidad herida, y para sanarnos. Y, por esto mismo, puede transformarse en tiempo de gratitud.

Quien experimenta el dolor y desde el dolor se deja sanar, es quien puede ayudar a otros a sanar su dolor, y a transformar su vida en la esperanza y el horizonte de la fraternidad del Reino. Es quien puede acompañar la vida herida y necesitada de esperanza, alegría, y amor. Es la experiencia del salmo 18:

¡Oh Señor, qué explosión de entusiasmo
me obliga a cantar tus alabanzas
al reconocer que tu amor ha sido siempre
el puerto seguro de mis nobles afanes!

 

La muerte ponía cerco a mi andar vacilante
y el miedo paralizaba mis fuerzas ya finales,
cuando reconocí que solo tú podías
devolver a mis pasos su calma y su destino.

 

Grité tu nombre, oh Dios, pedí tu auxilio
en el momento mismo en que me hundía:
sabía que no podías dejarme en desamparo,
siendo tú el protector de los que a ti se acogen.

 

Sentí junto a mi aliento tu Aliento de más vida;
sentí junto a mi mano tu Mano de más fuerza;
sentí junto a mi pecho tu Corazón de amigo,
latiendo por mi suerte en un mismo latido.

 

Supe entonces que no por mis méritos propios
fue que tu amor quisiera revelarme tu rostro
y hacerme ver el fondo de tu inmensa ternura,
océano en que naufragan todas nuestras desdichas.

 

Supe entonces que tu amor es escudo del pobre
y tu sabiduría, la luz del ignorante;
tu poder, la fuerza del que ya nada puede,
y tu gloria, el destino del humilde y sincero.

 

Desde ahora y para siempre, mi grito de combate
será decir a todos: «Me salva porque me ama».
He sabido que tú estás presto
para acudir al lado del que invoca tu nombre
y espera tu victoria más allá de los signos
de fracaso y de ruina que intentan devorarnos.

 

¡Gloria al Amor que triunfa!
¡Gloria a Dios, que declara su guerra a todo brote de mentira y de muerte!
¡Gloria a Dios, que enarbola el signo de la vida en el vértigo mismo de todas las desgracias!

«Dios revelado en la noche», poema de Antonio López Baeza, Canciones del hombre nuevo.

Hay, además de la Palabra de Dios, dos textos que han ido acompañando mis horas de confinamiento. Ambos valen para la reflexión, para el discernimiento, y para la oración, si dejamos que nos hagan de espejo y en ellos buscamos con paso orante los caminos de sanación que necesitamos. Con ambos podemos orar a sorbos cada experiencia vivida, y dejarnos acoger agradecidamente por la ternura de Dios que nos sana. Con ellos y con la canción Tiempo.

También puedes leer —  Revincularnos en la cuarentena

Para seguir orando

Canción Tiempo.

Libros para profundizar

Joan Chittister, Todo tiene su tiempo, Sal Terrae, 2ª, 2019

Thomas Merton, Conjeturas de un espectador culpable, Sal Terrae, 2011