Altares de dignidad: Francisco en un cónclave sindical… y en la fábrica

Altares de dignidad: Francisco en un cónclave sindical… y en la fábrica
FOTO | Francisco en la asamblea realizada en al siderúrgica de Ilva (Génova, Italia, 2017)

En la reciente clausura del congreso de CCOO Industria, la vicepresidenta del Gobierno y ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, pronunció unas palabras que merecen ser destacadas no solo por su contenido, sino por el momento y el lugar en que fueron dichas. En un acto sindical –tengo que reconocer que me interpeló de inmediato– ante centenares representantes de los trabajadores y las trabajadoras –una de las principales organizaciones federales del sindicato que lidera Unai Sordo–, citó de forma muy sentida a Francisco. “He tenido la suerte de conversar mucho con el papa Francisco y hoy quiero citarlo expresamente. Él escribió: ‘El trabajo es con derechos o es esclavo’”.

Más allá del respeto que sus palabras transmiten hacia Francisco, lo verdaderamente significativo es el reconocimiento de su figura como un referente mundial en defensa del trabajo decente. Díaz lo sintetiza así: “Es el embajador del trabajo decente en el conjunto del mundo”. Una afirmación que no suena a mero elogio retórico, sino a una constatación política de primer orden.

Lo prueba el contraste que ella misma traza entre Francisco y el presidente Trump: “Las palabras del papa Francisco contrastan singularmente con las palabras de Trump, que no hacen más que mostrar la destrucción del bienestar, el ataque sistemático a los sindicatos […] y sobre todo, poner en riesgo hoy la economía mundial”. En esa misma dirección, se expresaron los líderes de CCOO y de UGT en la presentación del Primero de Mayo al destacar el liderazgo global del Papa.

En tiempos marcados por la deshumanización y la polarización política, la desafección y desvinculación democrática, así como de la necesidad de seguir conquistando trabajo decente y derechos tan esenciales como el acceso a techo en condiciones dignas –por poner solo un ejemplo–, que una vicepresidenta del Gobierno español reivindique públicamente al papa Francisco como faro en cuestiones sociolaborales no es una anécdota, sino una señal de que su magisterio trasciende… una cuestión que entronca con otro tema: la debilidad de liderazgos globales que levanten la bandera por la justicia social, como también deja entrever Díaz.

No es casual, tampoco, que Díaz lo haga recordando sus propias conversaciones con el pontífice —sigo estando convencido que ese diálogo debe tener recorrido en nuestro país— y viajando a Roma para despedirlo junto al Jefe del Estado y otros miembros del Ejecutivo. Este gesto refuerza la percepción de que Francisco ha sido –sigue y seguirá siendo— una referencia ineludible para quienes buscan políticas relacionadas con el bien común y la justicia social. Su magisterio –disculpen mi atrevimiento– ofrece luz e inspiración.

Génova, una “asamblea histórica” con olor a catedral

El caso es que esa interpelación que anotaba al principio, me hizo recordar el hito histórico de la presencia de Francisco en la siderúrgica de Ilva, durante su visita pastoral a Génova en mayo de 2017 –relatada en No os dejéis robar la dignidad–, que ayuda a comprender el calado de este legado. Aquel encuentro con el mundo del trabajo fue definido por los trabajadores como una “asamblea histórica”, en la que el Papa escuchó, dialogó y reflexionó con un empresario, una sindicalista, un joven en formación y una mujer desempleada, ante tres mil personas. “Ese día será como entrar a una catedral”, dijeron algunos. Y no era una metáfora.

Allí Francisco pronunció algunas de sus palabras más profundas sobre el trabajo como lugar de dignidad, fraternidad y espiritualidad… lugares del pueblo de Dios, “donde hay un trabajador, ahí está el interés y la mirada del amor de Dios”, afirmó, añadiendo una advertencia de plena actualidad: “El trabajo no se considera con la dignidad que tiene y que da”.

Para Francisco, el trabajo no es un mero bien económico, sino un derecho fundamental ligado al ser humano y al cuidado del planeta. Por eso alertó contra las lógicas de la especulación, el individualismo, la competitividad extrema y la meritocracia que “legitima la desigualdad” y convierte a las víctimas de las injusticias en “culpables”. Desde Génova, trazó además una línea política al señalar que “el objetivo no es ‘renta para todos’, sino trabajo para todos. Para vivir, no basta con sobrevivir. Para vivir, es necesario el trabajo”.

El trabajo —insistió— edifica el pacto social, fortalece la democracia, forma personas, da sentido –toda una tradición cultural ligada a las organizaciones de trabajadoras y trabajadores–. En este sentido, abordó una de las principales problemas del mundo del trabajo: el desempleo y la precariedad. Cuando se trabaja poco o mal, cuando no se trabaja “es la democracia la que entra en crisis, es todo el pacto social”, dijo. Desde esta perspectiva política, el paro y el “trabajo indigno o mal pagado”, en su palabras, atenta contra el derecho al trabajo recogido en distintas Cartas Magnas como la italiana o la española.

Un legado para cuidar… y continuar

Es, en este contexto, donde cobran todo su peso las palabras de Yolanda Díaz. El papa Francisco no solo fue un referente para la Iglesia y las personas creyentes, sino un “referente para la humanidad”, en expresión de la propia vicepresidenta. Y si hoy se le evoca desde una tribuna sindical, es porque su palabra, sus gestos y su coherencia ha calado –qué agudo fue monseñor Algora– profundamente en quienes luchan por la justicia social y por un mundo más fraterno y esperanzado.

Por eso, su legado es una herencia viva que interpela a la gente de buena voluntad que esté en cualquier institución de la plaza pública (gobiernos, partidos, sindicatos, movimientos sociales, empresarios, medios de comunicación…). Francisco nos deja la tarea de seguir cuidando el mundo del trabajo, defendiendo el trabajo decente —”porque promueve el bien del pueblo (Cfr. Fratelli tutti, 162)”—. Nos deja, en suma, una brújula ética en tiempos convulsos de incertidumbre y desconfianzas.