Amistad y ayuda mutua en Cáritas de Almería
Doce personas, mujeres y hombres, de distintas nacionalidades, de distintas culturas, de distintos ambientes, de distintas clases sociales… han tenido el atrevimiento, la osadía o, mejor, la ilusión de construir un puente, yo diría de dimensiones casi infinitas.
A finales de enero o principios de febrero de este año, cuando la tercera ola de la COVID-19 deambulaba a sus anchas en nuestra ciudad de Almería, este grupo de personas jóvenes sin apenas perspectivas, encontrándose fuera del sistema del empleo, sin trabajo, inmigrantes, mujeres con responsabilidades familiares no compartidas, personas en situación de precariedad tanto económica como social, viviendo situaciones de exclusión, en las colas del hambre a las puertas de las instituciones sociales…, cada uno por su cuenta, deciden levantar la cabeza y con ilusión presentarse en las Cáritas de Almería y provincia, para preguntar si pueden ofrecerles algún proyecto de futuro a corto o medio plazo.
Se inscriben en el Centro de Formación San Francisco Javier de Cáritas Diocesana para el curso o taller de Personal de Almacén, que les capacitará y formará en los conocimientos, destrezas y habilidades, para facultarles en el desempeño de las tareas relacionadas con las actividades auxiliares del almacén, incluyendo, además, los contenidos de información y atención al cliente. Y, una vez adquirida esta formación y capacitación, poder incorporarse al mundo laboral.
Después de una entrevista individual y personal, en la que se les invita a responder con el máximo interés y dedicación de su parte, por ser una oportunidad a la que bastantes personas en su misma situación familiar, social y económica desearían optar.
Se les ofrece gratuitamente todo el material necesario, desde bolígrafos, libretas, apuntes, fotocopias relacionados con el tema, libros específicos…, hasta el vestuario laboral necesario para realizar las prácticas en las distintas empresas del ramo en Almería. Sin olvidar el aliciente de una beca de 2 euros por cada hora de clase, teórica o práctica, asistida.
Comienzan las clases teóricas que, debido a la pandemia y al cumplimiento de sus normas y medidas, han de distribuirse en presenciales y no-presenciales, cediéndoles para éstas últimas una tablet con la obligación de devolverla cuando finalice esta parte teórica.
Un día tras otro, una hora tras otra, Lola (profesora), Claudia Vanesa (colombiana), Jerónimo (español), Zeh Mohamed (marfileño), Orlando (venezolano), Sara (peruana), Salvador (español), Irina (rusa), Bernad (camerunés), Abdelhak (marroquí), Adelpian (colombiano), Rosario (venezolana), Melina Bibiana (venezolana) con gran interés y esfuerzo incorporan poco a poco todos los conocimientos, teorías y habilidades propias de la profesión del personal de almacén.
En pocos días, las barreras iniciales se desmoronan, desembocando en una relación de amistad y ayuda mutua
Así, de forma espontánea y en pocos días, las barreras, reticencias y distancias iniciales se desmoronan, desaparecen, desembocando y madurando una relación de amistad y ayuda mutua, en especial hacia el que más esfuerzo ha de poner para no quedarse atrás. En definitiva, un contacto, una compenetración y unión que difícilmente podían esperar por ser tan diversos y de distintas culturas.
Es, por esto, que, antes de acudir a las empresas que se han ofrecido para la formación práctica y terminada la formación teórica, acuerdan y se comprometen a organizarse en pequeños grupos para realizar durante una semana un simulacro de creación o puesta en marcha de varias empresas.
Orlando, Rosario y Jerónimo crean una empresa llamada Fénix. Piensan en un centro de formación especializada en curso de psicología para trabajadores y trabajadoras.
Sara, Bernard, Adelpian y Abdelhak se atrevieron con la empresa de restauración llamada Coma y Peca.
Salvador y Zeh Mohamed con Air sorf pretenden, además de vender todo lo necesario para los juegos deportivos de guerrillas, organizar talleres.
Y, por último, Melina, Yela, Claudia e Irina con la empresa El Timón se comprometen a ofrecer y organizar toda clase de eventos y celebraciones sociales.
Tuve la suerte de ser invitado a dos de estas empresas. La primera al restaurante Coma y Peca. El local estaba exquisitamente decorado con los lugares y monumentos más destacados de los países de donde proceden los cuatro empresarios.
Antes de ofrecernos nada, a través de una fotografía en color nos explicaron el plato típico y originario de cada país con sus ingredientes y elaboración adecuada. Terminada esta explicación, nos dieron a probar una tapa de una de esas comidas típicas, con su licor también típico. Invitándonos, después, a ver y examinar de cerca la decoración, con la posibilidad de preguntarles algo relacionado con sus países.
Yo, ni corto ni perezoso, pregunté a uno de ellos: ¿por qué has venido a España? «Por hambre, por miedo, por trabajo y por tener el mismo idioma. En mi país la inmensa mayoría es pobre, con muchas necesidades y sin trabajo digno, mientras unos pocos están rodeados de propiedades, riquezas, poder, privilegio y dinero».
La segunda, a la que asistí, El Timón, fue para celebrar un cumpleaños. Una sorpresa: no fue un cumpleaños, sino el cumpleaños de todas y cada una de las personas que asistimos. El local adornado debidamente para la ocasión, con globos y mucho colorido.
En un mostrador estaban las fotos (tamaño cuartilla) de todos los participantes con la fecha de su nacimiento y, delante de las fotos, una magdalena con su velita pinchada. Con la canción de fondo «Cumpleaños feliz» de Parchís, según iban nombrando cada uno se acercaba, decía en voz alta la fecha de su cumple, soplaba la velita y cogía la magdalena.
Una vez que todos soplamos la velita, nos comimos la magdalena acompañada con un vaso de zumo. Y para terminar, como sucede en este tipo de celebraciones, nos propusieron un juego: en una bolsa metieron papelitos con los nombres de todos y todas, debíamos de coger uno y, a continuación, nombrar o enumerar todas las cualidades positivas y solo positivas del que nos había tocado. Se destacaron muchas y muy variadas: sociabilidad, alegría, servicio, comprensión, compañerismo, unión, responsabilidad, dedicación, constancia, insistencia, ayuda, ofrecimiento… y, sobre todo, amistad.
Queda patente y demostrado que este pequeño grupo, en poco menos de seis meses, consciente o no, de forma espontánea ha creado puentes y lazos, no existiendo para estas personas muros, alambradas o vallas, que impidan mirarse a la cara, ofrecer sus brazos y manos, compartir sus alegrías y tristezas y crear un hermanamiento difícil de quebrar o romper.
Voluntario de Cáritas diocesana en Almería