En defensa de la salud integral en el trabajo
Defender la salud y la seguridad laboral, en un mundo en transformación acelerada, supone rescatar la dignidad humana y cuidar la integridad de las personas trabajadoras, según el pensamiento social cristiano.
La Doctrina Social de la Iglesia, especialmente desde la publicación de Populorum progressio de Pablo VI, insiste en que «el desarrollo no se reduce al simple crecimiento económico». Para ser auténtico, debe ser integral, es decir, promover a todos los hombres y a todo el hombre (PP 14).
Hablar hoy de las condiciones laborares no es solo hablar del salario, de las horas de trabajo, del aspecto objetivo y subjetivo del trabajo, sino de las posibilidades de humanización de las personas en el mundo de trabajo. Ya hace 60 años, desde Pacem in Terris, de Juan XXIII, y su defensa de los derechos humanos, la cuestión antropológica ha sido el centro de la cuestión social, perspectiva que volvió a plantear con radicalidad Benedicto XVI, en Caritas in veritate.
Existe una gran preocupación por cómo las nuevas condiciones del mundo digital generan un nuevo tipo de relaciones humanas y cómo las nuevas teorías de la identidad generan una nueva concepción de humanidad, aunque, a menudo, sin tener en cuenta los condicionamientos sociales y económicos que ya están desfigurando lo humano.
Abordar la salud y seguridad en el trabajo inevitablemente supone una reflexión antropológica desde las condiciones sociales, más allá del cambio superficial que tiene en la persona. De modo que defender un trabajo saludable implica pararnos a pensar en qué nos hace «humanos a los seres que nos llamamos humanos».
Juan Pablo II, en Laborem exercens, advirtió de que el trabajo humano es una clave, quizás la clave esencial, de toda la cuestión social, al menos, cuando lo planteamos desde el punto de vista del bien de la persona.
El trabajo no es simplemente, ni desde la perspectiva cristiana ni social, un mecanismo instrumental, un modo de ganarse la vida, sino que es también el ámbito donde se juega el bien de la persona, donde nos jugamos la humanidad de la persona, que para el cristianismo es lo mismo que decir la divinidad del ser humano.
Defender un trabajo
saludable implica pararnos
a pensar en qué nos hace
«humanos a los seres que nos
llamamos humanos»
Francisco ha dicho: «No existe peor pobreza que aquella que priva del trabajo y de la dignidad del trabajo». La Doctrina Social de la Iglesia no habla tanto de trabajo digno como de «la dignidad del trabajo», del trabajo que dignifica. La dignidad tiene dos vertientes fundamentales. Una vertiente más descriptiva que atienda a las buenas o malas condiciones y otra, más profunda, la dimensión subjetiva, que es todo aquello que dignifica a la persona.
Por eso, el desempleo, en la perspectiva de la doctrina social del trabajo, no es simplemente una carencia de salario, que lo es, sino también de desarrollo humano integral, nuestro desarrollo como personas, lo que hace la cuestión todavía más decisiva.
De hecho, el salario puede ser sustituido por una renta, pongamos por caso. Pero estaríamos dejando de lado la dimensión subjetiva del trabajo: el hecho de que el trabajo, en condiciones objetivas saludables, contribuye al desarrollo digno de las personas. Como medio de vida de la persona ya resulta fundamental. Más todavía, si hablamos de la dignidad de la persona.
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Profesor de Ética
Universidad Pontificia de Comillas