¿En qué momento perdimos la utopía?
Se ha instalado un discurso hecho pregunta: ¿Para qué luchar? ¿Qué vamos a conseguir? Preguntas que conlleva inmediatamente la respuesta: Luchar no sirve para nada, no vamos a conseguir nada, ganan los mismos de siempre y se acaba apostillando que somos pocos y con cierta edad. A esto hay que unirle los mensajes que se recibe en un tono burlón cuando expresan: «¿Qué, arreglando el mundo? Dejarse de tonterías y vamos a tomarnos algo». También está esa sensación dolorosa de que se ha instalado una mentalidad y es que la vida hay que disfrutarla a tope, porque son cuatro días y no merece la pena comprometerse con nada ni con nadie.
Todo eso se traduce en un tono de desesperanza y de mucha frustración, aunque reconocemos la implicación de la juventud en el movimiento ecologista y feminista. Además, vivimos y descubrimos personas y grupos que siguen luchando por la vida desde la dignidad, la libertad y la justicia en todos los rincones de mundo. Siempre que he ido a un lugar he conocido grupos que estaban trabajando por un mundo mejor y más humano y que yo hasta ese momento desconocía; el hecho de no conocerlos no significa que no existan.
Sentimos que la utopía ha perdido mucha fuerza, en líneas generales, y que se ha traducido en indiferencia social y una mayor desmovilización social y en un aumento del racismo, la xenofobia y el rechazo al pobre –aporofobia–. Sentimos que la utopía se ha perdido porque hay una mayor aceptación y resignación de este orden social injusto e inhumano, donde la codicia de unos pocos destruye la vida humana y la naturaleza. Si alguien nos preguntara en qué momento se ha perdido, tal vez, no encontrásemos respuesta. Yo tampoco la tengo, pero, quiero aportar una reflexión acerca de posibles causas por las cuales la utopía se haya minimizado y se haya convertido en compromiso vital solo para una pequeña minoría, a pesar de los momentos de desesperanza, desaliento y la tentación de abandonar la lucha y el compromiso. Habría que añadir los momentos de decepción cuando vemos que reproducimos lo mismo que cuestionamos: La lucha por el poder y mantenerse en él, los egos, la manipulación, el dominio, control, el reconocimiento social o dejarnos corromper. ¿Cuántos movimientos sociales se han venido abajo por estas actitudes tan contradictorias e incoherentes? Es triste oír que han dejado una organización social porque se han cansado de ver que «siempre mandan los mismos».
Creo que ha habido una circunstancia importante y es el hecho de que hemos identificado los ideales, esa utopía, con el solo bienestar económico y, desde ahí, el bienestar social. Hemos identificado la utopía con Estado del bienestar. Hemos defendido los derechos humanos y los creyentes los valores evangélicos; hemos defendido el derecho al trabajo digno, a la vivienda, a la protección social, a la sanidad, a la educación… algo fundamental, pero, se nos olvidó algo muy importante: Educar personas con un corazón sensible y lleno de conciencia que viviera, que hiciera vida, la justicia, la libertad, la reconciliación, la paz, la fraternidad, la sororidad, la ternura y la misericordia. Mientras nosotros y nosotras luchábamos por crear condiciones sociales y laborales dignas, el sistema neoliberal, las élites económicas, financieras, sociales, militares y religiosas, entraban en nuestro corazón y en nuestro pensamiento para crear una persona consumista, individualista, hemos llegado a la hiperindividualización, del éxito personal, el egoísmo y el narcisismo, donde el tener dinero, bienes y propiedades era la gran meta en la vida. Según este planteamiento, ya no hay clase obrera, sino clase media.
No nos dimos cuenta de esto y se nos olvidó insistir en crear conciencia social y sensibilidad desde el nosotros; la sociedad se cohesiona por las condiciones sociales, pero, también por sentir que nos tenemos que cuidarnos, que el problema del otro es mi problema y que mi problema también el problema del otro. Se trata de crear tejido social, comunidad, arraigo, compañerismo, crear lazos de amistad, de alguna manera, crear familia. Podemos ser solidarios, pero, si no tenemos un corazón solidario arraigado y profundamente convencido, con el paso del tiempo dejaremos de ser solidarios.
Los poderosos entendieron que había que entrar en el corazón y en la mente de la gente para configurar una persona consumista, que tuviera un sentido absolutamente individualista en vez de comunitario, una visión privada de la sociedad en vez de una visión desde lo público. Tenían todos los medios a su disposición, porque con su dinero podían condicionar la política y la economía y con los medios de comunicación y redes sociales podían destruir lo social, lo organizativo y lo que es más importante, crear la mentalidad que la utopía es una quimera, que hay que olvidarla y que no sirve para nada y que es una pérdida de tiempo.
Creo que para recuperar la utopía hay que seguir luchando por crear condiciones sociales y laborales dignas y además, vuelvo a insistir, crear entornos desde la cercanía y el cariño para crear conciencia social, para crear cultura de la solidaridad, la paz y la fraternidad, de esa cultura que derriba muros y construye puentes. No hay que olvidar el lema: «Piensa globalmente, actúa localmente».
Ojalá, algún día, alguien pregunte en qué momento se recuperó la utopía y alguien responda que no lo sabe, pero, que fue fundamental el hecho que esa minoría la mantuviera viva, buscando nuevos caminos para despertar nuestra sensibilidad y conciencia hacia el prójimo, para escucharle, acogerle y abrazarle, para el encuentro festivo.
Porque seguimos creyendo en la utopía afirmamos que nunca es tarde para luchar y amar, para hacer la vida un espacio y un tiempo para la dignidad y la esperanza. Merece la pena vivir la vida «con utopía».
Consiliario de la HOAC de Murcia. Militante de la Plataforma de Afectados por la Hipoteca (PAH) y de la Asociación Amigos de Ritsona de apoyo a personas refugiadas. Autor del blog Sembrando sueños, construyendo humanidad