#Adviento. Un futuro de esperanza, un presente de entrega

#Adviento. Un futuro de esperanza, un presente de entrega
Foto | Jan-Henrik Franz (unsplash)

De nuevo Adviento. De nuevo la esperanza anida en nuestra vida en medio de tanta dureza, de tanto acontecimiento deshumanizador, desesperante, deprimente, en el que esta humanidad envuelve su caminar vital cada día.

Amanecemos con noticias cotidianas de deshumanización, de conflicto, de injusticia, de mal. Parece que la injusticia avanza imparable y que nuestros esfuerzos resultan vanos ante el empuje de este sistema homicida. La dignidad del trabajo es un empeño costoso, y la vida digna de las personas algo difícil de alcanzar, sobre todo en ciertos países y lugares.

La política que debería ser el ejercicio sincero de la búsqueda del bien común en servicio a las necesidades de todas las personas se convierte en una herramienta al servicio de intereses económicos de los poderosos, que solo buscan hacer negocio aun a costa de la vida de las personas. Y la otra política, la que otrora parió vínculos sociales de solidaridad humana en nuestros barrios, en los talleres, en la convivencia vecinal, en el empeño sindical, en el acompañamiento de las familias, en la conquista de derechos… se ve subyugada por un individualismo que nos desvincula y nos aísla de los demás.

Las guerras –publicitadas o silenciadas– que inundan nuestro planeta nos hacen pensar que la paz, la justicia, la fraternidad, son utopías inalcanzables. Las migraciones forzadas de tantas personas nos recuerdan cada día lo que estamos haciendo con lo que debiera ser casa común.

El destrozo de los servicios públicos –sanidad, educación, servicios sociales…– convertidos en yacimientos de negocio para depredadores, justificado en vergonzantes razones economicistas que deja sin amparo a tantas personas y familias ante sus necesidades, nos hace sentir que vivimos en la intemperie.

Nuestra Iglesia, que avanza a trompicones, a veces desanda el camino, y parece que el horizonte de ilusión que el magisterio del papa o el camino sinodal van abriendo e invitando a alcanzar, se difumina en medio de ritualismos vacíos, legalismos antievangélicos, clericalismo que ignora la dignidad bautismal, indiferencia ante las víctimas; nuestra Iglesia sigue siendo muchas veces aún temerosa guardiana de privilegios, anclada en concepciones imperialistas de la fe, capaz de alegrarse solo por el número aunque sea, por hueco, solo un címbalo que retiñe. Incapaz de generar y acompañar procesos que lleven a la vida de la gracia y la hondura de la fe. Una iglesia tantas veces preocupada más por su propia supervivencia –para lo que es capaz de abaratar la Gracia y ocultarla en nubes de incienso– que por buscar el Reino de Dios y su justicia.

La dignidad de la mujer, revuelta que nos interpela, sigue siendo un reto que nos urge a crecer en nuestra dignidad bautismal, en una comunidad de iguales, en una iglesia con rostro de ternura y misericordia, en una Iglesia que acoge y cuida.

Sombrío panorama, miremos a donde miremos. Nunca fue fácil. Pero si cambiamos la perspectiva, si nos situamos en las periferias existenciales en las que queremos enraizar nuestra vida porque nos urge a ello el amor de Dios, acertamos a vislumbrar signos de esperanza. Podremos distinguir la cercanía eclesial a las víctimas de la siniestralidad laboral, la creciente conciencia eclesial de la necesidad de un trabajo decente, también al interior de la Iglesia. Podremos escuchar la voz que se alza desde los barrios ignorados gracias al compromiso y la entrega de tantas y tantos militantes; la voz de las empleadas de hogar acompañadas por mujeres y hombres de Iglesia, que siguen luchando por la dignidad de su trabajo y su vida. Podremos acariciar la esperanza en las luchas solidarias, en el empeño por rescatar el bien común, por construir fraternidad desde los últimos.

Si afinamos la mirada, percibiremos los tímidos pasos que ayudan a avanzar en el camino en las escuelas sociopolíticas o de doctrina social de la iglesia, o en la vivencia de la formación como cauce de espiritualidad. Podremos reconocer y agradecer el esfuerzo de personas sencillas que dedican tiempo y vida a generar y acompañar esos procesos que hacen posible el cambio de mentalidad que necesitamos. Podremos ver el compromiso sostenido y fiel en el empeño para que las instituciones estén al servicio de las personas, o la tímida aparición de experiencias alternativas que nos hablan de humanización, de sostenibilidad, del cuidado de la creación, de solidaridad, de debilidad acompañada, de impotencia compartida que se hacen sacramento del amor de Dios encarnado. Podremos descubrir –y agradecer– las semillas de otro mundo posible, más fraterno, más humano.

Podremos descubrir una Iglesia embarrada en la acogida de migrantes, en el acompañamiento a personas en prisión y a sus familias, a personas desempleadas, a quienes sufren la precariedad; una iglesia que tiende puentes y derriba muros, una iglesia que se hace sacramento de salvación, por ser levadura y fermento, sin pretender ser masa.

Veremos –y agradeceremos– la fidelidad de toda una vida en tantas y tantos militante mayores que siguen siendo para nosotros testigos de Jesucristo. Veremos, y disfrutaremos, de comunidades cristianas que, paso a paso, van siendo profética presencia evangélica en medio de sus pueblos y barrios, hermanas y hermanos con los que caminar en esperanza.

Y veremos –y agradeceremos de tal modo que nos hará vivir una existencia gozosa– el rostro de Jesucristo que acompaña nuestro caminar, embarrado con nosotros en el sueño de Dios, para poder mostrarlo a nuestras hermanas y hermanos.

Quizá este sea el mensaje de este Adviento que necesitamos que resuene, como lo hace en la palabra del profeta Isaías: Dios camina con nosotros, y abre para nosotros un futuro de esperanza. Somos invitados a caminar en la luz del Señor hacia ese ‘monte de la casa del Señor’ hacia el que confluirán todas las naciones forjando arados de las espadas y podaderas de las lanzas. Somos invitados a caminar juntos y construir un futuro en el que nadie causará daño ni estrago porque estará llena la tierra del conocimiento del Señor.

Somos invitados al regocijo, a la fiesta y al júbilo, a fortalecer las manos débiles y las rodillas vacilantes porque aquí está nuestro Dios que viene en persona, que deja atrás la pena y la aflicción. Somos invitados al gozo de la esperanza cumplida, porque Dios está con nosotros, nacido de María, a las afueras, hecho un niño pequeño necesitado de la ternura que nos trae. Somos invitados a la alegría.

La alegría cristiana está unida a una experiencia de paz que permanece en el corazón incluso cuando estamos rodeados de pruebas y aflicciones, porque sabemos que no estamos solos, sino acompañados de un Dios que no es indiferente a nuestra suerte. Así como cuando el mar está agitado, que en la superficie aparece turbulento y en la profundidad permanece sereno y tranquilo. Esta es la alegría cristiana: un don gratuito, la certeza de sabernos amados, sostenidos, abrazados por Cristo en cada situación de la vida. (Cfr. Papa Francisco. Homilía 28.06.2022. Viaje a Canadá).

Dios quiere venir en las pequeñas cosas de nuestra vida (Cfr. Papa Francisco. Homilía de Navidad 2021). Se hace pequeño por mí. Para ser mi Dios se convierte en mi hermano. Y me pide acoger y abrazar a Jesús en los pequeños de hoy; amarlo en los últimos, servirlo en los pobres. Todo se recompone cuando en el centro está Jesús; Él, el Viviente. Volvamos a Belén. Que Dios nos conceda ser una Iglesia adoradora, pobre y fraterna. Esto es lo esencial. Volvamos a Belén.

Alegrémonos juntos, porque nadie podrá apagar nunca esta luz, la luz de Jesús, que resplandece en el mundo. Contemplemos al Niño. En su pequeñez es Dios. Reconozcámoslo. Aquel que abraza al universo necesita que lo sostengan en brazos. Él, que ha hecho el sol, necesita ser arropado. La ternura en persona necesita ser mimada.

Dejémonos atravesar por este asombro escandaloso. Volvamos a Belén, volvamos a los orígenes: a lo esencial de la fe, al primer amor. Dios viene a ennoblecer a los excluidos y se revela a gente pobre que trabajaba. Esta Navidad, Dios viene a colmar de dignidad la dureza del trabajo.

Adviento es el tiempo de afinar nuestros sentidos, nuestra mirada, nuestro oído, nuestra capacidad de ternura, para percibir esos signos de esperanza que nos invitan a la conversión, que nos ponen a la escucha y en la sintonía De Dios, y de los hermanos. Navidad es la meta humana de nuestra existencia: la de la encarnación y la misericordia entrañable, la de acoger la presencia De Dios en nuestra vida. Caminamos a la vida.