La disputa por la productividad

La disputa por la productividad
Foto: StartupStockPhotos (Pixabay)

La explicación clásica de por qué los salarios no crecen, ni la jornada laboral se acorta suele ser la falta de productividad. Sin embargo, apenas se cuestiona cómo se reparten las ganancias de eficiencia.

“No hay que trabajar menos para ser más productivos, sino ser más productivos para trabajar menos”, espetó el representante del PP, Juan Bravo Baena, a la ministra de Trabajo, Yolanda Diaz, el otro día en el Parlamento.

Acortar el tiempo de trabajo esperando estimular la productividad, a juicio del parlamentario popular, es “hacerse trampas”, algo así como ponerse “una talla menos de pantalón” para adelgazar, argumentó muy gráficamente durante la parte de su intervención menos política y pretendidamente más técnica (lo que es muy de agradecer y conveniente para poder debatir al menos con cierto rigor) en el debate sobre las 37,5 horas.

La propia ministra le contestó apelando a sus famosos “datos”, como los de la OCDE, que señalan que la productividad por hora trabajada en España había aumentado en un 30% entre 1990 y 2022, mientras que los salarios reales solo lo hicieron un 11,5%.

Al final, aparece la justificación meritocrática, el valor añadido que genera cada estamento, para explicar el desigual reparto de la riqueza

Estadísticas hay para todos los gustos, pero lo cierto es que las ganancias de productividad acumuladas se reparten de un modo muy desigual, favoreciendo más a gestores, accionistas e inversores que a las personas trabajadoras. Esto es tan cierto que al final se recurre a la  justificación meritocrática, la del valor añadido que cada estamento del sistema productivo aporta, que explicaría la recompensa diferencial que corresponde a cada parte.

Aunque hay muchas maneras de calcular  conceptos en sí muy difusos y el resultado final puede variar según los parámetros escogidos, con esta argumentación final se cierra la puerta a cualquier reivindicación salarial de la parte trabajadora.

La cuestión entonces vuelve a remitir a la capacidad que tiene cada agente negociador de hacer valer sus razones (y de poder hacer correctamente los cálculos), a la hora de distribuir la riqueza generada, el beneficio obtenido y las ganancias de productividad.

En España, como por otra parte, en todo el mundo, el peso de los salarios cada vez representa una parte menor de la riqueza. En 2022, las retribuciones de los trabajadores representaban el 55,9% del ingreso nacional, un año en que aumentó en 2,8 puntos debido al escudo social y la recuperación económica, cuando en 1960 alcanzaba el 60,3%.

Un estudio sobre el impacto en salarios y plantillas de la formación en las escuelas de negocio, elaborado por investigadores de las Universidades de Massachusetts y Copenhague, ha llegado a la conclusión de que los directivos educados en esta disciplina las más de las veces no logran aumentar la productividad, ni las ventas, aunque están más que dispuestos a reducir salarios y retribuciones a sus trabajadores.

La investigación señalaba que, tras cinco años bajo la dirección de un consejero delegado con un máster en administración de negocios (MBA), los sueldos se redujeron en un 6% y la cuota salarial cayó cinco puntos porcentuales en empresas de EE.UU., mientras que en Dinamarca los descensos fueron de 3% y de 3 puntos, respectivamente.

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Como era de sospechar, las ganancias van a parar con más facilidad hacia los accionistas y gerentes que a reforzar la masa salarial a repartir entre las personas trabajadoras. Nada sorprendente, la propiedad y la dirección de las empresas suelen tener grandes incentivos, en forma de recompensas financieras, a veces, astronómicas, para aumentar la cuenta de resultados en el corto plazo, y son quienes toman las grandes decisiones estratégicas.

Por el contrario, las personas trabajadoras suelen tener escasa influencia en la dirección de las compañías. Como mucho pueden organizarse para formar un sindicato, allí donde está permitido y siempre con restricciones sobre su margen de actuación.

Con todo, poder formar un sindicato y poder ejercer algún tipo de presión puede ser muy relevante. De hecho, hay estudios que tratan de medir el impacto en las condiciones de vida de la acción sindical.

Los salarios medios crecen más donde hay mejor organización sindical

El Instituto de Política Económica, tiene un informe que lleva el significativo título de Los sindicatos no sólo son buenos para los trabajadores, también benefician a las comunidades y la democracia.

En él, se analiza la relación entre los incrementos salariales y la presencia sindical en los diferentes territorios que componen los Estados Unidos de América. Según sus datos, entre 1979 y 2024, los salarios medios crecieron más en los Estados con mejor organización sindical.

Las familias de estos territorios presentaron ingresos superiores en 12.300 dólares a los de Estados con menos presencia sindical, además de estar cubiertos en mayor media por los seguros médicos y de desempleo. No solo eso, los más sindicalizados gastan más en Educación y son menos propensos a aprobar leyes que restringen el derecho a voto en las elecciones.

En Europa, los sindicatos cuentan con la legislación laboral, el salario mínimo y la negociación colectiva para mejorar las condiciones de vida de la población trabajadora en general, no solo de sus afiliación, aunque en las últimas décadas la influencia sindical está perdiendo terreno en todo el viejo continente.

Tal vez sea esta pérdida de relevancia la que explique, por los menos, en parte, los bajos salarios, la baja productividad y, sobre todo, el desigual reparto de la riqueza tanto dentro de cada país como de cada empresa. De ser así, entonces, parece que tan importante puede ser mejorar la productividad como reforzar la acción sindical, para equilibrar la balanza entre las ganancias de capital y las ganancias del trabajo.