Caminos para la paz

Caminos para la paz

Acabamos de comenzar el año y con él hemos recibido los buenos deseos de nuestros allegados, uno de los cuales habrá sido la paz, para nosotros y para el mundo. Y siendo el ser humano un ser de paz, que necesita y anhela para realizar su vida, ¿cómo explicar la guerra como una constante a lo largo de nuestra historia?

Existen muchos factores, entre los que los económicos o geopolíticos no son menores, pero me referiré a tres, más relacionados con nuestra experiencia cotidiana. El primero está vinculado a la conciencia social. Cuanto más ausente, los individuos tienden a clasificarse en grupos –los míos, los otros- y buscar fuera los culpables de los problemas. Se justifica todo lo que el grupo haga porque “son de los nuestros”, manteniendo una permanente rivalidad con los demás. Como los conflictos son inevitables, se esperan salvadores que den respuestas milagrosas y, si aparecen, serán seguidos por multitudes, no importa el odio o desvarío que transmitan, porque es de agrado de las masas buscar chivos expiatorios para descargar en ellos su rabia y frustraciones.

Esta tendencia gregaria, propensa a la manipulación, debe ser evitada desde la familia y la escuela, transmitiendo principios éticos que permitan vivir con criterios propios, aceptando las diferencias y reconociendo la dignidad que toda persona tiene. Vivir con sentido y propósito también ayuda para no dejarse engañar por los recurrentes cantos de sirena.

Un segundo factor lo encontramos en la religión. En todas se transmiten mensajes de paz, y dado que el 80% de la población mundial se considera religiosa, ¿cómo explicar nuevamente la violencia? Un motivo ha sido el fanatismo, pues si se está en la verdad y todos los demás son infieles, mi guerra está justificada (y hasta santificada). Afortunadamente, este tipo de conflicto ha decrecido (si exceptuamos el terrorismo yihadista y la persecución a confesiones minoritarias), gracias al diálogo interreligioso, que admite que los caminos hacia Dios son diversos y cada pueblo los formula en función de su tradición y cultura.

Mas, existe otro motivo que es la tibieza. Ante situaciones bélicas, lo normal es que las iglesias las condenen, pero no es suficiente. Faltan voces proféticas que apoyen la objeción, cuestionen el alistamiento y exijan la reducción de los gastos militares, cuyas partidas podrían solucionar tantas necesidades internas y externas (recuérdese el 0,7% del PIB como ayuda al desarrollo que muy pocos países cumplen), y que formen en la no violencia como vía de resolución de conflictos, apostando por la mediación cuando se precise. La no violencia ha tenido como referentes personas de gran hondura espiritual y debiera constituir el lenguaje propio de todo creyente, sea cual fuere la religión que profese.

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Hablaremos finalmente de la Justicia y de un axioma frecuentemente olvidado: sin justicia no hay paz. El pasado otoño tuvieron lugar marchas por la paz, en Granada y otras ciudades, lo que constituye una excelente iniciativa que ennoblece a quienes las convocan y apoyan. Pero ya puede haber miles, que mientras no exista justicia la paz no se logrará. Las injusticias estructurales provocan acciones violentas entre la población oprimida, que a su vez genera respuestas desproporcionadas desde el poder (véase el caso de Gaza), en una interminable espiral de sufrimiento y venganza. Romperla requiere valor y compromiso para evitar que los agravios se enquisten, y aquí la sociedad civil debe asumir su papel, combatiendo la complicidad y la indiferencia, que pueden resultar tan violentas y cobardes como la propia agresión.

En síntesis, la paz es cara. Sorprende que algo tan anhelado cueste tanto trabajo mantener. Y sorprende también la frivolidad de gobiernos que envían a la muerte a sus jóvenes por motivos materiales. Frente a ello, la cultura de paz, que tanto promovió Mayor Zaragoza, debe partir de una formación ética y crítica, abierta al diálogo y al encuentro, respetuosa con las diferencias, compasiva con los vulnerables, situando la vida como el mayor valor. Lo que debe ir acompañado de un compromiso político que rechace las propuestas injustas, aunque suponga un cierto precio. Los hacedores de paz son bienaventurados, y trabajar por ella es una tarea tan hermosa como necesaria en un mundo con tantos desafíos.