Trabajo y cuidado dimensiones fundamentales de la persona
Comentario del videomensaje del papa Francisco a la 109.ª Conferencia Internacional del Trabajo
Peor que una crisis como la que estamos viviendo, solo existe el drama de desaprovecharla. Estas palabras, repetidas a menudo por el papa Francisco, invitando a todos a asumir el momento actual como una oportunidad de cambio, han sido pronunciadas una vez más en el videomensaje transmitido con motivo de la 109.ª Conferencia Internacional del Trabajo que acaba de celebrarse.
El azote del virus ha golpeado a todos sin distinción. Sin embargo, sus efectos han repercutido de forma diferente, con consecuencias muy graves para algunos. El mundo del trabajo, especialmente en algunos sectores, ha sufrido y sigue sufriendo profundamente. Se han perdido innumerables puestos de trabajo, han disminuido las oportunidades de empleo decente y los trabajadores menos protegidos y con menores prestaciones sociales han sufrido y están sufriendo más que los otros. Cuando falta el trabajo, puede faltar el sustento y se corre el peligro de perder hasta el propio hogar. Se pierde la dignidad, peligran las relaciones sociales y familiares, las perspectivas educativas e incluso el propio futuro y el de los seres queridos.
La prioridad es clara para quienes se ocupan del trabajo y de los trabajadores: volver a comenzar colocando en el centro a los trabajadores que están en los márgenes. Esta categoría de trabajadores es amplia y heterogénea: los trabajadores con escasa cualificación profesional y con competencias obsoletas o “superadas” (piénsese en los trabajadores de mayor edad y en las competencias laborales transformadas por los procesos de digitalización y automatización), los trabajadores discontinuos, estacionales y de servicios de guardia o de sustituciones puntuales, los trabajadores empleados en sectores informales y no reglamentados, los trabajadores provenientes de contextos migratorios, los trabajadores empleados en actividades nocturnas y peligrosas; en fin, los trabajadores que sufren unas condiciones de empleo injustas y degradantes. Conviene tener muy claro que una sociedad no puede “progresar descartando”. Un bien no puede serlo solo para mí y no serlo también para todos los demás.
El papa Francisco propone algunas directrices de futuro. La primera, que tiene que ver con las transformaciones de las actividades laborales, es que el trabajo no es simplemente empleo, un mero empleo formal. Es posible ser trabajadores (workers), sin ser empleados (employees) con un contrato regular. Esto implica una nueva forma de concebir los sistemas de protección, muy en particular en el tipo de trabajo informal que representa el 70% del trabajo en algunas zonas del mundo, pero que también está muy presente en las sociedades más estructuradas y avanzadas. Pensemos en el crowd work, en el trabajo a distancia, “en línea”, por el que un trabajador en cualquier lugar del mundo está en condiciones de trabajar para personas y empresas que prestan sus servicios a través de plataformas virtuales con las que el trabajador está conectado. Este tipo de trabajadores carece de cualquier sistema de protección y queda fuera de los esquemas jurídicos del derecho laboral del siglo pasado. Por todo ello, surgen una serie de interrogantes para establecer los estándares mínimos de protección de estos crowd workers. El desafío al que nos enfrentamos es el de imaginar e implementar nuevos mecanismos de protección, nuevas reglas, nuevas normas sociales. ¿Con qué criterios se van a establecer? ¿Seremos capaces de partir del más desfavorecido, del más débil, de los que corren el peligro de permanecer en los márgenes del sistema? ¿Tendremos la valentía de proyectar un dispositivo legal y económico que siente las bases para que el trabajo pueda ser siempre y para cualquier persona una garantía de dignidad?
La segunda directriz de futuro, evidenciada por la pandemia, es la de tomar en consideración muy seriamente el tema del cuidado. Según el papa Francisco: “si el trabajo es una relación, debe por fuerza incluir la dimensión del cuidado, porque ninguna relación puede sobrevivir sin cuidado”. Sobre el vínculo entre trabajo y cuidado, conviene subrayar dos aspectos que deben ser necesariamente afrontados: el trabajo del cuidado y el cuidado que hace posible el trabajo, pero también la dimensión del cuidado que es inherente en todo trabajo. En la Encíclica Fratelli tutti, párrafo 64, el papa Francisco escribe: “Digámoslo, hemos crecido en muchos aspectos, aunque somos analfabetos en acompañar, cuidar y sostener a los más frágiles y débiles de nuestras sociedades desarrolladas”. Trabajo y cuidado son dos dimensiones fundamentales del ser humano: ambas confieren dignidad a nuestro vivir en esta tierra. Y mientras el trabajo es muy valorado socialmente, sin embargo, el cuidado es, en la mayor parte de los casos, relegado a la esfera de lo privado, considerado como un extra. Hasta el punto que cuando esta actividad se realiza mediante compensación, muy frecuentemente la retribución es mínima cuando no simbólica. Realizar actividades de cuidado se convierte en un trabajo ocasional, de reemplazo, de empleo esporádico y marginal, asignado a las mujeres en la mayoría de los casos. No podemos vivir sin cuidado, y, pese a ello, a la hora de la verdad, nos damos cuenta de que el cuidado es invisible, olvidado y subestimado. Este tema ha sido tratado en una conferencia organizada por la Comisión Vaticana sobre la Covid-19 y por la Universidad Loyola de Chicago (Una mejor manera de trabajar: el Papa Francisco, la economía del cuidado y el futuro del trabajo). La conclusión a la que se ha llegado es que el camino por recorrer es el de considerar la cuestión del cuidado, del cuidar, como un compromiso de toda la comunidad y no de los individuos o de las familias aisladas. Para lograrlo es necesario cambiar las normas sociales sobre el trabajo y sobre el cuidado: trabajo y cuidado están interconectados y no conseguiremos valorar el cuidado si no reestructuramos la manera de entender el trabajo. La propuesta, avanzada por la filósofa canadiense Jennifer Nedelski, es la de convertir las actividades de cuidado en parte integrante del horario de trabajo de todos. Nadie debería trabajar más de treinta horas a la semana y nadie debería dedicar menos de veintidós horas a la semana de actividades de cuidado tanto dentro como fuera de la familia.
Solo si somos capaces de potenciar social y legalmente el cuidado podremos conseguir que se convierta en una dimensión imprescindible de todo trabajo, porque “un trabajo que no cuida, que destruye la creación, que pone en peligro la supervivencia de las generaciones futuras no respeta la dignidad de los trabajadores ni puede considerarse digno”.
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Texto original en italiano. Traducción de José María de la Resure para NoticiasObreras.es
Subsecretaria del Dicasterio para la Promoción del Desarrollo Humano Integral
Vaticano