Solo en Dios la esperanza

El Evangelio que predicamos deja de ser buena noticia si no es, en primer lugar y sobre todo, la buena noticia para las personas contra las que se está pecando. Y hoy, una execrable encarnación de los martirizados por el pecado social es Gaza. No tomar partido por Gaza es ir en contra del evangelio de Jesús. Todo lo que no pase por dar esperanza a los pobres martirizados de nuestro tiempo, es blasfemar del nombre de Dios.
Y ¿quién puede dar esta esperanza a los pobres? Solo aquellas comunidades que han hecho del Evangelio del reino su «Todo», como Jesús, que llevó su compromiso hasta el final, regalándonos así, con su Espíritu, la esperanza que no defrauda, «porque el Amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones…».
La esperanza que salva solo puede ponerse en Dios, no en instituciones, ni partidos, ni científicos… utilísimos, por supuesto, hasta que… descubrimos sus debilidades y traiciones a los pobres, porque primero es el rearme y la seguridad de los ricos. ¿Dónde están los movimientos por la paz que se movilizaron cuando la guerra de Irak?
Tampoco las ideologías pueden dar más de sí que ser una pobre luz que se apaga en la noche. Las valoramos en lo que valen, apreciamos su contribución, pero el fundamento absoluto de nuestra esperanza es solo Dios. A muchas personas, les parece que «poner toda su esperanza y confianza en Dios» es una evasión piadosa. ¿Cómo hemos llegado a esta infamia? ¿Cómo se ha llegado a pensar que «confiar en Dios» equivale… a pura evasión de beatos? Si quiero saber qué es confiar en Dios de verdad, miro a Jesús.
La esperanza que salva, en quien menos puedo ponerla, desde luego, es en mí mismo.
La esperanza que ponemos en Dios es la esperanza de las grandes causas, la que tiene que ver con toda la humanidad, con la tierra, que gime por nuestro capitalista estilo de vida. «Venga a nosotros tu reino», le pedimos a Dios. Porque para las esperancitas de ir por casa, nos bastamos a nosotros mismos. ¡Y cuántos nos pasamos la vida entretenidos en miles de esperancitas insustanciales! Y, mientras, nuestros hermanos agonizan en una vida indigna y el planeta va a la deriva…
El objeto de la esperanza cristiana es el bien común de todos los seres humanos, comenzando desde abajo, y de toda la creación. Las esperanzas de un futuro mejor para mi familia y para mi país… es pura mierda, porque mi mejoría, si no es dentro del bien común, solo puede hacerse a costa de los más pobres. No hay esperanza más alegre que la de trabajar por el bien común (¡y mucha gente lo está haciendo, gracias a Dios!), porque es trabajar en la obra de Dios, que, como dijo Jesús, es el buen trabajador: «Mi Padre continúa obrando».
Y entonces me ahoga una desesperación.
¿Cómo se debe hablar de Dios a la vista de la inescrutable historia de sufrimiento del mundo, de «su» mundo? Esta pregunta no puede ser respondida nunca de manera concluyente y, por eso, hay que impedir que sea olvidada.
De esta pregunta elemental pende la pregunta elemental acerca del futuro del ser humano, de que su esperanza no sea en vano.
Estoy convencido que las crisis que sacuden nuestras sociedades occidentales tienen su fuente original en la indiferencia y olvido del sufrimiento del otro: los abajados, los diferentes, los apestados, el lumpen, los emigrantes pobres, los subalternos, los discapacitados, los abandonados a su suerte (¡oh, palestinos!), porque primero han sido deshumanizados por el gobierno fascista de turno… En una palabra, los «olvidados», los nadie, los siempre «pasados por alto», los que no importan, los que siempre estorban…
¿Qué ser humano puede salir de este mezquino ser indiferente a la historia del sufrimiento?
¿Y dónde estoy yo colocado? ¿Y dónde, sobre todo, voy a estar colocado a partir de ahora? Ahora dejo mi infame indiferencia, mis circulares proyectos personales… y me acojo a la Grande Esperanza que inició aquel Jesús, humano como yo en sus necesidades, pero incomparable en su proyecto salvador ¡hasta la cruz!, por los últimos de los últimos. Desde entonces, de echar nuestra suerte con los «nadie» masacrados, depende el que uno sea humano o fascista, persona o bestia, ser viviente o pura chatarra.
«Señor, me ciño los lomos, pues he puesto mi esperanza sin reservas en Ti; estoy preparado para partir, he renunciado a todos los cálculos sobre el futuro, tengo un respeto humilde de los límites puestos a nuestro conocimiento, someto mis deseos a las exigencias de las luchas en las que me has involucrado al nacer en este tiempo y en este espacio. Y marcho alegre, unido a mis pobres hermanos, protegidos por la animosa esperanza, bien unidos a Ti, Jesús, iniciador y consumador de nuestro pobre compromiso…
Oh, Jesús, ¿qué podría pedirte? Que sea tu Espíritu el que interceda por nosotros, el que nos acompañe con su Gran Esperanza en esta lucha desigual contra la infamia, pues sabemos, bien lo sabemos, que no se nos ahorrarán «dificultades, angustias, persecuciones, hambre, desnudez, peligros…», pero, todo eso lo superaremos de sobra, porque sabemos de quién nos hemos fiado, y nada mi nadie podrá separarnos de Ti, porque Tú nos amas con locura. ¡Oh, Jesús! no permitas que esta esperanza sea defraudada en los que se glorían de llevar tu Evangelio a los nadie y olvidados. ¡Qué tu Iglesia sea la gran esperanza de los pobres!». •
Libros que recomiendo
(sobre todo para leer en grupo)
Maiso, Jordi (2022). Desde la vida dañada. La teoría crítica de Theodor W. Adorno. Madrid, Siglo XXI.
Metz, Johann Baptist (2007). Memoria passionis. Una evocación provocadora en una sociedad pluralista. Santander, Sal Terrae.
Sicre, José L. (1984). Con los pobres de la tierra. La justicia social en los profetas de Israel. Madrid, Ediciones cristiandad.

Consiliario de la HOAC de Segorbe-Castelló