El paradigma tecnocrático como amenaza a la dignidad humana

El paradigma tecnocrático como amenaza a la dignidad humana
FOTO | Raquel Mena (i), Ana Palazón y Pedro Grande
“Esta manera de pensar en la que estamos metidos modifica nuestras relaciones y nuestra forma de estar en el mundo; el paradigma tecnocrático nos despoja de nuestra dignidad”, denunció Pedro Grande.  “Crecimos con la tecnología como una extensión de nuestra identidad. Nos relacionamos por pantalla y usamos el móvil como escudo”, señaló Raquel Mena

En uno de los espacio de diálogo de las jornadas abiertas de profundización y diálogo de los cursos de verano de la HOAC ha abordado esta mañana el impacto del paradigma tecnocrático en la vida de las personas, especialmente en el mundo del trabajo.

Pedro Grande, militante de la diócesis de Madrid, fue el encargado de introducir el tema con un análisis que combinó referencias de la Doctrina Social de la Iglesia con un recorrido histórico y filosófico sobre el dominio de la técnica. Su intervención estuvo acompañada del testimonio encarnado de Raquel Mena, militante de la Juventud Estudiante Católica (JEC), que compartió cómo la tecnología atraviesa la vida cotidiana y emocional de la juventud.

Grande subrayó que el paradigma tecnocrático no es simplemente un exceso de dispositivos o aplicaciones, sino una “forma dominante de pensamiento” que ha convertido la tecnología en “la matriz cultural” de nuestra época. Citando a Francisco en Laudato si’, explicó que este paradigma se basa en creer que todo incremento de poder –especialmente el que proporciona la ciencia y la técnica– “es sin más un progreso, una garantía de bienestar y seguridad”. Pero ese progreso, denunció, tiene un alto coste: “la persona misma y la naturaleza”.

En un repaso por el pensamiento de los últimos papas, desde el Concilio Vaticano II hasta Francisco, el ponente alertó sobre cómo la técnica, desvinculada del bien común y de una orientación ética, “deja de ser aliada para convertirse en adversaria del ser humano”. En este sentido, Grande recordó que el propio Francisco señala que el desarrollo tecnológico no va acompañado del desarrollo moral necesario para sostenerlo, y que esa desconexión está generando nuevas formas de exclusión y descarte.

El paradigma tecnocrático en el mundo del trabajo

Grande aterrizó estas reflexiones en la realidad concreta del mundo del trabajo, especialmente en el ámbito obrero, donde el paradigma tecnocrático está generando efectos deshumanizadores cada vez más evidentes. Alertó de varios síntomas que, a su juicio, están ya muy presentes en los entornos laborales, tanto físicos como digitales.

En primer lugar, denunció la despersonalización creciente en las relaciones laborales. “Quien trabaja en una aplicación de reparto es un número. No tiene relación ni con el cliente ni con la empresa. No hay contacto humano. Es un engranaje más de un sistema remoto y automatizado”, explicó. Añadió que incluso los departamentos de personal han asumido esa lógica: “Ya ni siquiera hablamos de personas, hablamos de ‘recursos humanos’ desde hace tiempo”.

Otro rasgo del paradigma tecnocrático es la primacía de la eficiencia sobre la calidad y el desarrollo personal. Grande alertó del desprecio hacia lo artesanal o lo hecho con cuidado: “Lo artesanal ya no interesa. Solo se valora si se puede vender como algo cuqui en una red social”. La lógica productivista impone hacer más en menos tiempo y con menor coste, lo que provoca que la calidad, la creatividad y el crecimiento profesional pasen a un segundo plano.

La automatización fue también señalada como una de las causas de la destrucción de empleos. “No se sustituyen unos empleos por otros; directamente se eliminan”, afirmó. Puso ejemplos cotidianos como las cajas automáticas en supermercados o los bots que atienden en los servicios de atención al cliente. “Cada vez se prescinde más de la persona y se impone la lógica de la máquina”.

Grande destacó también la desigualdad creciente dentro del propio sector tecnológico. Mientras que algunos perfiles técnicos –como programadores o ingenieros– logran buenos sueldos y condiciones dignas, otros –como las personas trabajadoras de logística en grandes plataformas– “viven con contratos precarios, sin derechos, y con algoritmos que deciden si hoy tienen o no trabajo”.

Otro efecto concreto es la precariedad extrema y la incertidumbre constante en sectores digitales: “La gente que trabaja para plataformas no tiene contrato, ni seguridad, ni un horario estable. Viven bajo la dictadura del algoritmo. Y si este cambia, tu vida se tambalea”.

También habló del aislamiento y desconexión con la comunidad y la naturaleza. Puso el ejemplo de los “nómadas digitales”, trabajadores que teletrabajan desde cualquier parte del mundo sin vincularse al entorno. “No conocen a sus vecinos, no se integran, empobrecen la vida de los barrios. La tecnología permite vivir sin comunidad”.

Por último, compartió un caso cercano que ilustra lo que llamó la “cultura del descarte tecnológico”. “Hace poco ayudé a una tía mía a jubilarse. No podía. No tenía clave digital, no conseguía cita, no podía acceder a los trámites. Le bastaron dos tardes, conmigo al lado, para resolverlo. Pero ¿cuántas personas quedan fuera por no tener acceso o formación digital? Hasta para jubilarse se sienten descartadas”.

A su juicio, esta forma de organización del trabajo no solo produce precariedad e inseguridad, sino que vacía de sentido el trabajo humano. “Conozco personas que ya no ven su empleo como algo digno o creativo, sino como un lugar de paso, algo de usar y tirar. Igual que ellas sienten que son tratadas por el sistema”.

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Claves para resistir y transformar la lógica tecnocrática

Para cerrar su intervención, Pedro Grande compartió algunas claves de respuesta inspiradas en la Laudato si’ y en la espiritualidad de la HOAC. Subrayó que no basta con denunciar el problema, sino que es urgente proponer caminos alternativos, empezando por un cambio personal y comunitario.

“El cambio de paradigma no comienza en las estructuras, sino en las personas”, afirmó. En este sentido, animó a iniciar un proceso de autocuestionamiento profundo: “¿Soy capaz de vivir sin tanta tecnología? ¿Uso las herramientas o dependo de ellas? ¿Vivo relaciones reales o todo es remoto, incluso con mis amistades?”.

Desde la perspectiva comunitaria, propuso recuperar vínculos presenciales y priorizar la relación humana frente al automatismo de las pantallas. “El acompañamiento no se hace por correo, ni por WhatsApp. Se hace estando, escuchando, compartiendo la vida. Esa es nuestra tarea como militantes: cuidar los vínculos, promover la cercanía, incluso en entornos atravesados por lo digital”.

Grande también apeló a la dimensión educativa y profética del compromiso cristiano. “No basta con adaptarse: hay que ayudar a generar otra cultura. Difundir otros valores. Educar para la sobriedad, la contemplación, la solidaridad. Enseñar que no todo lo rápido y lo eficiente es lo mejor”. Y añadió: “El modelo tecnocrático se desarma si empezamos a vivir desde otra lógica. Necesitamos una espiritualidad encarnada que sepa mirar, resistir y proponer”.

Una generación que creció con la tecnología como normalidad

Por su parte, Raquel Mena, militante de la Juventud Estudiante Católica (JEC), ofreció un testimonio encarnado y sincero, lleno de matices, que conectó con la vida cotidiana de la juventud y los desafíos que afrontan quienes quieren acompañarla en la fe y en el crecimiento personal.

“Cuando nos propusieron hablar del paradigma tecnocrático, nos sonó a palabra extraña, lejana. Pero al empezar a observar nuestro entorno, nos dimos cuenta de que estaba por todas partes”, apuntó.

Su punto de partida fue su propia biografía. Nacida en 2001, explicó que su infancia aún se vivió sin pantallas omnipresentes, pero que la adolescencia marcó un giro radical: la tecnología empezó a mediar su manera de comunicarse, de relacionarse y hasta de construirse como persona.

Mena aseveró que muchas personas jóvenes han aprendido a comunicarse exclusivamente a través del teléfono, lo que dificulta el trato personal. “A veces me cuesta hacer una llamada. Me siento más cómoda escribiendo un WhatsApp. Y eso lo veo también en quienes acompaño. El móvil se ha convertido en una barrera que evita el contacto real”, dijo.

Desde su papel como animadora en la JEC, compartió también la dificultad para transmitir a las nuevas generaciones el sentido del esfuerzo, del estudio o del compromiso vocacional. “¿Cómo les explico por qué es importante estudiar, esforzarse, formarse… cuando lo que ven a diario son tiktokers y streamers que ganan dinero desde su habitación con un móvil?”.

La joven denunció también los efectos de la saturación digital como es la incapacidad para aburrirse. “Con 14 o 15 años no saben estar sin estímulo. Si algo no les entretiene, deslizan. No hay silencio, ni espera. Todo es inmediatez”. En un campamento reciente, al retirar los móviles durante unos días, muchas adolescentes reconocieron sentirse mejor y más conectadas entre ellas, redescubriendo formas de relación más profundas.

Mena también alertó del uso creciente de la inteligencia artificial como forma de desahogo emocional. “Muchas chicas y chicos prefieren hablar con una IA antes que con un amigo o un psicólogo. Porque se sienten más cómodos escribiendo un texto. Pero eso no sustituye el acompañamiento real”.

Terminó su intervención con un llamamiento a la escucha y al acompañamiento generacional. “Las personas jóvenes no saben muy bien lo que les pasa, ni que están atravesadas por esta lógica. Es su normalidad. Por eso, antes que juzgar o imponer, necesitamos estar, comprender, acompañar. Ellas y ellos también buscan sentido. Pero necesitan tiempo, confianza y referentes que no les hablen desde arriba, sino desde cerca”, concluyó

 

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José Antonio Salóm ha colaborado en la elaboración de este contenido