Hungría: una Iglesia en ascuas
Después de la persecución comunista, se anuncia una “extraña persecución” de la Iglesia húngara: la de la fragilidad y las contradicciones. Recogiendo confidencias, noticias y testimonios, a veces incluso contradictorios, se obtiene una imagen mucho menos brillante que la proporcionada con ocasión de la conferencia eucarística internacional de 2023.
Los ambiguos legados del comunismo
Un paso atrás en el tiempo. La Iglesia católica en Hungría durante el período del comunismo fue perseguida, pero gozaba de gran estima por parte del pueblo. La asistencia a la iglesia constituyó una resistencia silenciosa contra el régimen y contra el intento de borrar la identidad cultural y religiosa del pueblo.
Después de la caída del régimen comunista, hubo una importante entrada en la Iglesia de muchas personas. Se encendió una gran esperanza. Se buscó la novedad y hubo un fuerte empuje hacia lo trascendente. Pero la Iglesia se lanzó de cabeza a exigir la recuperación de sus bienes. Disminuyó la estima de la gente que constataba el deseo de bienes en lugar de la cura de las heridas del régimen anterior. En esta Iglesia, por debilitada que estuviera, sucedió que los excomunistas volvían para protegerse y aparecer como buenos ciudadanos. Los antiguos miembros del partido se aprovecharon de la situación alcanzando puestos de responsabilidad en los consejos pastorales de las parroquias y, con hábiles maniobras, ocuparon importantes responsabilidades en instituciones y organismos de la Iglesia, como Cáritas.
El abad de la histórica abadía de Pannonhalma, Cirill Tamas Hortobagyi, habló recientemente de otro flagelo: los espías e informantes de la época del régimen no solo estaban entre el pueblo, sino también en la Iglesia. Entre ellos había clérigos, que se vieron obligados a colaborar. Después del comunismo no hubo ningún trabajo de esclarecimiento, su identidad no fue revelada. Incluso hoy en día hay algunos que pueden ser chantajeados.
En las parroquias, el consejo pastoral tenía un papel importante. Si el sacerdote no era aceptado, vivía en la soledad, cuando no, en el desprecio. Los verdaderos referentes podían ser el sacristán, el director de la schola cantorum, el presidente del consejo parroquial. Figuras que también tenían peso en relación con la autoridad política.
Cuando se sustituía a un párroco, el consejo no cambiaba. De este modo, el nuevo párroco quedaba a merced del consejo y estaba condicionado. Podía suceder que antiguos miembros del partido, ambiciosos y ávidos de poder, formaran parte de él. En cada parroquia había dos o tres familias más prominentes, a menudo en confrontación con el párroco. Y si este tenía alguna debilidad (alcoholismo, vinculaciones femeninas, tendencias homosexuales) quedaba atrapado en sus manos.
Hoy, la secularización
Hoy Hungría es un país secularizado. Muchas familias no llaman al párroco para la bendición de la casa. Su soledad aumenta. En las localidades rurales y periféricas, el sacerdote debe ocuparse de dos, cinco, hasta quince parroquias. Está solo, sin colaboradores, vive en soledad. No es de extrañar que busque consuelo en el alcohol, sufra depresión, busque una mujer o practique su homosexualidad.
Se ha perdido la estima por el clero, especialmente a causa de los numerosos abusos. La acusación se repite: los sacerdotes son falsos, viven en concubinato, son pedófilos. El clero fiel se siente rodeado y sometido a insinuaciones, incluso por parte de los colegas. Para algunos, los sacerdotes homosexuales serían incluso más numerosos que los heterosexuales. El reciente caso de Gergo Bese conocido como un “sacerdote del gobierno”, amigo de Orban, da testimonio de ello. Se pronunciaba contra la homosexualidad y se le encontró implicado en sucios juegos. Las grabaciones de su comportamiento están circulando en Internet. El escándalo se ha extendido a otras figuras eclesiales. Hubo una investigación en su contra que finalizó con su renuncia.
La gente sufre por esto y acusa a los obispos de no abordar los problemas del clero. Se denuncia la falta de discernimiento en la acogida de los seminaristas. Los obispos también guardan silencio sobre asuntos civiles como la salvaguarda de los domingos.
El gobierno no se toca. El salario del sacerdote es modesto, mientras que el gobierno de Orbán da enormes sumas para la reconstrucción de iglesias, seminarios y centros pastorales. Las grandes sumas llegan al obispo, que elige a voluntad el arquitecto, el director de obra, el topógrafo y el diseñador. Con posibles y evidentes problemas críticos. Sobre todo, cuando los costes suben más de lo necesario.
Los fieles bajan, los escándalos crecen
Y todo esto mientras las iglesias se vacían y las sectas prosperan. Los datos del censo de 2022, hechos públicos en 2023, muestran una tendencia preocupante: dentro de veinte años, el número de católicos se reducirá a la mitad. En 2011, 3,7 millones se declararon católicos. En 2022, cayeron a 2,6 millones en una población de 9,6 millones. Nadie parece asumir la responsabilidad de la situación. Una buena parte de los católicos no consideran importante su fe. Están cansados y decepcionados.
Si un sacerdote se pronuncia en contra del gobierno, es rápidamente censurado. Es lo que, incluso, le pasó al actual presidente de la Conferencia Episcopal, Andras Veres. Durante la fiesta de San Esteban, transmitida por la televisión estatal, criticó al gobierno por ayudar la reproducción asistida. Inmediatamente se inició una investigación sobre el director de una escuela de la que es responsable el obispo. El obispo emérito de Vac, Miklos Beer, es más libre, pero se le considera marginal.
El caso de Pannhonalma, la abadía húngara más antigua y prestigiosa, es objeto de un debate crítico. Un monje docente abusó de niños durante décadas. Cuando la noticia explotó, el abad concedió una entrevista en la que hablaba de los tocamientos imprudentes. El monje se fue al extranjero, reducido al estado laical, pero sin juicio civil, sin sanción. Otros casos han sido encubiertos. Se habla del escándalo de Hodasz, un joven sacerdote muy popular, que fue suspendido del ministerio y reveló que era gay.
El dinero de Orbán
El gobierno de Orbán sigue causando una buena impresión en la Iglesia. El nuevo campus de la Universidad Pazmany ha recibido decenas de miles de euros. El arzobispo de Veszprém recibió una suma considerable. De algunos obispos se habla mucho. Causó sensación el caso de un famoso periodista, muy vinculado a Orbán, que, a propósito de la inmigración, llamó al Papa “viejo demente”. No hubo reacción por parte de los obispos.
Los impulsos nacionalistas y el elitismo prevalecen en la Iglesia, mientras que las comunidades cristianas de los suburbios y de las zonas agrícolas sufren. En la reciente visita del Papa, los poderosos y los jerarcas han causado una buena impresión, no tanto la gente sencilla de los creyentes. Algunos sacerdotes, vinculados a la orientación política en boga en la actualidad, se sienten protegidos y siembran la discordia, atacando a los hermanos más apegados a la tradición secular y conciliar.
Las cifras de los sacerdotes que abandonan el ministerio son importantes. Incluso durante este año. Tanto el prefecto de estudios del seminario de Eger como el rector del seminario pontificio húngaro en Roma se han ido. Tras el escándalo del padre Gergo Bese, los obispos húngaros han permanecido en silencio durante mucho tiempo. Quien lo ha roto ha sido el presidente de la Comisión para las Familias de la Conferencia Episcopal, Mons. Zsolt Marton (de Vȧc), en una carta que publicó el pasado 9 de diciembre con motivo del Año Santo.
“Como obispo responsable de la pastoral familiar, con gran pesar, pido disculpas a Dios, a los niños, a los jóvenes y a sus familias, a todos aquellos que han sufrido abusos de alguna manera por parte de los ‘siervos’ de la Iglesia. Haremos todo lo posible para que no se repitan situaciones abusivas en el futuro y, en plena consonancia con el principio de ‘tolerancia cero’ proclamado por el Santo Padre, continuaremos el trabajo ya iniciado con vistas a la prevención. Creo que Jesús nos habla incluso en estas situaciones de prueba de fe. Él es el que cura las heridas. Rezo por todas las familias católicas para que no pierdan su fe y puedan aliviar las heridas que se les han infligido. Confío en que habrá personas en su contexto de vida que ayudarán a vendar estas heridas, brindándoles comprensión y consuelo”.
Antes de esta carta, la única voz que pidió perdón fue la del obispo emérito Miklos Beer. El prolongado silencio pesaba mucho. Se archiva el sufrimiento de la persecución comunista, pero no el de los escándalos y las penurias pastorales.
•••
Artículo de Lorenzo Prezzi y Francesco Strazzari publicado originalmente en Settimana News de Italia. Traducción al español realizada por Jesús Martínez Gordo.
Estudios de Teología en el Seminario de Vicenza. Licenciatura en Filosofía en la Universidad de Padua. Actualmente es redactor y enviado de SettimanaNews. Miembro del equipo de la unidad pastoral de Sovizzo-Tavernelle (Vicenza) Italia.