Retos actuales y oportunidades para acabar con las diferencias salariales entre hombres y mujeres. Perspectivas desde la Doctrina Social de la Iglesia

Retos actuales y oportunidades para acabar con las diferencias salariales entre hombres y mujeres. Perspectivas desde la Doctrina Social de la Iglesia
FOTO | ACOCAT.org
Intervención en el Simposio internacional “Igual remuneración por igual trabajo: entre una alta aprobación y una mala implementación. El papel de las organizaciones de trabajadores en la configuración de un difícil proceso de cambio sociopolítico“. Organizado por el Movimiento de Trabajadores Cristianos de Europa del 19 al 21 de septiembre de 2024 en Múnich (Alemania).

¿En qué  marco se desarrolla esta comunicación?

Estos días de reflexión y encuentro están permitiendo acercarnos de manera conjunta a la realidad de la brecha de género en el mundo del trabajo, desde las situaciones que se viven en los diferentes países y constatando esas vivencias comunes. La precariedad tiene rostro de mujer, joven, migrante. En este sistema economicista en el que nos movemos, la mano de obra femenina resulta más barata. Ha sido una constante a lo largo de la historia y sigue presente hoy. Es verdad. Ha habido muchos avances. Necesitamos seguir dando pasos en aras de la igualdad y del reconocimiento de derechos que son fundamentales.

Una insistencia que se recogía con motivo de la Jornada del pasado 18 de septiembre Día Internacional de la Igualdad Salarial, promovido por la ONU y en todo el esfuerzo que a nivel mundial se está llevando en la defensa del trabajo decente, al que como Iglesia nos sumamos. La iniciativa Iglesia por el Trabajo decente es un ejemplo. Esta es una línea clave en el trabajo que vienen realizando los movimientos de trabajadores cristianos, entre ellos la Hermandad Obrera de Acción Católica (HOAC). La campaña “Cuidar el trabajo, cuidar la vida”, es un ejemplo.

¿Cómo Iglesia, qué decir, cuál puede ser nuestra aportación específica?

¿Qué papel tenemos como cristianos, cómo iglesia? Desde la DSI qué aportación podemos hacer para sumar en la reducción de esa “brecha”. ¿Tenemos algo que decir cuando se habla de las luchas por un salario justo?

En la Biblia la demanda de un salario justo aparece con claridad. El salario está vinculado al reconocimiento del trabajo que se realiza, se le da un valor y sobre todo debe asegurar a cada persona cubrir sus necesidades y las de su familia. Se denuncia a quien especula con él para aumentar sus rentas: “No explotarás a tu prójimo ni lo expropiarás. No dormirá contigo hasta el día siguiente el jornal del obrero.” (Levítico 19:13). “Porque el obrero es digno de su salario” (Lucas 10, 7).

¿Por qué? Porque se pone en juego  la dignidad de la persona, que es inviolable. Cada ser humano, varón o mujer es imagen de Dios. Esa insistencia aparece en Rerum novarum de León XIII en plena revolución industrial (1891), denunciando la situación de explotación que vivían aquellos hombres y mujeres y sigue siendo el eje central cuando el papa Francisco dice en Fratelli tutti  que “El gran tema es el trabajo”.

Ahondando en esta insistencia san Juan Pablo II en Laboren exercens (1981) señala que: “hay que seguir preguntándose sobre el sujeto del trabajo y las condiciones en las que vive, como la pobreza  es el resultado de la violación de la dignidad del trabajo humano: bien porque se limitan las posibilidades del trabajo, deprecian el trabajo y los derechos que fluyen del mismo, especialmente el derecho al justo salario, a la seguridad de la persona del trabajador y de su familia” (nº 8) .

Benedicto XVI en Caritas in veritate dirá que “la cuestión social se ha convertido radicalmente en una cuestión antropológica” (nº 75). Porque de eso hablamos, de lo profundo de cada ser humano, de su proyecto de humanización. El trabajo es central en la vida de las personas, donde se ponen en juego muchas dimensiones de la vida. Al convertirse en una mercancía más, impide el desarrollo de las propias potencialidades, como nos recuerda Laudato si’ (nº 127): la creatividad, la proyección del futuro, el desarrollo de capacidades, el ejercicio de los valores, la comunicación con los demás, una actitud de adoración, rompe con los vínculos que se generan entre quienes lo realizan, afectan a la construcción social y la comunión. No podemos olvidar que “si el trabajo es relación tiene que incorporar la dimensión del cuidado, porque ninguna relación puede sobrevivir sin cuidado” (Papa Francisco a la OIT, 2021).

Por tanto: “Toda injusticia que se comete contra una persona que trabaja es un atropello a la dignidad humana, incluso a la dignidad del que comete la injusticia: se baja el nivel y se termina en esa tensión de dictador-esclavo.  En cambio, la vocación que Dios nos da es muy hermosa: crear, re-crear, trabajar. Pero esto puede hacerse cuando las condiciones son justas y se respeta la dignidad de la persona» (Papa Francisco 1º Mayo 2020)

¿Cómo la reflexión de  la Iglesia se hace eco de esa discriminación que sufren las mujeres y promueve la defensa de su dignidad?

Hemos hecho antes ese repaso a las claves de fondo, que es importante tener muy presentes. Esa insistencia machacona en que la persona es lo primero. Nos tenemos que remitir a documentos más recientes para encontrar de forma más explícita cómo están viviendo esta realidad las mujeres, sus esperanzas, sus luchas, sus intuiciones, sus demandas… en primera persona, escucharlas y reconocerlas. Aquí como en tantos otros aspectos, su realidad se desdibuja bajo la denominación general del “sujeto del trabajo”, o proponiendo como ideal el salario digno del “cabeza de familia” que pudiera permitir dedicarse al cuidado de la familia.

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Hay que subrayar que las mujeres trabajan,  siempre lo han hecho dentro y fuera de casa. Vincular el trabajo al empleo como hemos venido haciendo, ha dejado al margen muchos trabajos de cuidados en el ámbito familiar y muchos trabajos en el ámbito  informal (en el servicio doméstico, por ejemplo), realizados en muchas ocasiones en condiciones de explotación, sin el reconocimiento de sus derechos laborales, con  la consiguiente multiplicación de jornadas. Todo ellos han sido fundamentales para el sostenimiento de las personas, de las familias y de un mercado laboral basado en la oferta y la demanda, que ha encontrado en el trabajo de las mujeres un recurso fácil: jornadas parciales, entradas y salidas del mercado laboral, menores salarios…

La lucha de las mujeres en la sociedad y en la iglesia ha sido fundamental para visibilizar esa realidad. Así lo refleja Juan XXIII en Pacem in Terris  (1963) “La mujer va adquiriendo cada vez mayor conciencia de su dignidad natural. Lejos de contentarse con un papel puramente pasivo o de dejarse considerar como una especie de instrumento, reivindica, tanto en la vida doméstica como en la pública, los derechos y deberes que le corresponden como persona humana” (nº 41).

La lucha por ir acortando la brecha de género en tantas facetas de la vida, también en lo salarial, nos sitúa en la tarea permanente de “Escrutar a fondo los signos de la época e interpretarlos a la luz del Evangelio, de forma que, acomodándose a cada generación, pueda la Iglesia responder a los perennes interrogantes de la humanidad sobre el sentido de la vida presente y de la vida futura y sobre la mutua relación de ambas. (GS, 4).

En su mensaje de oración “Por el papel de las mujeres” (abril, 2024) El papa Francisco dice: “No les neguemos también la voz a todas esas mujeres víctimas de abuso, explotación y marginación. De palabra, todos estamos de acuerdo en que el hombre y la mujer tienen la misma dignidad como personas. Pero en la práctica eso no ocurre. Es necesario que los gobiernos se comprometan a eliminar las leyes discriminatorias en todas partes y a trabajar para que la dignidad y los derechos humanos de las mujeres estén garantizados. Respetemos a las mujeres en su dignidad y en sus derechos fundamentales. Si no lo hacemos, nuestra sociedad no avanzará”

Hoy tenemos un gran desafío. Generar una cultura del cuidado y de defensa del bien común. Una cultura que ponga la vida en el centro. Cuidar la vida, que es “realidad sagrada que se nos ha confiado para que la custodiemos con sentido de responsabilidad” (LS, 231).

Necesitamos cambiar. “Hace falta la conciencia de un origen común, de una pertenencia mutua y de un futuro compartido por todos. Esta conciencia básica permitiría el desarrollo de nuevas convicciones, actitudes y formas de vida. Se destaca así un gran desafío cultural, espiritual y educativo que supondrá largos procesos de regeneración”. (LS, 202)

Conviene que sigamos impulsando, releyendo, dando contenido  concreto a la definición que hace Benedicto XVI, sumando en esa coalición mundial por el trabajo decente (CV, 63). Es un test para medir si hablamos de un trabajo a la medida del ser humano, sin tener en cuenta su género, su origen, …

  • “Un trabajo que, en cualquier sociedad, sea expresión de la dignidad esencial de todo hombre o mujer:
  • un trabajo libremente elegido,
  • que asocie efectivamente a los trabajadores, hombres y mujeres, al desarrollo de la comunidad;
  • un trabajo que de este modo haga que los trabajadores sean respetados, evitando toda discriminación;
  • un trabajo que permita satisfacer las necesidades de las familias y escolarizar a los hijos sin que se vean obligados a trabajar;
  • un trabajo que consienta a los trabajadores organizarse libremente y hacer oír su voz; -un trabajo que deje espacio para reencontrarse adecuadamente con las propias raíces en el ámbito personal, familiar y espiritual;
  • un trabajo que asegure una condición digna a los trabajadores que llegan a la jubilación”.

Desde el convencimiento, ante los retos que hoy plantea el mundo del trabajo,  que viven las mujeres trabajadoras, que el trabajo humano como principio de vida ha de seguir estando en el centro de nuestra misión como Iglesia, como movimientos de trabajadores cristianos, porque la propuesta de Jesús es una propuesta liberadora.