#8M2024 contra la invisibilidad: Volver a recuperar los árboles del bosque
Las efemérides, los días señalados del calendario, las luchas que adquieren rango de santoral se convierten, con demasiada frecuencia, en frondosos bosques después de ser semilla germinada y expandida por el viento.
Si volvemos sobre nuestros pasos, vemos cuánto cuesta, después de ver árboles y árboles, dar el salto cualitativo que nos permita percibir un bosque que dé sentido a lo que nos parecían rarezas o casos aislados.
Y siendo ese salto necesario y siendo muy útil nombrar las luchas, no lo es menos ver dónde hunden sus raíces. Queriendo ser bosque, qué peligroso es olvidarnos de que no hay bosque sin árboles.
Si alguna cosa ha reivindicado el feminismo de las últimas olas, ha sido, precisamente, la vuelta a la medida humana. Pero esta vez, teniendo en cuenta que, la medida humana pasa por nombrar a las mujeres, por mirar con sus ojos, por reivindicar las pequeñas cosas que tan femeninas eran pero tan desterradas estaban de la Historia con mayúsculas.
Cuando el feminismo, en este todavía reciente siglo XXI, habla de poner la vida en el centro le da otra vuelta de tuerca al giro copernicano. Y reclamamos hacer grande y escribir con todas sus letras aquello que mantiene la vida: las manos que la sostienen, aquellas sin las que ni el patriarcado ni el sistema capitalista se mantendrían. Las manos que cuidan.
Esas manos tienen nombres: Inés, Fátima, Pilar, Malika, Ana, Dolores, Amina, Marcela, Margarita…
Son las mujeres que cuidan a nuestros mayores, a las personas dependientes, a nuestros hijos e hijas. Las que trabajan sin contratos justos, las que no tienen horario de jornada ni posibilidad de ejercer el derecho a la huelga. Las que enferman en el trabajo sin que sus enfermedades se reconozcan. Aquellas cuyo cansancio crónico no tiene coeficientes reductores, las que cuidan fuera y vuelven a casa y siguen cuidando, las que trabajan en empleos públicos en malas condiciones porque sus trabajos no cotizan al alza en la sociedad y las que lo hacen en empresas privadas todavía en condiciones peores. También las invisibles a las que no vemos cuando nos alojamos en hoteles o las que nos hablan a través del teléfono para ofrecernos los mil productos que el sistema necesita vender para seguir manteniéndose.
Son un ejército invisible que salva nuestras más o menos confortables vidas y con las que tantas veces somos, en el mejor de los casos, paternalistas. Las tenemos a nuestro alrededor y, queriendo ser comprensivas, a veces las tratamos como si fueran de la familia; pero aun así, mantenemos la distancia suficiente para no marchar codo con codo en la reivindicación de derechos que no nos conciernen.
Desde nuestro relativo confort, nuestro pequeño mundo o nuestras complicaciones cotidianas –que también las tenemos–, nos cuesta pensar que quien trabaja en el centro donde están nuestros mayores o cuida a nuestra prole en el comedor del colegio; quien acude a nuestra casa o limpia los espacios que habitamos, tiene nuestras mismas necesidades. Que necesitan también conciliar sus vidas –porque tienen vida más allá de lo que vemos–, que tienen enfermedades –más allá de lo que resisten en demasía–, que no les es suficiente con llegar a fin de mes –porque también para ellas debería haber vida más allá de la supervivencia–.
Si el feminismo ha de ser la revolución del siglo XXI, deberá ser anticapitalista y, evidentemente, antipatriarcal o no será. Es la revolución que, desde el anarcosindicalismo, queremos bailar y por la que luchamos desde el ámbito laboral.
Secretaria de la Mujer de CGT Valencia