“La energía que ha sostenido la sociedad de consumo nos puede devolver la atmosfera de la prehistoria”

“La energía que ha sostenido la sociedad de consumo nos puede devolver la atmosfera de la prehistoria”
El argentino Eduardo Agosta Scarel, sacerdote carmelita, licenciado en Física y doctorado en Ciencias de la Atmósfera y los Océanos, ha formado parte de la delegación vaticana, como experto del Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral, presente en la cumbre del clima del Dubái (COP28).  Hablamos con él para que comparta su valoración del resultado final y nos explique el camino que queda por recorrer.

¿Cuál es su valoración del resultado de la última cumbre del clima?

Obviamente el acuerdo sobre el fondo de pérdidas y daños ha sido muy positivo, aunque no se ha aprobado por unanimidad, porque algún Estado se ausentó de la votación. Era algo que ya estaba en el documento final de la COP27 de Sharm el Sheij (Egipto) y se llevaba tiempo trabajando para determinar el funcionamiento de la red de asistencia técnica y financiera de Santiago que lo desarrolla. Todavía no está a la altura de la magnitud necesaria, y habrá que seguir trabajando en ello.

El texto final del balance global ha dejado contento a todo el mundo, porque es un menú a la carta para que cada Estado tome lo que quiera y es todavía limitado para lograr la mitigación eficaz del cambio climático.

Desde luego, el gran logro es que, por primera vez, en una cumbre, todos los países han aceptado transitar hacia el abandono de los combustibles fósiles y han escuchado a la ciencia, además, asumiendo la urgencia de hacer todos los esfuerzos posible para lograr el objetivo fijado en París de no calentar el planeta más de 1,5 grados centígrados.

Sin embargo, cada país puede elegir el ítem que le interese. Incluso recurrir a las tecnologías de captura y almacenaje de carbono, cuya experiencia sabemos, como demuestra el ejemplo de Noruega, que no resulta tan efectivo, ni válido para todas las circunstancias, ni mucho menos en la escala necesaria, pero va a servir para continuar la producción de combustibles fósiles. Hay muchas lagunas en la transición, no se ha hablado de cómo asegurar que sea justa, de qué pasa si le pedimos a un estado del sur, como pueden ser Angola o Bolivia, que abandone su producción de gas y cómo se le va a ayudar y compensar.

No se ha llegado a aprobar el tratado de no proliferación de combustibles fósiles y parece que la redacción final tiene serias lagunas… ¿cómo se ha llegado a este resultado?

Estas conferencias de la ONU no son vinculantes y como se tiene que llegar a un texto final, los grandes asuntos aparecen muy diluidos. Los diálogos y la participación, los encuentros bilaterales, las coordinaciones resultan muy interesantes. Se ha escuchado la voz de los más necesitados, las preocupaciones de la comunidad científica y las reivindicaciones de la sociedad civil. Pero después de 11 días de trabajo y de diálogo, con planteamientos muy claros y muy fuertes, la presidencia de la cumbre llegó con su borrador de síntesis con poco que ver con lo trabajado. Eso generó mucho mal ambiente, mucha bronca. A contrarreloj, se logró el documento de balance final. Una veintena de países tienen la capacidad de llegar y mover todo el tablero.

Una veintena de países tienen la capacidad de llegar y mover todo el tablero

La idea es alcanzar el máximo de emisiones en 2025 y luego disminuirlas drásticamente. Dudo que se pueda hacer con lo que se ha acordado. Cuando llegue el próximo balance, no va a quedar otra que hacerlo. Quizás lleguemos tarde. Al menos, hay un grupo bastante amplio de países que sí se toman en serio el abandono de combustibles fósiles.

Algunos han pedido explícitamente un tratado de no proliferación de combustibles fósiles. En lo personal, desde la ciencia y desde la doctrina de la Iglesia, entiendo que es la mejor herramienta, porque se trata de un cuerpo de normas vinculantes a nivel internacional que permitiría el abandono real con el financiamiento, con el apoyo, y con la solidaridad que se requiere. Esto va a llegar en algún momento, va a ocurrir, el diálogo está ya sobre la mesa.

¿Cuál ha sido la postura y el papel del Vaticano?

El Papa se ha expresado con claridad en sus encíclicas, en sus intervenciones y en sus palabras en las cumbres. Defiende la eliminación de los combustibles fósiles de forma equitativa y rápida, siguiendo la ciencia, no dejando a nadie atrás, lo que supone incrementar las renovables, la eficiencia y también la transformación de la sociedad hacia estilos de vida sostenibles y patrones sustentables de consumo y de producción. Eso es lo que hemos trasladado como delegación.

La diplomacia vaticana, más allá del discurso moral, como Estado, consiste en hablar bilateralmente con distintos países, encontrar consensos y apoyos. Algunos países han pedido apoyo al tratado de no proliferación de combustibles fósiles y se ha tratado de acordar estrategias comunes.

¿Cuáles son las principales resistencias para decidir el camino más adecuado para hacer frente al cambio climático?

El petróleo ha sido la principal fuente de energía que ha permitido crear la sociedad de la abundancia y el consumo, en la que se podía hacer casi cualquier cosa. Tenemos que pasar a otra sociedad ajustada a la sostenibilidad, dentro de los límites de un planeta finito, lo que implica una cierta autodisciplina para controlar la voracidad, la depredación y el despilfarro.

Aquí surge, por un lado, la resistencia de la geopolítica y, por otro lado, la dificultad de cambiar el paradigma económico, de dejar atrás la maximización, sin ningún tipo de miramientos, de la ganancia y la explotación de los recursos. Hay muchos intereses económicos, muchos conflictos de poder y un cambio cultural. La abundancia de energía ha favorecido el hedonismo, la búsqueda del puro placer, el consumo inmediato, el gusto sin límite.

¿Es real el dilema que a veces se plantea entre “la vuelta a las cavernas” o “el colapso”?

No vamos a volver a las cavernas, porque tenemos tecnología y conocimientos que nos permiten mantener la calidad de vida, si adoptamos patrones sostenibles, otras maneras de consumir, si dejamos de devorar la tierra. De lo que se trata es de adoptar la simplicidad en el consumo, ser más resilientes, buscar la armonía… Además, está probado que la prosperidad, la felicidad y hasta el gozo no son meramente materialistas, todo lo contrario. Hace falta, por tanto, también una transformación cultural.

Si no lo hacemos, nos enfrentaremos al colapso por el clima. La energía que nos ha traído hasta aquí tiene esa doble cara, puede llevarnos a las condiciones atmosféricas químicas de la prehistoria, cuando la Tierra tenía 14 grados más que ahora, estaba dominada por los dinosaurios. De alguna manera, hemos liberado todo ese dióxido de carbono capturado por la fotosíntesis en muy poco tiempo, generando una catástrofe planetaria.

¿Cómo se va llevar a la práctica el acuerdo de la cumbre del clima?, ¿qué papel deben jugar los Gobiernos, la sociedad civil y la Iglesia?’

Cada país tiene sus tareas. Todos han dicho que hay que escuchar la ciencia y que hay que abandonar los combustibles fósiles, cada cual como quiera. Está claro que algunos países harán las cosas mal o harán cosas que sabemos que no van a funcionar. Los países más avanzados en esta cuestión, la sociedad civil más consciente, los movimientos populares y sociales, la Iglesia… tenemos que seguir siendo consistentes con lo que entendemos que es lo mejor que la ciencia dice que hay que hacer, porque es la herramienta más objetiva para analizar lo que está pasando y porque es lo que ha permitido detectar el problema. Desde los primeras teorías hasta ahora, la ciencia no ha hecho otra cosa que confirmar ese conocimiento, pero la sociedad y la política tardan sus años en escuchar y reaccionar.

La transición ha de ser ordenada y rápida, siguiendo la mejor ciencia disponibles, además de justa y sin dejar a nadie atrás

Hay que hacer caso al tratamiento que la ciencia ha dispuesto, lo que tiene que ver con la rápida desaceleración y abandono, si queremos no ir más allá de ese 1,5 de calentamiento, del umbral de seguridad aprobado en el acuerdo de París. El Papa pide hacerlo de forma ordenada, justa, equitativa, sin dejar a nadie atrás, siguiendo y escuchando a la mejor ciencia disponible, como cuestión de solidaridad global y de justicia climática.