Urgencia de diálogo social en una sociedad fragmentada
Vivimos en una sociedad profundamente fracturada y polarizada. Las personas lejos de sentirse parte de un proyecto común se repliegan en su propio mundo, buscando soluciones individuales a problemas que son, en esencia, colectivos (*).
Aumentan las desigualdades, la exclusión y la precariedad, deshumanizando a los más vulnerables, en estas sociedades desvinculadas. Las personas excluidas, en lugar de ser vistas como víctimas de un sistema injusto, son a menudo culpabilizadas de su propia situación. Este discurso, además de ser profundamente inhumano, oculta las causas estructurales que perpetúan la pobreza y la exclusión.
La precariedad laboral, el difícil acceso a una vivienda digna y las limitaciones en las prestaciones sociales no son simples contratiempos, sino que son síntomas de un modelo económico que margina a una parte significativa de la población.
Cuando la política y las instituciones parecen incapaces de ofrecer respuestas, la tentación es aislarse y desconfiar de los otros, favoreciendo un clima donde se propagan las ideologías extremistas, que ofrecen soluciones simplistas y excluyentes a los complejos problemas que enfrentamos. La violencia, ya sea verbal o física, se convierte en estrategia naturalizada al servicio de la polarización, contribuyendo al deterioro del tejido democrático y del respeto mutuo.
La Iglesia, como parte de esta misma sociedad, no es ajena a estas tensiones. En su interior, existen diferentes sensibilidades ante la realidad social y el mundo del trabajo, que a menudo se manifiestan en posturas contradictorias.
Resulta preocupante el olvido de la fraternidad, especialmente en lo que respecta a nuestra relación con los pobres. No es posible construir una Iglesia fiel al Evangelio si olvidamos que los empobrecidos deben ocupar un lugar central en nuestra vida y en nuestras acciones.
El papa Francisco, en su exhortación Gaudete et exsultate, nos recuerda que el seguimiento de Jesús no se limita a atender las necesidades individuales, sino que nos exige también trabajar por la transformación de las estructuras sociales que generan exclusión.
Sin embargo, persisten sectores de Iglesia que minimizan la importancia de este compromiso social, considerándolo ajeno a la verdadera misión de la fe. Es un error grave que debemos superar si queremos ser coherentes con el mensaje de Jesús y con la Doctrina Social de la Iglesia.
Ante este panorama, urge recuperar el diálogo como herramienta de transformación social. En la HOAC creemos firmemente en la necesidad de promover una cultura del encuentro, en la que el diálogo se convierta en el eje central de nuestras relaciones sociales, que debe ser sincero, basado en la escucha activa y en la búsqueda del bien común.
Este tipo de diálogo implica, en primer lugar, una actitud de apertura y humildad, reconociendo que no siempre tenemos razón y que la verdad se construye colectivamente.
El diálogo que proponemos no puede limitarse a los ámbitos formales de la política o las instituciones. Debe comenzar en lo cotidiano, en las relaciones interpersonales, en los barrios y en las comunidades. Se trata de reconstruir la confianza social desde la base, fomentando espacios de encuentro en los que las personas puedan compartir sus inquietudes, sus problemas y, sobre todo, sus soluciones.
La fragmentación social que vivimos solo puede superarse si recuperamos el sentido de comunidad y entendemos que nuestras vidas están interconectadas.
Una de las cuestiones más apremiantes que debemos abordar es la del trabajo. El papa Francisco ha insistido repetidamente en que el trabajo es un elemento central para garantizar la dignidad de las personas y reducir las desigualdades. Sin embargo, en nuestra sociedad, el trabajo sigue estando muy precarizado y desvalorizado. La falta de trabajo decente no solo afecta a la estabilidad económica de las familias, sino que también destruye el sentido de pertenencia y contribución a la sociedad.
El trabajo no es solo un medio de subsistencia, sino un espacio en el que las personas pueden desarrollarse y dignificarse. Por eso, es esencial que el diálogo social ponga en el centro esta cuestión, exigiendo condiciones laborales justas y dignas para todos. Si el trabajo está en riesgo, como bien dice el Papa, está en riesgo también el tejido social en su conjunto.
Las personas excluidas,
en lugar de ser vistas como víctimas
de un sistema injusto, son a menudo
culpabilizadas de su propia situación
Como cristianos, no podemos permanecer indiferentes ante esta realidad. El Evangelio nos llama a comprometernos activamente en la construcción de una sociedad más justa, en la que todas las personas puedan vivir con dignidad. Este compromiso no se limita a las acciones caritativas individuales, por muy necesarias que sean, sino que implica también un esfuerzo colectivo por transformar las estructuras que generan desigualdad y exclusión. La Doctrina Social de la Iglesia nos ofrece un marco valioso para este compromiso, pero es necesario que lo asumamos con valentía y coherencia en nuestra vida cotidiana.
La Iglesia, como comunidad de creyentes, tiene un papel fundamental que jugar en la promoción del diálogo social. No podemos limitar nuestra acción a los espacios internos, sino que debemos salir al encuentro de la sociedad, participando activamente en los debates y en las luchas por la justicia social. Esto implica no solo estar presentes en los foros de decisión política y económica, sino también en los espacios de la vida cotidiana, donde se construyen las relaciones sociales.
La fraternidad, la justicia y la solidaridad son los pilares sobre los que debemos edificar nuestra acción. Para que estas virtudes se concreten en acciones transformadoras, es imprescindible que nos comprometamos con el diálogo. Un diálogo que no busca imponer, sino construir; que no excluye, sino que integra; que no divide, sino que une. Solo a través de este diálogo sincero y transformador podremos superar las fracturas que nos dividen como sociedad y construir un futuro más justo y humano para todos.
Es un llamamiento urgente que no podemos ignorar si queremos ser fieles a nuestra fe y a nuestra responsabilidad como miembros de una sociedad que necesita desesperadamente reconstruir sus lazos de solidaridad y justicia. •
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* Síntesis de la aportación de la Hermandad Obrera de Acción Católica (HOAC) a las Semanas Sociales organizadas por la Conferencia Episcopal Española.
Presidenta general de la HOAC
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