«¡Ábrete!», para poder entender
Nos impresionó cómo aquella mujer sirofenicia (Mc 7, 24-30), pagana y desarrapada, se hacía grande delante de Jesús con su humildad. Nos impactó el rostro sorprendido de Jesús, que tomó su cabeza entre sus manos y con una ternura como solo él podía expresar, le dijo que se podía ir.
Su deseo se había cumplido. Aquel hecho fue un bálsamo. Veníamos de polémicas con fariseos, letrados y gente religiosa que se creía enterada en las cosas de Dios y exigían que nosotros cumpliéramos todas las normas… Jesús llevaba unos días agotado, había agresividad en el ambiente, y no podían con sus gestos ni con sus argumentos cargados de profundidad.
La tierra se nos hacía pequeña e íbamos de un lado para otro a aprender de los caminos y de cómo caminaba Jesús. La palabra ¡effetá! (ábrete) (Mc 7, 31-37) retumbó con un eco especial ante el sordomudo. Pero aquel grito de Jesús: «¡Effetá!», no era solo para aquel pobre hombre, que empezó a saltar de alegría, porque las puertas del mundo ya no eran solo sus ojos, sino sus oídos… Mi sensación fue que Jesús gritaba también para todas las personas que estábamos allí. Era como los profetas de la antigüedad, que siempre se quejaban de la sordera profunda del pueblo ante la Palabra de Dios. Nos recordaba que había que estar atentos con ojos y oídos, porque el Dios que él nos transparentaba, estaba en la vida, en la realidad: «un oído en la Palabra, el otro en la tierra…». ¡Effetá!, hay que tener activos todos los sentidos, porque Dios se ha escapado del cielo.
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Consiliario general de la HOAC