Los impuestos, corazón del pacto social
La Doctrina Social de la Iglesia plantea la importancia de las políticas fiscales y de los impuestos como un elemento esencial del «deber de solidaridad social», como expresión del bien común: «Los ingresos fiscales y el gasto público asumen una importancia económica crucial para la comunidad civil y política: el objetivo hacia el cual se debe tender es lograr una finanza pública capaz de ser instrumento de desarrollo y de solidaridad.
Una Hacienda pública justa, eficiente y eficaz, produce efectos virtuosos en la economía (…) y contribuye a acrecentar la credibilidad del Estado como garante de los sistemas de provisión y de protección social, destinados de modo particular a proteger a los más débiles» (Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, 355).
En esa misma línea, el papa Francisco, en un encuentro con empresarios de la Confederación General de la Industria Italiana el pasado 12 de septiembre, planteó con mucha claridad cómo es necesario situarnos hoy ante los impuestos y las políticas fiscales: «El pacto fiscal es el corazón del pacto social. Los impuestos son también una forma de compartir la riqueza, para que se convierta en bienes comunes, en bienes públicos: escuelas, sanidad, derechos, cuidados, ciencia, cultura, patrimonio (…) Los impuestos deben ser justos, equitativos, fijados según la capacidad de pago de cada uno (…) Los impuestos no deben verse como una usurpación. Son una forma elevada de compartir bienes, son el corazón del pacto social».
Sin embargo, las políticas neoliberales practicadas durante décadas y que siguen teniendo un gran peso y presencia, sostienen todo lo contrario, rompiendo el pacto social: los impuestos son una carga, una «confiscación» inaceptable, porque la sociedad progresa no con los bienes comunes, públicos, sino con la apropiación privada de los bienes. Por eso hay que bajar los impuestos, sobre todo a los que más tienen. Aunque la realidad dice lo contrario, siguen sosteniendo que ese enriquecimiento de algunos se traduce en el bien del conjunto de la sociedad, pues –en su discurso– crea riqueza, inversiones, crecimiento… El neoliberalismo fomenta así un radical individualismo que, también en las políticas fiscales, ha incrementado la desigualdad. El individualismo destruye la vida social. Pero su mayor éxito ha sido lograr que amplios sectores sociales asuman su relato sobre la bondad de bajar los impuestos.
Por eso cala tanto el discurso simplón de que es necesario bajar los impuestos. Es un discurso perverso, porque el necesario debate social no es si bajar o subir los impuestos, sino cuáles hay que subir o bajar y a quién. Aunque solo sea por cumplir la Constitución y hacer que las políticas fiscales sean realmente progresivas, aportando cada cual según sus bienes, cosa de la que estamos muy lejos. Solo afrontando con seriedad ese debate para traducirlo en la reforma fiscal estructural que necesitamos hace mucho tiempo –y no solo medidas coyunturales por más que puedan ser necesarias y positivas, ni decisiones marcadas por el inmediatismo político de los votos–, será posible avanzar en que la política fiscal sea justa y desempeñe el papel que tiene como «corazón del pacto social»: que sean posibles los bienes comunes, la solidaridad social y una distribución más justa de la riqueza social. Todo ello con una pretensión fundamental: colaborar a cuidar la vida de las personas, a que no haya excluidos, a que todas las personas y familias puedan disponer de lo necesario para una vida en condiciones dignas. En definitiva, para colaborar a construir el bien común. En ese sentido, necesitamos un profundo cambio de mentalidad social. •
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Comisión Permanente de la Hermandad Obrera de Acción Católica (HOAC).