Erradicar la pobreza: trabajo, dignidad y el fracaso de un sistema que nos abandona

Erradicar la pobreza: trabajo, dignidad y el fracaso de un sistema que nos abandona

El Día Internacional para la Erradicación de la Pobreza llega una vez más, y como en cada ocasión, el sistema parece recordarnos que la pobreza sigue siendo el telón de fondo de nuestra sociedad. Pero lo que no se dice tan claro, lo que muchos evitan mencionar, es que no se trata de un accidente, ni de una consecuencia inevitable del progreso. La pobreza es, ni más ni menos, un resultado directo de un sistema que falla a la mayoría de las personas, que antepone el capital y el beneficio económico sobre la dignidad humana. Un sistema que abandona a los trabajadores y las trabajadoras, a quienes no les garantiza siquiera las condiciones mínimas de vida.

Nos han vendido la mentira de que con políticas puntuales y parches asistenciales podemos combatir la pobreza. Nos han dicho que el progreso llegará para todos y todas si simplemente “nos esforzamos lo suficiente”. Pero esa es una falacia construida sobre las espaldas de millones de personas que, aun trabajando, siguen en la miseria. Porque la pobreza, más que una falta de recursos, es el resultado de la explotación, la precarización y la indiferencia estructural de un sistema que olvida que detrás de cada cifra hay una persona, una vida, una familia.

La traición del sistema laboral: trabajo sin dignidad

El ámbito laboral, que debería ser el motor de la inclusión social y la dignidad humana, se ha convertido en la trampa más brutal para millones de trabajadores y trabajadoras. En España, se nos dice que el empleo está creciendo, que hay menos paro, pero ¿a qué costo? El aumento de contratos de dudosa temporalidad, de sueldos miserables, de empleos sin derechos ni estabilidad ha convertido a los trabajadores y trabajadoras en piezas desechables del engranaje económico. En un país donde un tercio de la población vive en riesgo de pobreza o exclusión social, no se puede hablar de trabajo digno, sino de supervivencia diaria.

La realidad es que el sistema abandona a quienes no encajan en su molde de “productividad”. Se habla de crecimiento económico, pero no se menciona que ese crecimiento está sostenido en una explotación cada vez más feroz de la clase trabajadora. Los trabajos son cada vez más precarios, los derechos laborales se han erosionado hasta el punto de ser casi irreconocibles, y los salarios no alcanzan ni para cubrir las necesidades más básicas. ¿De qué sirve tener un empleo si no te permite tener techo, si no te garantiza una vida digna?

El papa Francisco lo ha dicho claramente: tierra, trabajo y techo, las “tres T”. Tres elementos que deberían estar garantizados para cualquier persona, no como un lujo, sino como un derecho. Sin embargo, en pleno siglo XXI, estos derechos siguen siendo un privilegio inalcanzable para millones de trabajadores y trabajadoras. ¿Qué clase de sociedad permite que quienes sostienen la economía con su esfuerzo, quienes trabajan día tras día, sigan viviendo en la pobreza? Aquí es donde la denuncia se vuelve imprescindible: el sistema nos abandona, nos explota, nos condena a una existencia de precariedad, y parece que ya no nos sorprende.

La política ha olvidado a las personas

Nos enfrentamos a una desconexión brutal entre las políticas económicas y la realidad social. Mientras se habla de crecimiento económico y estabilidad, las personas, los ciudadanos y ciudadanas, quedan relegados a un segundo plano. Los presupuestos y las reformas parecen diseñados para complacer a los mercados, a los grandes capitales, a los intereses económicos globales, pero no a las personas. Nos hablan de empleo, pero no de empleo digno; nos prometen desarrollo, pero a costa de derechos fundamentales como el acceso a la vivienda y la estabilidad laboral.

El papa Francisco nos ha recordado con insistencia que debemos poner a las personas en el centro de cualquier acción, de cualquier política. Sin embargo, ¿dónde está la dignidad humana cuando más de un millón de familias en España no tienen acceso a una vivienda digna? ¿Dónde está cuando los trabajadores y trabajadoras no pueden salir de la pobreza a pesar de tener empleo? El sistema nos ha acostumbrado a aceptar la precariedad como si fuera parte del contrato social, como si fuera normal que el trabajo no garantice una vida digna. Y eso es inaceptable.

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Tierra, trabajo, techo: derechos, no promesas

La falta de acceso a la tierra, al trabajo y al techo no es una anomalía del sistema; es su esencia. Este sistema, que prioriza el lucro y el capital sobre la vida humana, ha sido diseñado para dejar fuera a quienes no pueden seguirle el ritmo. Y si seguimos aceptando las migajas de políticas que no transforman la realidad, seguiremos perpetuando un ciclo interminable de pobreza y exclusión. La verdadera erradicación de la pobreza pasa por una revolución en la forma en que entendemos el trabajo y los derechos fundamentales. El trabajo no puede seguir siendo un medio de explotación, debe ser un espacio de dignidad y crecimiento personal. El acceso a la tierra y a la vivienda no puede seguir siendo un privilegio para unos pocos, debe ser una garantía para todos y todas.

Es hora de reclamar esas tres “T” de manera contundente: tierra, trabajo y techo. No como eslóganes vacíos, sino como derechos exigibles. No más políticas que solo benefician a quienes ya tienen el control del poder económico. Necesitamos un cambio radical que ponga a las personas, y no al capital, en el centro de toda acción política. Un cambio que garantice que el trabajo, en lugar de esclavizar, libere y dignifique. Un cambio que asegure que toda persona, sin importar su origen o condición, pueda tener acceso a una vivienda digna y un sustento estable. Porque, si no es así, seguiremos construyendo un mundo donde los pocos ganan y los muchos sobreviven.

Tres acciones concretas para romper la indiferencia

La erradicación de la pobreza no puede depender solo de grandes reformas institucionales; es una tarea que implica a cada uno de nosotros y nosotras. Si queremos cambiar las cosas, necesitamos comenzar hoy, en nuestra vida diaria, con acciones concretas que sumen al cambio colectivo. Aquí propongo tres pasos sencillos, pero poderosos, que tú y yo, cada ciudadano y ciudadana, podemos implementar para contribuir a esta lucha:

  1. Denuncia activa y constante: La pobreza no es una cifra, es una realidad que debemos visibilizar. Denuncia las situaciones de precariedad laboral, la explotación, los abusos. No te conformes con aceptar la injusticia como parte del paisaje. Usa tus redes sociales, tu entorno, tu comunidad para exponer las desigualdades que ves. La conciencia pública es un arma poderosa cuando se moviliza.
  2. Apoyo a la economía social y solidaria: El sistema nos enseña a consumir sin pensar, a participar en una economía que explota y precariza. Rompe con eso. Apoya proyectos cooperativos, empresas de economía solidaria, y negocios locales que respeten los derechos de los trabajadores y trabajadoras. Cada compra que haces es una decisión política: elige a quienes ponen a las personas en el centro, no al capital.
  3. Solidaridad activa y organización: No basta con indignarse. Organízate en tu barrio, participa en movimientos sociales, sindicatos, colectivos que luchen por los derechos laborales y sociales. La acción comunitaria y la organización son clave para romper con la indiferencia y ejercer presión para un cambio real.

La erradicación de la pobreza no llegará desde las instituciones si no la exigimos desde las calles, desde nuestros trabajos, desde nuestras comunidades. Como el Papa Francisco nos ha recordado, es hora de construir un mundo donde todos y todas tengamos acceso a tierra, trabajo y techo. Porque ese mundo no solo es posible, es urgente. Y no lo lograremos con promesas vacías, sino con acciones decididas. El momento de actuar es ahora. Tierra, trabajo y techo para todos y todas, de una vez por todas.