Luces navideñas para unos, sombras para otros

Luces navideñas para unos, sombras para otros

La Navidad, con su brillo artificial y su impostada alegría, es el escaparate perfecto de las contradicciones del sistema en el que vivimos. Calles iluminadas, centros comerciales abarrotados y campañas solidarias que, por un breve instante, parecen reconciliarnos con una sociedad cada vez más desigual. Pero mientras tanto, en las fábricas, en los almacenes, en los hogares precarios y en los barrios obreros, la realidad es otra: jornadas interminables, salarios que no llegan a cubrir lo básico, familias que no saben cómo pagar el alquiler o llenar la nevera.

Las luces de Navidad no llegan a las casas de los trabajadores que este invierno pasarán frío porque no pueden permitirse encender la calefacción. No llegan a los hogares de quienes, tras meses de trabajo, siguen atrapados en contratos temporales o jornadas parciales que no garantizan una vida digna. Y desde luego, no iluminan las vidas de quienes, incluso teniendo un empleo, no pueden escapar de la pobreza. ¿De qué sirve celebrar estas fechas si el mundo obrero sigue soportando el peso de un sistema que lo exprime y lo abandona?

En España, el 27,8 % de la población está en riesgo de pobreza o exclusión social. Pero detrás de este dato hay otra realidad oculta: miles de familias obreras que trabajan todos los días del año y, aun así, viven al límite. Que haya personas desempleadas enfrentándose al abandono institucional es un drama, pero que millones de trabajadores no puedan salir adelante a pesar de tener empleo es una tragedia social y un escándalo político. La precariedad laboral no es un accidente, es un diseño. Un modelo económico que prioriza el beneficio empresarial a costa de la dignidad obrera.

Estas fechas no solo hacen visibles las carencias de quienes no tienen hogar o viven el sinhogarismo. También desenmascaran las injusticias que el mundo obrero sufre todo el año: familias trabajadoras que no pueden permitirse una comida especial en Nochebuena, padres que se endeudan para comprar regalos a sus hijos, madres que sacrifican su salud por salarios de miseria. La Navidad no es igual para todos, aunque nos vendan lo contrario. Para unos es opulencia y excesos; para otros, es la confirmación de que el sistema les ha dejado atrás.

Mientras se nos pide consumir más para “reactivar la economía”, las grandes empresas acumulan beneficios históricos. ¿Qué reciben a cambio quienes levantan esos beneficios con su esfuerzo diario? Nada. Ni siquiera un salario justo que les permita llegar a fin de mes. Mientras tanto, los alquileres están por las nubes, las facturas de energía son inasumibles y los alimentos básicos suben de precio sin control. ¿Quién se beneficia de esta Navidad de escaparate? Desde luego, no los trabajadores.

También puedes leer —  Sobres blancos, sobres negros

El Estado, que debería ser garante de la justicia social, permanece ausente. Los sindicatos y los movimientos obreros, muchas veces silenciados, advierten de lo evidente: la pobreza laboral crece, el acceso a la vivienda es un privilegio y los derechos conquistados en el siglo pasado están en peligro. Pero los gobiernos, atrapados por el poder de las élites económicas, responden con medidas tibias, incapaces de cambiar una estructura que perpetúa la desigualdad.

Este es el momento de recuperar el verdadero espíritu de fraternidad obrera. La Navidad no debería ser una coartada para olvidar nuestras luchas colectivas, sino un recordatorio de que la solidaridad no es un gesto de solidaridad y beneficencia, sino un deber de justicia. Que ningún trabajador pase frío o hambre no debería ser un sueño navideño, sino una realidad cotidiana. Que ningún niño crezca en la pobreza no debería depender de campañas benéficas, sino de políticas que prioricen la igualdad y la dignidad.

Es hora de levantar la voz, de recordar que el mundo obrero no pide compasión, sino respeto y justicia. Que estas fiestas no nos distraigan de lo esencial: la lucha por un sistema en el que las luces no sean solo un espectáculo para ocultar las sombras, sino un símbolo de esperanza y dignidad para todos. Porque mientras una sola familia obrera pase frío o hambre esta Navidad, la verdadera oscuridad no estará en las calles, sino en nuestra indiferencia.

Que esta Navidad sea obrera, solidaria y combativa. Porque el futuro no se ilumina con luces decorativas, sino con la fuerza de la lucha colectiva, fraternal y solidaria.