El mundo del trabajo necesita una nueva ética del bien común

El mundo del trabajo necesita una nueva ética del bien común
Monseñor Caccia, observador permanente de la Santa Sede ante las Naciones Unidas pide repensar las políticas de empleo que “promuevan el desarrollo humano integral y el crecimiento económico”.

La discriminación de las personas de mediana y avanzada edad, el desempleo juvenil, la desventaja laboral para las mujeres, el trabajo infantil: estas son las consecuencias de la grave crisis del empleo que atraviesa el mundo. Así lo destacó en Nueva York el arzobispo Gabriele Caccia, observador permanente de la Santa Sede ante las Naciones Unidas, durante la 61ª sesión de la Comisión de Desarrollo Social, titulada “Crear empleo pleno y productivo y trabajo decente para todos como medio para superar las desigualdades y acelerar la recuperación de la pandemia del Covid-19 y la plena aplicación de la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible”.

La crisis del mundo del trabajo, explicó el representante del Vaticano, se debe en parte “a los cambios fundamentales y estructurales derivados del crecimiento de la economía mundial, la pandemia COVID-19 y la inestabilidad financiera cíclica”, que han llevado a la consecuencia de que “el trabajo no es para la persona humana, sino que la persona humana es para el trabajo”, lo que ha generado la “cultura del descarte” en el mundo laboral.

Ancianos, jóvenes y mujeres, los más expuestos

Para las personas ancianas existe una discriminación injusta al suponer que “tienen menos capacidad de aprendizaje y producción que otros grupos de edad”, en otros casos los pensionistas se ven obligados a seguir trabajando porque “la falta de una protección social adecuada hace inaccesible la jubilación”.

Dramática es la situación de los jóvenes de todo el mundo, que experimentan un desempleo creciente, por un lado, y una gran inseguridad laboral y de ingresos, por otro.

Por otra parte, las mujeres se ven penalizadas en el trabajo por el embarazo y la maternidad, que siguen siendo a menudo motivos de despido o de no contratación. Ninguna mujer, advertía Monseñor Caccia, “debería verse obligada a elegir entre la familia y el trabajo”.

La cultura de la explotación se manifiesta entonces con el trabajo infantil, una evidente “violación de la dignidad humana”, hijo de la pobreza, pero también con la búsqueda de “nuevas formas de reducir el coste de la mano de obra”, representada por “salarios inadecuados, horarios prolongados y contratos precarios”.

La persona en el centro de las políticas laborales

Es necesario repensar, es la indicación del prelado, el “verdadero fundamento del valor y la dignidad del trabajo”, a través de políticas laborales que “promuevan el desarrollo humano integral y el crecimiento económico” y que pongan a la persona y la dignidad humana en el centro de las políticas laborales”.

Por tanto, sigue siendo fundamental “invertir en políticas de protección social orientadas a la familia”. Los mercados laborales, concluyó monseñor Caccia, necesitan una ética renovada del bien común y del respeto a la dignidad de toda persona humana, mientras que la política debe trabajar para que “todas las mujeres y todos los hombres puedan aprovechar al máximo sus talentos y ponerlos al servicio de toda la sociedad para promover el desarrollo social”.