Hacia la Europa industrial militar

La presidenta de la Comisión Europea, Von der Leyen, ha pedido aumentar el gasto militar europeo en 800.000 millones de euros que se librarán de computar para el cálculo del déficit público.
De nuevo, se anuncian préstamos y otras herramientas impulsadas por el Banco Europeo de Inversiones, sin excluir la posible reasignación de fondos de cohesión. Estas inversiones quedan exoneradas de los objetivos del déficit público.
Alemania, después de haber impuesto su ortodoxia fiscal, se plantea incluso reformar su propia Constitución, tan estricta con la deuda pública.
El próximo canciller elector Merz ha prometido 500.000 millones en un plan a diez años en nuevas infraestructuras y la revitalización industrial, ante la crisis del sector del automóvil. La producción de armamento y tecnologías aeroespaciales aparecen como el motor para evitar la recesión económica.
La pérdida de confianza en EEUU de la mano de Trump, la revitalizada amenaza rusa, tras tres años de guerra en Ucrania, y la pérdida de peso de Europa en el mundo justifican el objetivo de convertirse en otra potencia industrial militar en liza.
Para ello, no solo ha rebajado su ambición ecológica, sino que ya ha comenzado el cambio normativo, concediendo mayor permisividad a las grandes empresas a través del paquete ómnibus, prometiendo incentivos en el nuevo “Clean Industrial Deal” y dando más facilidades a la fabricación de automóviles.
En paralelo, continúa su política de externalización del control migratorio a países del norte de África, multiplica los acuerdos de asociación estratégica sobre materias primas, para garantizarse el suministro de los minerales clave y busca mantener buenas relaciones comerciales con China.
La respuesta a la crisis pandémica, notoriamente diferente a la austeridad impuesta por la “emergencia” financiera, con grandes estímulos para sostener los beneficios empresariales durante el cambio digital y la descarbonización, ahora se quiere orientar a construir un complejo industrial militar europeo.
La corriente belicista que lideran los países del norte y este de Europa, con el beneplácito de Alemania y Francia, no esconde las diferencias nacionales y sobre todo la dificultad de armonizar tantos sistemas defensivos como países con sus propios intereses y visiones.
A fin de cuentas, la Unión ha ido forjando su precaria unidad actual en torno a la vieja aspiración de avanzar en cooperación y justicia social, además de los intercambios comerciales, claro.
Este giro armamentístico puede tener consecuencias en el modelo social europeo, no solo por restar la financiación adecuada a su pilar social, sino porque introduce la lógica disgregadora y agresiva en el corazón de las instituciones europeas, sin ofrecer garantías de que más armas y más competencia militar suponga mejorar o asegurar la vida de su población, ni rebajar la tensión entre países vecinos en competencia.
La Unión Europea ha ido haciendo un camino singular, seguramente con muchos errores e insuficiencias, pero que ha logrado, no lo olvidemos, acabar con con siglos de enfrentamientos armados en su territorio.
Ahora trata de imitar la estrategia de las grandes potencias que, después de todo, lo son sobre todo por su capacidad para destruirse entre sí y hacer cargar las peores consecuencias del sistema mundial sobre los hombros de los demás.
Sabemos bien lo que ha pasado con otras escaladas belicistas pasadas y lo que representa la amenaza de las armas nucleares.
Tal vez sea hora de preguntarse quién querría salir victorioso en un planeta inhabitable o conquistar territorios esquilmados vaciados de humanidad y ensayar otras políticas de defensa y de seguridad, de armar la paz en vez de la guerra y diseñar instituciones de gobernanza mundial a la altura de los retos de la humanidad.

Redactor jefe de Noticias Obreras