La familia: entre el deseo adulto o la necesidad de la infancia

La familia: entre el deseo adulto o la necesidad de la infancia
Foot | M.T. ElGassier (Unsplash)

Mi padre nació en 1925. Fue un hombre que se ganó el sustento toda su vida como obrero. No conoció un solo día de vacaciones; trabajó todos los días laborables de su vida laboral y muchos de los festivos, salvo que el tiempo o la enfermedad lo impidiese. Tal fue así, que le costaba entender que diéramos tanta importancia al hecho de tener vacaciones. Había normalizado esa situación.

El modelo familiar monoparental ha existido desde siempre por motivos diversos: mujeres que quedaban embarazadas y no llegaban a formar la familia junto al padre de la criatura, familias que quedaban seccionadas por la muerte accidental de uno de los dos progenitores, por separaciones, etc.

De estas situaciones siempre se hacía una valoración de pesar, de pena, de tragedia, en cuanto que la familia había quedado mutilada al desaparecer una de las dos figuras, y ello pensando principalmente en la infancia, ya que, de pronto, se quedaban sin el padre o la madre; una desgracia por la carencia afectiva que supone.

También lo era para la figura que quedaba al cargo de los niños y las niñas pues al vacío afectivo que conlleva la pérdida de la pareja, se sumaba la dureza que suponía, y supone, la crianza en solitario de los hijos e hijas: tiempo, educación, esfuerzo, economía, etc. Esta situación familiar que describo es la monoparentalidad sobrevenida, difícil de evitar en muchos de los casos, e imposible en otros, pero, mayormente, nunca deseada.

De unas décadas a esta parte la situación ya no es la misma; nuestra sociedad ha sufrido un cambio radical en lo relativo a la comprensión del concepto de familia y a su realización práctica.

Este cambio ha sido drástico y rápido. En la actualidad la monoparentalidad es mayormente consecuencia del deseo de una sola persona, el hombre o la mujer, que, no queriendo formar pareja con nadie, o teniendo dificultad para ello, deciden tener un hijo en solitario. Esto es la monoparentalidad elegida. A día de hoy la inmensa mayoría de familias que se forman de este tipo están compuestas por una madre y uno o varios hijos, siendo así que se le llama monomarentalidad…

Todo lo referido a la familia afecta al corazón mismo de la sociedad dado que las familias son los ‘ladrillos’ con los que está construido el ‘edificio social’, por tanto, cualquier cambio que se pretenda introducir en el modelo familiar debería hacerse con extrema cautela y prudencia, máxime habiendo niños y niñas de por medio.

La satisfacción de los adultos o las necesidades de los menores

Se lleva varias décadas legislando para favorecer la existencia de este modelo familiar y en consecuencia se está incrementando de forma muy notable. Sería bueno preguntarnos si este cambio familiar-social es un cambio positivo o negativo. La respuesta que nos demos a esta cuestión es de suma importancia y principalmente puede depender de dos enfoques distintos que se pueden hacer. A qué damos más importancia: a la satisfacción de los deseos de los adultos o a la satisfacción de las necesidades de la infancia.

No está de más recordarnos que para construir una sociedad justa hay que anteponer siempre las necesidades de los más débiles, en este caso los niños y las niñas, y, por supuesto, antes que los deseos de cualquiera.

Seguramente no habrá persona que deje de aceptar que, para los hijos, para un niño, una niña, se desee siempre lo mejor: amor, cariño, una sana alimentación, vestimenta digna, vivienda apropiada y una buena educación, e incluso poder celebrar sus cumpleaños con sus amigos, etc., etc., etc. Se comprende esto fácilmente. Lo que resulta llamativo es que se acepte con toda naturalidad que, en lo mejor para el niño y la niña no vaya incluido también poder tener un padre y una madre. Una sana y equilibrada alimentación (proteínas, vitaminas, etc.), tal y como la naturaleza pide, se intentan proveer como condición básica, es lógico; sin embargo, tener las dos figuras a la vez, la madre y el padre, se considera que no forma parte del lote de necesidades básicas de la infancia, que también pide su naturaleza humana afectiva, psíquica y relacional. Esta carencia conscientemente creada, legislada, se ve hoy con total naturalidad.

En la monoparentalidad elegida la figura del padre o de la madre no se consideran importantes y por tanto se priva de una de ellas al niño y la niña, con el consentimiento de la ley y el agrado social, despreciando que la riqueza y seguridad que puede aportar tener padre y madre nunca puede aportarla una persona sola, sometiéndolos así, además, a una situación de gran vulnerabilidad en cuanto que, si la única figura presente quedara impedida, o desapareciera, se vería sin su segunda figura, padre o madre, que se hiciera cargo de ellos. Así las cosas, es el Estado el que ahora pasa a cubrir ese déficit de seguridad material por medio de ayudas. Pero lo relacional, afectivo, educativo, etc., se le hura al menor.

La familia monoparental por elección, modelo en auge, es hoy matriz de alumbramiento de un sinfín de niños y niñas huérfanos de padre o madre. Presentar hoy a una niña al colegio calzada con un único zapato sería interpretado, lógicamente, como signo de grave irresponsabilidad, de trastorno mental más bien. Sin embargo, presentarlo privada del padre o de la madre, consciente e intencionadamente, es visto como signo de tolerancia, progreso y evolución. ¿Qué nos está pasando que damos menos importancia a un padre o a una madre que a un zapato? ¿Cabría preguntarnos si el principio motor de este modelo familiar no será, quizás, el culmen del individualismo egoísta, fruto de esta cultura tan individualista que todos criticamos?

Parece que se legisla principalmente para satisfacer los deseos de los adultos, quedando en segundo lugar las necesidades de la infancia; o se piensa sólo en satisfacer sus necesidades físicas, sin tener en cuenta que se debe garantizar su crecimiento integral en todas sus dimensiones. ¿Una madre y un padre, los dos en conjunto, no son una necesidad? ¿Cuál de nuestros padres consideramos que ha sobrado? ¿Cuál de nosotros consideramos que sobramos para nuestros hijos? ¿Somos menos necesarios que una vestimenta adecuada, sana alimentación, etc.?

Si nos contestamos a nosotros mismos que nadie sobra o ha sobrado ¿Por qué nos quedamos indiferentes ante la realidad de los niños y las niñas a los que se les somete a carecer de padre o madre, o incluso defendemos activamente que esas situaciones se produzcan?

Normalización de las carencias

La normalización de realidades negativas favorece que las referencias éticas y morales se desdibujen y prácticamente desaparezcan o se inviertan. Si a esto sumamos que vivimos en unos tiempos donde las prisas, las nuevas tecnologías y el exceso de información dificultan enormemente el silencio, el sosiego y la reflexión y, por tanto, el desarrollo de la capacidad crítica, ocurre que el ejercicio de esa capacidad crítica se ve tan mermado que situaciones que son cuando menos muy cuestionables en unos casos, o directamente condenables en otros, pasan a ser realidades no solo tolerables sino incluso moralmente defendibles desde esa nueva normalidad.

Sin pretender equiparar situaciones, esto ha pasado mucho a lo largo de la historia: esclavitud, pena de muerte, opresión de la mujer, dictaduras, explotación infantil, matrimonios concertados y un largo etc. Estas situaciones que expongo, y otras muchas, que ahora las vemos escandalosas, moralmente reprobables, condenables incluso, en otros momentos, incluso hoy en algunos sitios, estaban o están protegidas legalmente, aceptadas y ferozmente defendidas…

¿Acaso no sería mejor para el niño y la niña, más respetuoso con él y ella, que quien quiera tenerlos asegure que vaya a tener las dos figuras: padre y madre? “Dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán los dos una sola carne” Mt. 19, 3-12. En el amar no cabe privar a la persona amada de lo que necesita.

El auge de la monoparentalidad elegida es por tanto consecuencia de la cultura que se va instalando, modelada por lo que el papa Francisco llama ‘colonizaciones ideológicas’, afectando gravemente nuestro criterio sobre esta realidad y por tanto dificultando seriamente que podamos seguir defendiendo el mayor bienestar del niño, considerando como un valor a proteger el que tenga su padre y su madre.

No se pretende con este artículo juzgar a nadie, sino hacer una crítica a esta cultura que propicia este modelo familiar en el que el niño y la niña privados de poder tener padre y madre, nacen huérfano de uno de los dos.

Preguntaba al principio si este cambio familiar-social que se está dando es para mejor o para peor. Pienso que podría estar bien que cada uno valorásemos si una sociedad que da más importancia a la satisfacción del deseo del adulto que a la defensa de las necesidades del niño y la niña permitiendo que se les prive de tener padre o madre, es una sociedad mejor o peor.

Lo políticamente correcto hoy, lo ‘respetuoso’, es aceptar esta y otras realidades acríticamente. A quien osa cuestionarlas es tachado de retrógrado e intolerante. Pero no hay retroceso ni intolerancia de ningún tipo, sino todo lo contrario, en defender el mayor bienestar de los niños mucho antes que algunos cuestionables deseos de los adultos.

Caso aparte se puede considerar la monoparentalidad por adopción, que es preferible antes que la permanencia de un niño en la frialdad afectiva de un orfanato. Pero, en cualquier caso, ¿no sería preferible que la prioridad para adoptar la tuviera siempre antes una pareja que una persona en solitario?

Respecto a lo que contaba al principio sobre la vida laboral de mi padre, afortunadamente fueron muchas las personas que no normalizaron el haber vivido una vida sin conocer el descanso vacacional, sin apenas derechos, y lucharon por ellos. Considero que de la misma forma no deberíamos normalizar que a los niños se les condene a la injusticia de no poder tener un padre y una madre, y a luchar porque eso no sea posible con el amparo de la ley y el beneplácito social.