Luchemos por lo que queremos
Iniciamos un nuevo curso político, marcado, por un lado, por la impotencia y el desánimo provocados por la pandemia de la COVID19, y, por otro, por la esperanza y la confianza puestas en una pronta recuperación económica, consecuencia, en gran medida, del avance en el proceso de vacunación.
Las restricciones impuestas en el último año y medio empiezan, por fin, a relajarse, se perciben ya los primeros indicios de retorno a lo que llaman con más o menos acierto “normalidad” y las predicciones sobre el futuro inmediato lanzadas por el Gobierno, la Unión Europea y los portavoces de la banca y las grandes empresas invitan al optimismo. Hay urgencia por pasar página de lo vivido, no mirar atrás, olvidar y continuar como si todo lo ocurrido hubiera sido un mal sueño.
Nadie quiere hacer autocrítica ni asumir responsabilidades y menos aún replantearse el modelo de desarrollo económico imperante, que está en el origen de la desigualdad social, los bajos salarios, los abusivos precios de la vivienda, la privatización de los servicios públicos o el cambio climático.
Es preocupante, en este sentido, la autocomplacencia de quienes buscan ponerse medallas por la gestión de la crisis sanitaria, como si las carencias de nuestros hospitales y residencias no hubieran quedado al descubierto, derivadas de las políticas neoliberales y los recortes sufridos, tantas veces denunciados por sus profesionales. Lo mismo sucede con la falta de inversiones en ciencia e investigación, que hemos asumido como si no hubiera alternativa.
Es preciso aprender de los errores que hemos cometido para poder corregirlos y evitarlos en el futuro
No se trata de señalar culpables ni de ajustar cuentas con el pasado, pero sí es preciso aprender de los errores que hemos cometido para poder corregirlos y evitarlos en el futuro.
Por ello, hoy resulta más necesario que nunca apelar a la humildad frente a la soberbia y actuar con conciencia ètica y social. Quienes deben tomar decisiones en los próximos meses tienen que escuchar, observar y actuar primando el interés general, con una sensibilidad especial hacia quienes más han sufrido y todavía peor lo están pasando.
Es cierto que los datos apuntan a un proceso de una pronta recuperación económica, pero es igualmente cierto que ello no significa que sus frutos vayan a ser justamente distribuidos ni implica tampoco que todos los bolsillos se vayan a ver beneficiados.
Los fondos europeos buscan apuntalar la tecnología, la digitalización y las inversiones, pero poco o nada dicen de las personas y su bienestar.
La experiencia nos obliga a permanecer alerta y los agentes sociales y la ciudadanía debemos estar vigilantes y ser exigentes. Una sociedad apática, adormecida, anestesiada por la manipulación y la desinformación, pierde su capacidad crítica y todo espíritu de lucha.
Es un tiempo para emprender una revolución cívica, de nuevos valores, en la que las personas ejerzamos el protagonismo que nos corresponde
No es éste un tiempo para dejarse atrapar aún más por la resignación que nos invade. Al contrario, es un tiempo para emprender una revolución cívica, de nuevos valores, en la que las personas ejerzamos el protagonismo que nos corresponde y no dejemos nuestro futuro sólo en las manos de quienes ejercen el poder.
Son muchos los retos a los que nos enfrentamos y profundizar en la democracia es uno de ellos. Inquietan, en este contexto, los llamamientos al retorno a la normalidad y ese empeño en apuntalar la recuperación económica, amparándose en la comparativa con la etapa prepandemia, como si en el año 2019 la desigualdad social no estuviera disparada, hubiera pleno empleo, con derechos y salarios dignos, y la vivienda asequible para todas y todos.
Ha llegado el momento de repensar el modelo de sociedad, el modelo de producción y consumo, que queremos construir. Necesitamos un cambio real, en profundidad, que nos permita recuperar la esperanza en un mundo mejor, más justo y solidario.
Hasta ahora cada periodo de crisis que hemos padecido ha traído como resultado más desigualdad y más polarización. Esta vez no podemos actuar igual. La política es un motor de transformación, pero sólo cuando se mueve por valores de transparencia, pluralidad, conciencia y ética. El precio abusivo de la luz, las altas tasas de desempleo, las dificultades de acceso a la vivienda, la incertidumbre en torno a las pensiones, la brecha de género, la profunda crisis ecológica, la falta de una política humanitaria en materia de inmigración, el poder sin límites de la banca y de las grandes empresas requieren visión estratégica y respuestas urgentes y valientes.
Hay que poner freno al control de los lobbies, auténtico poder en la sombra, que presiona y controla la toma de decisiones en las sedes de los partidos y las instituciones. Lo hemos visto de forma muy clara cuando el gobierno ha planteado poner límite a los abusivos precios de la luz y de la energía. El oligopolio de las empresas energéticas ha llegado a plantear, como chantaje y medida de presión, el parar la producción nuclear, que además de inviable, desde el punto de vista legal, resulta muy irresponsable por el riesgo de accidente nuclear.
La recuperación económica será sólo un eslogan si no viene acompañada por una auténtica recuperación social.
Cada vez son más las personas vulnerables en España, muchas de ellas con empleos que no les permiten subsistir con dignidad o con pensiones de 600 euros con las que alimentar a hijas, hijos, nietas y nietos. Las mujeres sufren especialmente esta situación, que también es un caso grave de violencia de género, que debe erradicarse.
La agenda política se completa con otros asuntos especialmente relevantes. Es inaceptable que lleven más de tres años, sin la preceptiva renovación, y en situación de interinidad órganos constitucionales tan importantes como: el Consejo General del Poder Judicial, el Tribunal de Cuentas, el Defensor del Pueblo o el Tribunal Constitucional. La derecha no acepta la derrota en las urnas y por eso utiliza estas instituciones al servicio de sus intereses, para frenar al Gobierno y al Parlamento.
Otra cuestión que sigue centrando la atención política es la resolución del llamado conflicto catalán, que exige diálogo sincero, sin más límite que la voluntad popular libremente expresada. Resulta esperanzadora la puesta en marcha de la mesa de diálogo entre los gobiernos de Catalunya y de España. Ojalá prime la sensatez y en interés general, por encima de la posiciones maximalistas y de los intereses partidistas.
No podemos pensar que todas estas cuestiones nos son ajenas; debemos elevar nuestra voz, saliendo del letargo que padece una parte importante de la ciudadanía.
El Partido Popular, con Vox como aliado, no es una alternativa para España. Al contrario, esta opción representa la involución en derechos y libertades.
La coalición progresista debe saber que un gobierno sólo se legitima si vela por la ciudadanía que le ha dado su voto y su confianza.
Estamos iniciando un curso al que pedimos esperanza e ilusión. Luchemos por ello.
Profesor de Filosofía (Bilbao)