El gran mercado de la desinformación mece la cuna del odio creciente
La mentira, la desfiguración intencionada, las generalizaciones sin fundamento, la sospecha sin cuento… no son nuevas, pero ahora resultan casi imposible de detectar en medio del aluvión planificado e intencionado de noticias falsas y artificiales que han creado un ecosistema tóxico en el que resulta difícil orientarse.
En nuestro país, parece que, si bajas a comprar el pan, te quedas sin casa; si sales a pasear por las calles, acabas rezando en una mezquita; y si llegas tarde un minuto al colegio, una madre divorciada se lleva a tu hija.
Gran parte de la población considera la “okupación”, las migraciones y los impuestos los mayores problemas de la sociedad. Los datos, la evidencia y la experiencia dicen otra cosa.
En este ecosistema que funciona como una realidad paralela, el feminismo, el ecologismo y la solidaridad fiscal son las peligrosas ideas disolutas que corroen los cimientos mismos de un supuesto modelo social digno de conservar.
Ni la desigualdad extrema, ni la destrucción de los hábitats naturales que han permitido la vida como la conocemos, ni la posibilidad de una guerra con armas nucleares, por ejemplo, le merecen a esta parte cada vez más significativa de la población ningún crédito.
El uso perverso que hacen los propagadores del odio del sistema de comunicación, cada vez más salvaje, desigual y claramente disfuncional, explica en buena medida el éxito de las formaciones políticas reaccionarias, sin contar los grandes errores de la formaciones progresistas, que los tienen, desde luego.
Artefactos propagandísticos muy sofisticados
La extrema derecha dispone de artefactos propagandísticos muy sofisticados de fácil y rápida difusión que, como geolocalizadores trucados, tienen las coordenadas cambiadas.
Es innegable que está sacando ventaja del malestar social, la complejidad de los problemas y la incertidumbre generada por una aceleración de los cambios que los partidos tradicionales en general y la izquierda en particular no ha encontrado la manera de orientar.
Hace poco, los directos de medios como El Salto, La Marea, Público, Infolibre y eldiario.es se quejaban de la jungla en que se ha convertido el panorama informativo, con falsos periodistas y medios de comunicación que propagan bulos y practican el desprestigio sin causa, en ocasiones, financiados y apoyados con dinero público de Administraciones afines que, sin el más mínimo recato, subvencionan a quienes repiten sus consignas y les dejan el terreno abonado para sus mensajes de campaña.
La periodista y escritora experta en innovación tecnológica, Marta Peinaro, denunciaba que las grandes plataformas tecnológicas, las redes sociales y por encima de todas ellas, las aplicaciones de mensajería, se han convertido en las fuentes dominantes de información y pseudoinformación, sin asumir ni las responsabilidades, ni la supervisión ciudadana, ni las obligaciones jurídicas que pesan sobre los medios de comunicación.
Así, las campañas políticas han dejado de ser públicas para desarrollarse en el ámbito privado. Son las conversaciones, nada inocentes, de determinados grupos de Whatsapp y de Telegram las que deciden gran parte de los votos que llegan a las urnas.
Es tal el control absoluto que ejercen las plataformas digitales, revestidas de una neutralidad tecnológica que en ningún modo practican, que hoy en día periodistas y medios de comunicación, antaño autoproclamados guardianes de la libertad, trabajan en parte para ellas. Si nadie lo remedia, pronto lo harán para la inteligencia artificial que genera contenidos virtuales indistinguibles de las realidad tangible, gracias a su inmensa capacidad de rastrear los datos aportados a la red y capitalizar contenidos ajenos.
Sin visibilidad en los buscadores, los medios se quedan sin ingresos con los que financiar su labor de informar y vigilar a los poderes, una tarea económicamente muy costosa.
Los titulares de las noticias, los montajes gráficos, las piezas audiovisuales se diseñan para captar la atención de los usuarios y provocar emociones suficientemente fuertes como para hacer clic y generar interacciones entre los usuarios. Cuanto más odio sientan más dispuestos están a acudir a la red a desahogarse.
El dinero fluye hacia medios con una ideología muy concreta, a mercenarios dispuestos a congraciarse con los amos del cotarro y a consultoras afines que explotan las posibilidades tecnológicas para prestar servicios muy exclusivos y caros.
La industria de la mentira, tan parecida a la industria del juego, cuenta ya con granjas de anzuelos digitales, proveedores de morralla imperecedera, ejércitos de robot y cuentas falsas que saltan a la voz de mando y expertos curtidos en las refriegas políticas y comerciales de los bajos fondos de la red.
Los propios medios de comunicación tenidos por serios se encargan, a veces a rastras, y otras gustosamente, de amplificar y validar contenidos dudosos, rumores infundados, distorsiones burdas, sospechas gratuitas.
El problema ya no es tanto la falsificación de la realidad como el habernos convencido de que no merece la pena empeñarse en buscar la verdad, cuando tenemos disponibles relatos parciales que confortan rápidamente a individuos más desvinculados y atrincherados que nunca.
No es de extrañar que las personas ya no quieran estar informadas, sino que se conformen con sentirse informadas, cuando no, directamente “confirmadas” en sus prejuicios más atrabiliarios, sus intereses más egoístas y sus justificaciones más delirantes.
Recientemente, el sindicato CCOO, en coherencia con su vocación sociopolítica complementaria, organizó esta semana unas jornadas sobre “La maquinaria de la desinformación”, en la que han participado expertos y profesionales del espectro progresista, preocupados por la ola reaccionaria que recorre España y el resto del mundo.
Responsabilidad, transparencia y periodismo
En este encuentro se habló de la necesidad de ordenar y regular el sistema comunicativo tan ligado al derecho a la información veraz y la libertad de expresión, empezando por distinguir lo que es periodismo de lo que no lo es y exigiendo transparencia en la financiación y prácticas responsables, por ejemplo, con el uso de las fuentes, de las empresas informativas.
Como no, también propusieron embridar y supervisar a las grandes plataformas digitales, convertidas en actores determinantes del sistema comunicativo, mientras regulan con sus algoritmos secretos el tráfico en la red para su propio beneficio, alcanzando rentabilidades abismales y un dominio monopolístico del que no rinden cuentas a la sociedad.
También salió a la palestra la necesidad de una movilización cívica y pedagógica para dotar a la ciudadanía de herramientas para orientarse en la selva de la comunicación que extienda la conciencia de que sin información contrastada, relevante, contextualizada y rigurosa la democracia se resiente y las sociedades se extravían.
Comunidades y audiencias en defensa del derecho a la información
Las diversas experiencias informativas que se dieron cita en la jornada sobre desinformación reclamaron apoyo para sus proyectos alineados con los valores democráticos, la justicia social y las necesidades de la población trabajadora.
Sin una comunidad, sin suscripciones, sin público que les respalde, les incite y les exija no podrán cumplir su empeño por informar, investigar, denunciar, analizar y explicar lo que pasa en nuestro mundo, con la mayor objetividad posible, sin falsa neutralidad, pero decididamente comprometidas con las causas más humanas, justas y acuciantes.
Después de todo, con un mapa falso, incompleto y confuso, es fácil dejar arrastrarse hacia destinos sombríos.
Redactor jefe de Noticias Obreras