«¿Qué hemos de hacer?»
Lectura del Evangelio según san Lucas (3, 10-18)
En aquel tiempo la gente preguntaba a Juan: –¿Qué tenemos que hacer?
Y les contestaba: –Quien tenga dos túnicas, dé una a quien no tiene, y quien tenga comida compártala con quien no tiene.
Vinieron también a bautizarse algunos de los que recaudaban impuestos para Roma y le dijeron: –Maestro, ¿qué tenemos que hacer?
Él les respondió: –No exijan nada fuera de lo establecido.
También los soldados le preguntaban: –¿Y nosotros qué tenemos que hacer?
Juan les contestó: –A nadie extorsionen ni denuncien falsamente, y conténtense con su sueldo.
El pueblo estaba a la expectativa y todos se preguntaban si no sería Juan el Mesías. Entonces Juan les dijo: –Yo los bautizo con agua; pero viene el que es más fuerte que yo, a quien no soy digno de desatar la correa de sus sandalias. El los bautizará con Espíritu Santo y fuego. En su mano tiene la horquilla para separar el trigo de la paja y recoger el trigo en su granero; pero la paja la quemará con un fuego que no se apaga.
Con estas y otras muchas exhortaciones anunciaba al pueblo la buena noticia.
Comentario
La semana pasada presentábamos a Juan “el bautizador”, alguien que prepara el camino del Señor, que invita a estar atentos, pendientes de otras cosas que no sean aquello que la prensa, la tele, los escaparates, los políticos, la publicidad… marcan como lo importante y lo actual. Y muchas veces sin darnos cuenta entramos en esa vorágine del despiste de lo importante. Estar atentos, estar pendientes, mirar en otra dirección, buscar el sentido a la vida, a lo que hacemos y realizar cambios, es la invitación de Juan.
Hoy se centra en la respuesta ante el contenido de su predicación que omite el leccionario y que habla del hacha que está al pie del árbol que no da fruto… la voz de Juan suena amenazante, tiene el tono del profeta que grita desesperado ¡que ya está bien!, su tono es duro, imperativo… contrasta con el tono de Jesús con su forma de dar la buena noticia, el de Jesús produce alegría, no en vano, al Evangelio de Lucas se le llama el «Evangelio de la Alegría».
Pero nos interesa la pregunta de aquellos que responden ante la predicación de Juan: «¿Qué tenemos que hacer?».
Es la pregunta más valiente del creyente, colocarse delante de Dios y con total disponibilidad preguntar: ¿qué quieres que haga?; pero teniendo en cuenta que es ponernos delante de Dios, en la realidad concreta de cada día. Importante: a Dios esa pregunta no se le puede hacer si no estamos en la realidad histórica que nos ha tocado vivir, si no estamos mirando nuestra vida cotidiana, familia, trabajo, amigos, comunidad cristiana… no se puede hacer si no estamos abierto a dejarnos tocar por las situaciones difíciles, por el dolor que nos rodea… no se puede hacer esa pregunta si no somos capaces de ser transparentes y honestos con nosotros mismos, con la realidad y con Él.
El publicano, el soldado, el rico… cada cual se acercaba a Juan desde su vida, desde su actividad religiosa, social… y la respuesta era concreta, impulsaba al cambio desde las debilidades de lo cotidiano, sin esconder nada.
Y la conversión que se nos muestra en este texto es una respuesta contra la posesión y la abundancia, una respuesta contra la injusticia, el abuso de poder, la corrupción, la extorsión de los débiles, una ética de la justa adquisición de bienes y de su uso…
El Bautista no pide una conversión donde los cambios sean específicamente religiosos, actos de piedad, peregrinaciones, novenas, velas, ejercicios espirituales, visitas a santuarios. Juan exige la mirada a la realidad, no puedes tener dos si otros no tienen, no puedes utilizar el poder para dañar a los demás sobre todo a los más débiles. Son las implicaciones sociales y políticas de la fe. La fe y la relación con Dios no son una cosa y la vida social y política otra. El drama de la sociedad actual está marcado por una crisis de unidad de vida de los cristianos. Lo afirma el Concilio Vaticano II: «El divorcio entre la fe y la vida diaria de muchos debe ser considerado como uno de los más graves errores de nuestra época» (Gaudium et spes, 43).
¿Lo que hago es lo que Dios quiere que haga?… ¿qué quieres que haga, Señor? Hacemos esa pregunta mirando a Dios y ese Dios nos invita a mirar a nuestro alrededor y esa es la espiritualidad que Jesús nos invita a vivir y quiere que quede incrustada en nosotros con «Espíritu Santo y fuego»: no lo olvidemos, la pregunta es clave: ¿qué tengo que hacer?
Ese «¿qué tengo que hacer?» es en este tiempo una pregunta muy oportuna… las respuestas de Juan, “el bautizador”, dan pistas para que hoy podamos responder de forma comprometida…
Si lo que tengo que hacer forma parte de esa organización de la esperanza ¿Qué estoy haciendo? ¿lo vivo como la voluntad de Dios? ¿Qué dimensiones tiene mi compromiso? ¿es puramente personal? ¿busco con otras personas –aunque no sea de mi entorno de movimiento o eclesial– hacer visible la esperanza?
Y no olvidemos las novedades de Aquel que viene. Juan dice dos cosas importantes, que es más grande que él, y no viene con el hacha, trae la misericordia y es la encarnación de la buena noticia, y, en segundo lugar, dice que su bautismo es del Espíritu y ese Espíritu que está en Jesús, es el que le ha ungido para dar una buena noticia, y una buena noticia no cargada de miedos y amenazas, sino de alegría para las personas últimas y olvidadas, para aquellas que hoy, con humildad y sinceridad decimos: ¿qué puedo hacer?
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Más en Orar en el mundo obrero, 3er Domingo de Adviento.
Consiliario general de la HOAC