Por un trabajo digno y para todos
El 1 de Mayo es un día para tomar conciencia de la importancia del trabajo para la dignidad de las personas. Un trabajo digno y un sueldo justo es lo que hemos de reivindicar para cada persona que cumple responsablemente las tareas a las que se ha comprometido.
La pandemia de la Covid-19 ha provocado una gran crisis sanitaria que ha hecho tambalear nuestro sistema de salud y que ha demostrado que muchos trabajadores, especialmente del mundo sanitario y de los servicios básicos, son realmente esenciales.
Esta situación ha sido profundamente dolorosa para muchas familias que no han podido despedirse debidamente de sus seres más queridos. Lo que también es tremendamente inhumano es la grave situación por la que están pasando miles de familias que padecen en primera persona los efectos más perniciosos de la crisis económica que se nos ha venido encima. En los últimos trece años, hemos sufrido dos crisis económicas de grandes dimensiones que están impactando de forma severa en la vida y futuro de las familias más vulnerables y de los jóvenes.
La mayoría de personas no quiere
remendar su vida con ayudas y subsidios,
sino que quieren encontrar un trabajo
que les permita mantener a su familia con dignidad.
Hoy, poder trabajar se ha convertido en un privilegio para jóvenes y no tan jóvenes. La ausencia de trabajo hace que muchos estén pasando un auténtico calvario. No debemos olvidar que la mayoría de personas no quiere remendar su vida con ayudas y subsidios, sino que quieren encontrar un trabajo que les permita mantener a su familia con dignidad. En este sentido, me gustaría recordar unos datos que Cáritas Diocesana de Barcelona dio a conocer hace algunas semanas y que nos tienen que hacer reflexionar. En la actualidad, tres de cada cuatro personas atendidas por Cáritas asumen riesgos de exposición a la Covid-19 para poder trabajar.
La economía sumergida, es la única salida para muchas personas que tienen obligaciones familiares. Muchas personas, para poder subsistir, se ven obligadas a aceptar trabajos que no les garantizan una estabilidad y atentan contra su dignidad. Un gran número de estas personas lo hacen por no poder regularizar su situación.
El confinamiento domiciliario y las restricciones que hemos padecido para contener la pandemia de la Covid-19, sin lugar a dudas, han limitado nuestros movimientos y los contagios. Además, para muchas personas han supuesto un camino tortuoso y lleno de obstáculos para poder encontrar un trabajo digno.
Esta grave situación, además, acentúa otros dramas sociales que ya hace años que venimos arrastrando: no tener acceso a una vivienda digna y no poder tener una adecuada alimentación. En pleno siglo XXI, tener una vivienda digna y poderla pagar sigue siendo un lujo que no está al alcance de todos. Pedimos a las Administraciones públicas que desarrollen una política activa de construcción de vivienda social.
Las colas del hambre son cada vez más largas y no podemos cerrar los ojos ante esta realidad invisible. Hay familias enteras que hacen cola para llenar el carrito de la compra ante las Cáritas parroquiales, así como ante otras muchas entidades católicas, sociales y humanitarias por todo nuestro país.
La mejor manera de hacer frente a este drama sería poner en marcha la cooperación público-privada para promover iniciativas empresariales y sociales que generen empleo digno. Ojalá dejemos a un lado las disputas políticas, los bandos y los recelos entre el mundo público y el privado, y nos pongamos de una vez por todas a trabajar juntos por una economía al servicio del bien común y por la dignidad de las personas.
En este sentido, el papa Francisco nos recuerda: «Solidaridad es pensar y actuar en términos de comunidad, de prioridad de la vida de todos sobre la apropiación de los bienes por parte de algunos. También es luchar contra las causas estructurales de la pobreza, la desigualdad, la falta de trabajo, de tierra y de vivienda, la negación de los derechos sociales y laborales. Es afrontar los destructores efectos del imperio del dinero». (Fratelli Tutti 116)
El papa Francisco nos marca el camino a seguir y nosotros, como cristianos, tenemos que ser la mano amiga para todos aquellos que nos necesiten. Tenemos que construir un mundo más generoso, más fraternal, más solidario, más justo, más amable. Un mundo que entienda que los problemas de unos cuantos son problemas de todos.
Este año, en la archidiócesis de Barcelona estamos trabajando el eje de los pobres, tal como recoge el Plan Pastoral Diocesano. Me gustaría destacar un breve texto del Plan que dice así: «La Iglesia será aquel “hospital de campaña” que nos propone el Papa si desarrolla la solidaridad con las diferentes formas de pobreza y de sufrimiento existentes, y si acoge a todo el mundo sin considerar las condiciones de raza, sexo o religión.»
Hagamos todo lo que esté en nuestras manos para transformar las estructuras que nos impiden vivir fraternalmente como hijos e hijas de Dios y trabajar dignamente. El trabajo no puede depender de la suerte.
En Cristo resucitado, los cristianos encontramos la fuerza y el coraje para trabajar por el bien de todos y cada uno de nuestros hermanos. Él es nuestra esperanza.
Arzobispo de Barcelona y presidente de la Conferencia Episcopal Española.