Mundo rural, dignidad y cultura
En el Manifiesto de La Barraca, Lorca (1932) declaraba sobre su labor teatral: «nuestra acción, que tiende a desarrollarse en las capitales, donde es más necesaria la acción renovadora, tiende también a la difusión del teatro en las masas campesinas, que se han visto privadas desde tiempos lejanos del espectáculo teatral». Ya entonces se evidenciaba una dicotomía social entre el entorno urbano, deshumanizado y necesitado de «acción renovadora», y el entorno rural, que se veía «privado» de diversos bienes.
La iniciativa que La Barraca protagonizó se recuerda aún hoy en día como una declaración transgresora contra la desigualdad entre el mundo rural y el urbano respecto al acceso a la cultura. Sin embargo, para ese grupo de artistas universitarios no había política en este proyecto, sino la más honesta vocación de compartir el arte desde la pura convicción de su valor humano.
Cuando hablamos de dignidad en el mundo rural, ya desde hace años se reivindica una urgente mejora del acceso a los servicios básicos, cuya ausencia pone en peligro la salud y las oportunidades de sus habitantes. Atención primaria, hospitales cercanos y farmacias, así como escuelas, carreteras y acceso a internet. Especialmente desde que Teruel Existe entró en el Congreso en 2019 y puso sobre la mesa la situación de aquel territorio desatendido, en el que tantas personas de la España vaciada encontraron reflejo, se ha ido haciendo más presente esta realidad y reivindicación en defensa de una vida rural digna y segura, haciéndose eco de ello los demás partidos políticos, hasta el punto de convertirse incluso, en muchos casos, otro tema más de estrategia electoralista.
Esta mirada al mundo rural ha puesto de manifiesto la relación entre este y el ámbito urbano. Si bien la apertura de este debate prometía ser la oportunidad para repensar nuestros modelos de consumo y prioridades, sigue sucediendo lo que sucede siempre que se abordan cuestiones desde lo material y no desde la apertura empática y autocrítica hacia las realidades diferentes. Hablar de lo rural desde lo urbano es como aquella frase que decía «hablar de los pobres, pero no con los pobres».
Este sesgo urbanocéntrico (Monsalud Gallardo Gil, 2011) ha dado lugar a mirar al campo desde la lógica de consumo, ya sea mediante la explotación de los recursos, o su utilización como ocio a través del mal llamado turismo rural por parte de la población urbana.
Desde esta reflexión, se ha diferenciado entre tres modelos turísticos: uno operado desde una lógica empresarial de obtención de beneficios, un segundo que pretende respetar el entorno rural limitando el impacto sobre el territorio, y un tercer modelo, operado por la sociedad de ese entorno, cuya finalidad es «la convivencia con el mundo rural, este sería el auténtico concepto de turismo rural» (Humberto Thomé Ortiz, 2008).
Madrid, siendo la segunda
comunidad autónoma que más energía consume,
no tiene instalado ni un solo parque eólico,
recayendo esta presión sobre territorios rurales
cuyos paisajes se ven violentamente
transformados
Del mismo modo sigue sucediendo con la voluntad aparentemente ecologista de instaurar un consumo energético sostenible a través de fuentes renovables, con la «instalación desproporcionada, acelerada y sin planificación territorial que no tiene en cuenta al ciudadano y que responde, en cambio, a los intereses privados de las grandes empresas», creándose deliberadamente «zonas de sacrificio en el medio rural en nombre de un bien mayor situado en la ciudad» (Jaume Franquesa, 2023). Esta lógica productora-consumidora y urbanocéntrica, ha generado, por ejemplo, que Madrid, siendo la segunda Comunidad Autónoma que más energía consume, no tenga instalado ni un solo parque eólico, recayendo esta presión sobre territorios rurales cuyos paisajes se ven violentamente transformados.
Sin embargo, la dignidad humana va mucho más allá de cubrir las necesidades básicas materiales. Si bien estas necesidades son una condición indispensable para el correcto desarrollo personal, individual y colectivo, el objetivo vital no se limita únicamente a ellas. Como decía Rovirosa, «al cuerpo corresponden las necesidades materiales, las culturales al alma, y las espirituales a la gracia». Si limitásemos la cuestión de la dignidad del mundo rural únicamente a las primeras, estaríamos rascando tan solo la superficie de lo que esta dignidad debe alcanzar. Lorca y La Barraca entendían la importancia que el arte y la cultura tienen en toda persona.
Hace ya casi medio siglo que la Unesco declaró que la cultura da la capacidad de reflexión sobre nosotras mismas, nos hace específicamente humanas, críticas y éticamente comprometidas. Mediante ella nos expresamos, tomamos autoconciencia, nos reconocemos como proyecto inacabado, creamos obras que nos trascienden.
Socialmente, la cultura define lo que es «normal», aceptado, o diferente. Pensemos por un momento en una persona parte de una minoría (por rasgos de personalidad, identidad sexual, diversidad funcional…) que no tuviera acceso a las vivencias compartidas de otras muchas personas que viven, sienten y se identifican como ella. Su vida y autoconcepto se limitaría al sentimiento de ser diferente en una pequeña parcela, por falta de acceso al semejante.
Desde este punto de vista, el acceso a la cultura no es solo un derecho desde un discurso teórico, sino que permea en las realidades individuales de cada persona que ve su vida definida por esa «norma social». El arte y la cultura nos muestran realidades alternativas, nos conectan con otras formas de ver la realidad, nos demuestran que otro mundo es posible. No es simplemente un lujo reservado para los centros urbanos, donde se localizan los grandes museos y teatros, círculos de debate, agrupaciones sociales y acción política. El arte y la cultura son parte de ese impulso vital que nos hace imaginar lo que podemos llegar a ser, el impulso dese el cual poder poner nombre a las necesidades inmateriales y luchar por una completa y merecida dignidad individual y colectiva. •
Bibliografía complementaria
«Alienación y dignidad en el trabajo rural», Miguel José Solé, Cuadernos de Antropología Social, 1988.
«Dignidad, identidad y autonomía: la cuestión ética como asunto central en la educación indígena hoy», Benjamín Berlanga Gallardo, Sinéctica, Revista electrónica de Educación, 1995.
«La escuela de contexto rural: ¿de la diferencia a la desigualdad?», Monsalud Gallardo Gil, Revista Iberoamericana de Educación, 2011.
Molinos y gigantes. La lucha por la dignidad, la soberanía energética y la transición ecológica, Jaume Franquesa, Errata Naturae, 2023.
«Turismo rural y campesinado, una aproximación social desde la ecología, la cultura y la economía», Humberto Thomé Ortiz, Convergencia: Revista de ciencias sociales, 2008.
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