“La gran esperanza para la evangelización es la centralidad del trabajo en el pontificado de Francisco”

“La gran esperanza para la evangelización es la centralidad del trabajo en el pontificado de Francisco”
El actual proceso sinodal, desarrollo del Vaticano II, ensancha la Pastoral del Trabajo y confirma el apostolado obrero como la gran esperanza para la evangelización del mundo actual.

Esta es una de las principales conclusiones compartida por la historiadora y militante de la HOAC, Basilisa López, en su participación en la primera sesión del Aula Rovirosa-Malagón, sobre “Acoger la sinodalidad, a los LX años del inicio del Vaticano II”, celebrada en el Instituto Superior de Pastoral (ISP) de la USPA.

Durante sus intervenciones en la mesa redonda compartida con el especialista en educación, José Luis Corzo y el historiador Juan Mari Laboa, moderada por el director del ISP, Lorenzo de Santos, la militante de la HOAC de Cartagena-Murcia Basilisa López García confesó sentirse hija del Vaticano II, al nacer en “la efervescencia del desarrollo de una Iglesia que se abría paso con muchas dificultades” y crecer en medio de “un posconcilio con una iglesia parroquial polarizada: la Iglesia de los obreros y obreras de la conserva y la Iglesia de los empresarios”.

El mundo obrero católico ya organizado acogió el Vaticano II con gran esperanza, no en vano, “por primera vez, a los obreros cristianos (como seglares) se les reconocía, se les tenía en cuenta en un Concilio”, recordó López.

Para comprender el impacto de este gran acontecimiento en la historia de la Iglesia, López explicó que las asociaciones y movimientos obreros católicos suponían “realidades fecundas, vitales y dinámicas” aunque “a contracorriente y minoritarias”.

De hecho, su desarrollo actúo como “un bálsamo para los censurados y puestos en el punto de mira por haberse adelantado a lo que el Concilio finalmente bendeciría”.

Mesa redonda | Juan María Laboa, Basilisa López, José Luis Corzo y Antonio Ávila

El Concilio confirmó intuiciones del movimiento obrero católico

Para López, “el Concilio, a lo largo de su proceso, fue confirmando muchas de las intuiciones y realizaciones que, con un nuevo talante y metodología anclados en el testimonio y la encarnación desde la fidelidad al mundo obrero y a Cristo, se habían ido desarrollando con muchas dificultades en la década de los 40 y 50”.

Aunque de un modo a veces demasiado “genérico” y con no pocas “limitaciones”, por más que entre los padres conciliares estuvieran el impulsor de la Juventud Obrera Cristiana (JOC), monseñor Cardijn, y su expresidente, Pat Keegam, expuso la historiada, se reconoció “al conjunto de bautizados como Pueblo de Dios” que pasa a entenderse como “Iglesia abierta al mundo, en diálogo con el mundo”, en el que inevitablemente “viven los seglares su fe”, llamados prioritariamente “a transformar las estructuras temporales, en su concreta realidad histórica, para que, en el camino hacia el Reino, sean más justas e igualitarias”.

Dado que “el esfuerzo del hombre para lograr mejores condiciones de vida y de trabajo responde a la voluntad de Dios”, el Concilio reconoce, afirma y defiende públicamente, en la Constitución sobre la Iglesia en el mundo, “la defensa del trabajo como deber y derecho (¡el derecho al trabajo!) por el que el hombre participa de la obra redentora”.

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Este fundamental texto conciliar, siguió explicando la historiadora, recoge igualmente el derecho a la justa redistribución de los bienes, también los creados por las empresas, y finalmente hace una defensa de la propiedad privada como elemento esencial para la seguridad personal, familiar y social.

Retorno a la Iglesia de los pobres

En la Asamblea constitutiva del Movimiento Mundial de Trabajadores Cristianos de 1966 en Roma, su presidente Tibor Sulik y el Cardenal Duval, señalaron como aciertos indudables del concilio: el retorno a la Iglesia de los pobres; la llamada a colocar la Iglesia en el camino de los trabajadores, para ir a su encuentro; y la defensa de los derechos de los trabajadores como lugar de  encuentro y diálogo con el mundo obrero.

El impulso del Vaticano II, 60 años después llega a nuestros días, en opinión de López, quien entiende que “la gran esperanza para la evangelización del mundo obrero, es que en este camino el papa Francisco ha puesto la centralidad del trabajo en el desarrollo de su pontificado”.

La centralidad del trabajo

López recordó que en uno de sus primeros actos públicos, en la Audiencia general en la Plaza de San Pedro del 1 de mayo de 2013, ya proclamó algo en lo que ha seguido insistiendo sin descanso: “el trabajo forma parte del plan de amor de Dios”, al permitirnos “cultivar y custodiar todos los bienes de la creación” y es “un elemento fundamental para la dignidad de una persona”.

En otro momento trascendental de su pontificado, en el encuentro con los movimientos populares, diría: “no os dejéis robar la dignidad… ninguna familia sin vivienda, ningún campesino sin tierra, ningún trabajador sin derechos, ninguna persona sin la dignidad que da el trabajo”, las ya famosas 3T convertidas en criterios de justicia social (cf. Fratelli tutti, 127).

En el camino de escucha y diálogo, que el actual sínodo aspira a convertir en el modo de presencia fructífera de la Iglesia en el mundo de hoy, el mundo del trabajo, “una prioridad humana y por tanto una prioridad cristiana”, supone un gran desafío para la Iglesia entera, lo que implica, como identificó la historiada, citando el libro No os dejéis robar la dignidad. El papa Francisco y el trabajo, de Abraham Canales (Ediciones HOAC), “la Pastoral del Trabajo, desde la presencia y la formación debe encarnarse en cada uno de los continentes, naciones, diócesis…”, practicando “la escucha para conocer y poder discenir, porque acoger la sinodalidad es acoger al otro, y no se acoge ni se quiere lo que no se conoce”.