Descansar en Dios

Descansar en Dios
Foto: Benis Arapovic (vecteezy)
Terminadas las tareas del curso, se abre ante nosotros la perspectiva del merecido descanso. Podemos vivirlo en clave de contemplación y amor porque nuestro descanso también ha de hacerse experiencia de fe.

Acojamos la invitación de Dios a descansar con él, a descansar en él, que nos hace Jesús (Marcos 6, 30-34) y hagámoslo en compañía fraterna, sin perder la mirada a la vida que habitamos.

Aprovechemos para reconocer y agradecer –el don de la fraternidad– que nuestro camino siempre es un camino compartido. El encuentro de cada persona con Jesús se mueve entre el asombro –sin asombro no podemos captar el misterio de Jesús– que nos lleva a preguntarnos, a buscar, a seguir a Jesús y la acogida de lo cotidiano –solo ahí se nos hace accesible el Dios encarnado– que nos permite aprender en la normalidad de la vida a descubrir, ver, reconocer la presencia de Dios en las personas y los acontecimientos, en lo más normal de nuestra vida. Y para eso, nos basta la Gracia (Marcos 6, 1-6).

Nuestro descanso es ocasión de recuperar la conciencia agradecida de que somos elegidos y enviados; la iniciativa primera, la llamada son del Señor. No somos los propietarios del evangelio, sino sus portadores. Nuestra respuesta requiere esa primera llamada. La conciencia de que eso conlleva salir de nosotros mismos, dejar lugares, salir a otras periferias, andar otros caminos, a donde el Evangelio que vivimos nos lleve. La conciencia de que este evangelio que vivimos y anunciamos es buena noticia capaz de transformar la vida, de provocar signos del reino, de dominar las fuerzas deshumanizadoras de nuestro mundo y de humanizar la existencia de todos (Marcos 6, 7-13).

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El tiempo de descanso es tiempo, también, de milagro: del milagro de la solidaridad (Juan 6, 1-15). La Eucaristía es la cena del Señor. Es una vivencia anticipada de la fraternidad del reino. Tenemos que recuperar la Eucaristía como signo y vivencia de fraternidad y comunión entre nosotros. La cena del Señor es sacramento del reino. No tenemos que esperar a que desaparezca la última injusticia para poder celebrar nuestras eucaristías, pero tampoco podemos seguir celebrándolas sin que nos impulsen a comprometernos en la lucha contra toda injusticia y a vivir una vida eucarística que vaya desvelando la manera posible de vivir el reino hoy, aquí.

Hay muchas hambres y hay mucho que compartir y tenemos lo necesario: compartir lo que somos y tenemos cada uno con los necesitados y estar dispuestos a acoger lo que ellos pueden compartir con nosotros también. Aunque nos parezca poco o desproporcionado o insuficiente. Hemos de recordar que nuestros bienes son don del Padre a la humanidad, que se nos dan para ponerlos al servicio de los hermanos. Hemos de experimentar que no podemos reconocer sinceramente a Dios como Padre y seguir acaparando y desentendiéndonos de tantos seres humanos sumidos en la miseria. Se trata de colaborar por la existencia posible de todos y todas.

Sin la solidaridad que nace de la Eucaristía, la comunidad cristiana es pura ficción. Y sin Eucaristía no es posible la fraternidad solidaria del reino.