“#FratelliTutti” y el trabajo decente

“#FratelliTutti” y el trabajo decente

Ya dijo Benedicto XVI en Caritas in veritate que la cuestión social se había convertido en una cuestión antropológica en el sentido de que… se va abriendo paso una mens eutanasica, manifestación no menos abusiva del dominio sobre la vida, que en ciertas condiciones ya no se considera digna de ser vivida. Detrás de estos escenarios hay planteamientos culturales que niegan la dignidad humana. A su vez, estas prácticas fomentan una concepción materialista y mecanicista de la vida humana… Mientras los pobres del mundo siguen llamando a la puerta de la opulencia, el mundo rico corre el riesgo de no escuchar ya estos golpes a su puerta, debido a una conciencia incapaz de reconocer lo humano. Dios revela el hombre al hombre; la razón y la fe colaboran a la hora de mostrarle el bien, con tal que lo quiera ver; la ley natural, en la que brilla la Razón creadora, indica la grandeza del hombre, pero también su miseria, cuando desconoce el reclamo de la verdad moral.1

Aunque en una primera lectura de este texto se pueda inferir que se refiere a cuestiones de bioética, si volvemos a leerlo reposadamente apreciamos que las palabras del pontífice van mucho más allá, anticipando lo que Francisco ha llamado después la cultura del descarte, que abandona a su suerte a los pobres, al renunciar a la implicación necesaria en la búsqueda del bien común por parte de un sistema y una economía que mata, que descarta, que genera pobreza e injusticia.

Hay en nuestro mundo planteamientos culturales que –de manera cada vez más explícita– consideran que determinadas vidas no merecen la pena ser vividas y, por eso, en lugar de empeñar todos los recursos y capacidades posibles en hacerlas portadoras de su propia dignidad, las descartan de entrada. Se declaran vidas amortizables, daños colaterales, que son asumibles para mantener un nivel de consumo y satisfacción de deseos que se considera “digno”, según los parámetros del consumo depredador.

La mens eutanásica a que se refiere el papa Benedicto XVI, no está refiriéndose solo al hecho de provocar la muerte en situaciones de enfermedad terminal, sino a la conciencia de que no todos tenemos la misma dignidad, y por tanto carecemos de los mismos derechos, lo que permite y justifica su eliminación –no necesariamente traumática, pero, al fin, tanto o más violenta– mediante un sistema que:

  • nos irresponsabiliza de las causas de la pobreza, y de la existencia de la pobreza misma, como si fueran un desastre natural insoslayable,
  • nos hace indiferentes a las situaciones de pobreza, nos damos una conciencia incapaz de reconocer lo humano, porque necesitamos justificar nuestra propia inhumanidad,
  • responsabiliza personalmente de la pobreza a quien la sufre,
  • refuerza y justifica el individualismo en la búsqueda de soluciones,
  • y, termina por criminalizar a los empobrecidos, a la vez que ha transformado el empobrecimiento provocado y buscado en una pobreza que se muestra casi deseada por quien la padece.

El discurso del “emprendimiento” que va haciendo fortuna en el mundo del trabajo, aun cuando nos cuesta ver que solo es un envoltorio de la precariedad, es expresión de todos estos elementos: si no tienes empleo2, si no lo buscas o lo creas, es porque no quieres, simple y llanamente. Y no puedes pedir a nadie que se haga responsable de una situación que tú mantienes porque quieres. Es así de sencillo. Por tanto, el único responsable de tu situación de precariedad y pobreza eres tú mismo, y esa responsabilidad te incapacita para exigir que la sociedad destine recursos a la solidaridad compasiva o a la justicia restaurativa de tu dignidad mediante mecanismos sociales y económicos. No hay ninguna razón ética, moral, económica, jurídica o política para exigirlo. Nosotros no tenemos la culpa.

La raíz de esta manera de construir una sociedad al margen de lo humano está en la deshumanización que supone el olvido vital de aquello que nos constituye radicalmente: hemos perdido la capacidad de amar. Hemos olvidado nuestra condición vital de ser “los amados de Dios”, y hemos olvidado que esa condición filial se realiza necesariamente en la objetivación de la fraternidad-sororidad. Hemos olvidado que somos por el amor, y que somos para realizarnos en el amor fraterno que nos humaniza en la medida en que los empobrecidos nos puedan sentir como hermanos y hermanas. La ‘cuestión antropológica’ ya no discute o enfrenta problemas laborales concretos, sino la misma raíz de nuestra condición humana. Creados por Dios, a su imagen y semejanza y, por tanto, creados para la comunión, se cercena la dimensión comunitaria de nuestro ser, resultando un ser que ya no puede decirse humano porque solo existimos humanamente –por el amor y para el amor– en la interrelación que nos constituye en la radical fraternidad que somos.

El trasfondo es la respuesta de Caín a la pregunta de Dios cuando inquiere sobre la vida de Abel: ¿Acaso soy yo el guardián de mi hermano?3 Seguimos dando esta respuesta a la pregunta por el hermano que sufre. Pero ahora no es solo una respuesta individual, fruto de nuestro egoísmo o nuestra envidia. La respuesta se ha convertido en una respuesta institucional, sistémica. Y hemos dado por buena la misma, diciéndonos que “las cosas son así”, que no se pueden cambiar, y renunciando a luchar porque sean de otra manera. El capitalismo se ha convertido en una cultura que lo coloniza todo.

Que la cuestión social se haya transformado en una cuestión antropológica significa que el núcleo de la Doctrina Social –desde siempre la sagrada dignidad de la persona y, en ella, el trabajo humano– ya no es una mera cuestión de derechos laborales y de justicia retributiva, o de reivindicaciones sindicales, o de lucha de clases, sino que está en juego la misma concepción antropológica de la persona y en ella la misma concepción de la vida y de la sociedad y, correlativamente, cuestiones como el bien común, la solidaridad y la justicia. Está en juego, por tanto, quienes somos, lo que somos, y para lo que somos. Está en juego nuestra propia humanidad y el sentido de nuestra existencia como personas y como sociedad.

La cuestión de la sagrada dignidad de la vida humana y el problema del empobrecimiento y la justicia confluyen en esta radical conversión antropológica de la cuestión social. Esa es hoy su seña de identidad. Y esa es hoy la cuestión que, como Iglesia, no podemos dejar de afrontar4.

El papa Francisco en la reciente encíclica Fratelli tutti, parte precisamente de esta concepción que el magisterio social de la Iglesia denuncia desde siempre y, con más contundencia, en los últimos pontificados, desde Juan Pablo II, sin solución de continuidad desde Redemptor hominis, que reclama nuevamente la atención a la centralidad de la sagrada dignidad de toda persona por razón de nuestra condición de hijos e hijas de Dios.5

En el corazón y en el núcleo fundamental de la Buena Noticia de Jesucristo está la sagrada dignidad del ser humano, de cada persona y de toda persona como hija de Dios. Esa dignidad tiene su origen, fundamento y raíz en el amor concreto, radical e incondicional de Dios a cada persona y a toda persona, para que cada una de nosotras tengamos vida y vida en plenitud. Es la Gracia, el amor del Dios Amor, lo que nos ha dado la vida y lo que nos sostiene en ella. “Nadie podrá quitarnos la dignidad que nos otorga este amor infinito e inquebrantable”, dice el papa Francisco6. Por amor, nuestra existencia es un don gratuito que Dios pone en nuestras manos para que lo acojamos y lo vivamos, en el amor y la libertad, al modo de Dios-Comunión de Personas.

Si esto es así, si el principio constitutivo de todo lo humano y de todo ser humano es el Amor de Dios, significa que toda actividad humana, toda relación humana, toda organización social humana, tiene que ser coherente con ese principio y expresión de él. Entonces, y solo entonces, creceremos en humanidad, seremos realmente humanos.

Pero esto no es así en nuestra sociedad, no es así en nuestro mundo obrero y del trabajo. En nuestro modelo social y en la cultura social dominante se ha producido un desplazamiento de la comunión que nace del amor hacia un individualismo radical. Por eso se ha producido una grave mutilación y disolución de lo humano, raíz de la injusticia y del empobrecimiento, y también obstáculo fundamental para luchar contra ese empobrecimiento e injusticia, porque nos dificulta la acogida y vivencia de ese don gratuito de Dios que es nuestra existencia. Esto es lo que el Magisterio de la Iglesia señala cuando dice que la cuestión social se ha convertido radicalmente en una cuestión antropológica, o que se ha extendido la cultura del descarte, que se descartan seres humanos porque esta cultura, en el fondo, descarta lo humano.

El principio constitutivo de lo humano que es el Amor de Dios y su acogida o su negación práctica, se dan inseparablemente en lo personal y en lo social. Nuestra realización personal (acogida, respuesta y realización del don gratuito de Dios, porque Dios no ha creado seres anónimos, números de una colectividad, sino seres singulares, cada uno único e irrepetible) y la realización o construcción de una sociedad justa y humana (que igualmente es acogida del don gratuito de Dios, porque Dios no ha creado al ser humano como individuo aislado, sino como miembro de una familia humana, como prójimo de sus hermanos), no son dos realidades distintas, sino una sola: construimos nuestra persona en la medida en que construimos fraternidad; y construimos fraternidad en la medida en que descubrimos y decidimos vivir poniéndonos al servicio de que los otros vivan. Dicho de otra manera, la realización personal y la realización social son dos expresiones de lo mismo: nuestra vocación a la comunión en el amor y la libertad. Por eso dice el papa Francisco que la vida se acrecienta dándola y se debilita en el aislamiento y la comodidad … la vida se alcanza y madura a medida que se la entrega para dar vida a los otros. Esa es en definitiva la misión.7

Nuestra tarea consiste en acoger ese Amor liberador para construir nuestra propia vida y la de nuestro entorno desde el proyecto de Dios. Y eso es posible gracias a la acción del Espíritu en nosotros que sana nuestra libertad. Es fundamental que avivemos la conciencia de que somos libres para amar, estando como estamos heridos por el pecado, y que es la fuerza del Espíritu (Dios en nosotros) la que nos posibilita madurar nuestra libertad.

Lo esencial es experimentar la sanación que Jesucristo produce en nuestra vida, recuperando nuestra humanidad. Avivar la conciencia (adormecida en la cultura social dominante) del misterio de la vida divina que nos da la vida y nos sostiene, de la Presencia amorosa que nos constituye. Solo así podemos construir nuestra existencia en el seguimiento de Jesús, buscando sentir, pensar y actuar como Él: Solo gracias a ese encuentro -o reencuentro- con el amor de Dios, que se convierte en feliz amistad, somos rescatados de nuestra conciencia aislada y de la autorreferencialidad. Llegamos a ser plenamente humanos cuando somos más que humanos, cuando le permitimos a Dios que nos lleve más allá de nosotros mismos para alcanzar nuestro ser más verdadero8

La Iglesia hemos de activar nuestro ser y misión para vivir de esta manera y ser expresión de esa nueva manera de vivir, camino de realización de nuestra vocación al servicio de los empobrecidos. Ser instrumento, en definitiva, para la acogida de la obra de la redención que Jesucristo ha realizado y realiza hoy en nosotros y, por supuesto, en nuestro mundo obrero y del trabajo.9

Cuatro claves

En la XIII Asamblea General de la HOAC10, celebrada en el año 2015, compartimos cuatro claves para concretar prácticas de comunión de vida, bienes y acción con el mundo obrero empobrecido, que no son exclusivas de nuestro movimiento apostólico, sino que expresan la misma dinámica de encarnación y misión de la Iglesia, desde el seguimiento de Jesucristo, y en consonancia con las prácticas de anuncio y visibilización del Reino de Dios que realizó Jesús de Nazaret. Estas cuatro claves son una manera de situarnos y actuar en la realidad del mundo obrero y del trabajo (y en toda la realidad social que habitamos) que nos propone:

  1. Acompañar la vida de las personas en sus ambientes para crear las condiciones en las que podamos vivir nuestra humanidad de manera más plena, descubriendo en qué consiste nuestra humanidad.
  2. Colaborar a un cambio de mentalidad y de la atmósfera cultural en la que vivimos, construyendo otra comprensión vital de en qué consiste nuestra humanidad y cómo se edifica.
  3. Colaborar al necesario cambio de las instituciones para que estén más al servicio de las necesidades de las personas, en particular de los empobrecidos.
  4. Colaborar a construir y dar visibilidad a experiencias alternativas en la forma de vivir, personal y socialmente.

Ahora bien, esa manera de situarnos y actuar es un camino para avanzar en ser testigos vivos de un proyecto de humanización, el que nos muestra y propone Jesucristo y que busca presentar cada día a Jesucristo como propuesta de liberación para todas las personas. El fundamento de esa manera de situarnos y actuar es Jesucristo. Por eso solo podemos vivirlas en la medida en que parten de la conversión a Jesucristo, y que son un camino para anunciar el Evangelio de Jesucristo como respuesta a las necesidades más profundas del mundo obrero y del trabajo y, por tanto, de toda la humanidad. Estas cuatro claves son, pues, un camino de evangelización.

En esta misma dinámica, que podríamos enunciar con otras palabras –encarnación, conversión, profecía, y testimonio–, se sitúa la perspectiva evangelizadora que Francisco nos propone en Evangelii gaudium. Y desde esa dinámica evangelizadora ofrece en esta última encíclica que nos ocupa una propuesta política para abordar, entre otras cuestiones, la propuesta cristiana sobre el trabajo humano.

Fraternidad y amistad social

La pandemia en la que nos encontramos condiciona muchas circunstancias vitales, pero, sobre todo, deja al descubierto la entraña inhumana de este sistema, radicalmente individualista y deshumanizador, y pone de manifiesto nuestras carencias en materia de fraternidad. Y, consecuentemente, nos pone de bruces ante una necesidad perentoria: se necesita una comunidad que nos sostenga.11 Y esto que se ha revelado claramente en muchos ámbitos de nuestra vida, resulta palmario si miramos la realidad del trabajo humano. Nadie trabaja por sí y para sí. Trabajar es un acto de amor que genera fraternidad y que sirve al bien común. Trabajamos, siempre, para los demás, y nos beneficiamos del trabajo de otros.

La encíclica Fratelli Tutti no es una encíclica sobre el trabajo humano, aunque sitúa el trabajo en la centralidad de la propuesta social del evangelio, reafirmando así la orientación que desde Laborem exercens, fundamentalmente, se ha venido expresando en la Doctrina Social de la Iglesia. Es una encíclica con pocas cuestiones novedosas, muchas ya expresadas por el papa Francisco en otras encíclicas, exhortaciones, homilías, discursos… y abordadas con anterioridad por la DSI. Quizá lo más relevante de esta encíclica sea que sintetiza y sistematiza el pensamiento social del papa Francisco desde la convicción de que todo está conectado, y de que no hay más que una única crisis, ecosocial que enfrentar, para ofrecer una propuesta de acción global desde el evangelio y la doctrina social que se formula en términos de fraternidad y amistad social.

Lo novedoso es hacer de la propuesta de fraternidad evangélica una propuesta de amistad social con contenido y alcance político; es decir, como propuesta de construcción de una sociedad, una economía, y una política, radicalmente distintas, que han de articularse desde la centralidad de la persona, pero, esencialmente, desde la centralidad de los empobrecidos, y que solo puede hacerse desde las dinámicas de comunión que genera la vivencia de la fraternidad.

En esa clave, retoman fuerza en la propuesta del papa conceptos y prácticas como la de la solidaridad.

Los últimos en general «practican esa solidaridad tan especial que existe entre los que sufren, entre los pobres, y que nuestra civilización parece haber olvidado, o al menos tiene muchas ganas de olvidar. Solidaridad es … pensar y actuar en términos de comunidad, de prioridad de la vida de todos sobre la apropiación de los bienes por parte de algunos. También es luchar contra las causas estructurales de la pobreza, la desigualdad, la falta de trabajo, de tierra y de vivienda, la negación de los derechos sociales y laborales. Es enfrentar los destructores efectos del Imperio del dinero. […] La solidaridad, entendida en su sentido más hondo, es un modo de hacer historia y eso es lo que hacen los movimientos populares»12.

Hay elementos importantes en lo que señala el Papa. De una parte, que cuando hablamos de prácticas de solidaridad no podemos referirnos más que a una dinámica vital continuada en el tiempo que se hace dinámica social en tanto nos lleva a pensar y actuar en términos de comunidad. La solidaridad es la dinámica de la fraternidad. Supone desterrar cualquier pensar y actuar en términos de individuo, incluso de colectivos “individuales” o de individualismo social, en favor de la primacía del Bien Común; supone pensar y actuar en términos de prioridad de la vida humana sobre cualquier beneficio económico. Es curioso cómo durante la crisis sanitaria de la COVID se han enfrentado modelos de respuesta a la misma desde claves que han llegado a presentarse tan opuestas como salud/vida frente a economía. Lo que el papa Francisco viene a decir es que no cabe otra manera de afrontar la vida en todas sus dimensiones que no ponga todo al servicio de la vida digna de todas las personas, y que los beneficios solo son tales, y moralmente lícitos, cuando sirven y nacen de la búsqueda y se orientan a la consecución del Bien Común. No hay oposición entre salud/vida y economía. No puede haber economía que no esté al servicio de la salud, de la vida, de la dignidad de toda persona: de toda la persona, y de todas las personas. Lo contrario no es economía; es idolatría del dinero.13

Pero aún dice más. Solidaridad es algo que va de la mano de la justicia. Es, dice, luchar contra las causas estructurales de la pobreza, la desigualdad, la falta de trabajo… la negación de los derechos sociales y laborales. Esta consideración debería ayudarnos a seguir poniendo en cuestión toda práctica caritativa que olvide denunciar las causas del empobrecimiento, y que, a la vez que palía los devastadores efectos en la vida de las personas, cierra los ojos ante sus causas y sus causantes, con la excusa poco evangélica de que eso es “meterse en política”. Conviene recordar lo que señalaba Benedicto XVI en Cáritas in veritate cuando decía que el asistencialismo humilla al necesitado.14 Con otras palabras, podemos decir que toda acción caritativa que no comporta una dimensión política de lucha contra las causas de la injusticia que provoca la pobreza, no es cristiana, porque no ahonda en caminos de transformación social hacia la construcción de la amistad social que es la fraternidad expresada en la búsqueda del Bien Común.15

Ya recordaba Benedicto XVI en Cáritas in veritate que estas situaciones no son fruto del azar, o de la conjunción inevitable de fuerzas incontrolables: tienen causa y causantes; tienen responsables, con nombres, apellidos, o marca comercial, y nacionalidad.16

Lo que el Papa viene a decir –para un cristiano– es que no hay más remedio que “meterse en política” desde una mística de ojos abiertos que, al ir haciendo historia, anticipe la realización del Reino de Dios. La solidaridad supone en ese anticipar el Reino, crear condiciones posibles de vida digna para todos. La subordinación al bien común (la comunión) es una clave propia de la fraternidad, y ésta requiere del reconocimiento práctico de la dignidad de todos, posibilitando la vida digna. No es novedoso en la doctrina social, postular que la empresa, los empresarios, hayan de servir con sus capacidades al bien común, generando una riqueza a la que todos deben alcanzar. El papa Francisco, que en otras ocasiones ha planteado a los empresarios las claves desde las que habría que realizar esto, insiste en que dichas capacidades orientadas al desarrollo humano y a la superación de la pobreza pasan por la creación de fuentes de trabajo diversificadas:

Es verdad que la actividad de los empresarios «es una noble vocación orientada a producir riqueza y a mejorar el mundo para todos». Dios nos promueve, espera que desarrollemos las capacidades que nos dio y llenó el universo de potencialidades. En sus designios cada hombre está llamado a promover su propio progreso, y esto incluye fomentar las capacidades económicas y tecnológicas para hacer crecer los bienes y aumentar la riqueza. Pero en todo caso estas capacidades de los empresarios, que son un don de Dios, tendrían que orientarse claramente al desarrollo de las demás personas y a la superación de la miseria, especialmente a través de la creación de fuentes de trabajo diversificadas.17

Porque el trabajo humano es la verdadera fuente de riqueza que puede generar la satisfacción de las necesidades humanas de una manera digna, y que posibilita la verdadera vida personal, familiar y social, que contribuye al bien común y a la construcción de una sociedad verdaderamente humana, fraterna.

Como expresa el mismo papa Francisco, sin dudas se trata de otra lógica inédita en los planteamientos económicos y políticos desde los que construye este sistema:

Si no se intenta entrar en esa lógica, mis palabras sonarán a fantasía. Pero si se acepta el gran principio de los derechos que brotan del solo hecho de poseer la inalienable dignidad humana, es posible aceptar el desafío de soñar y pensar en otra humanidad. Es posible anhelar un planeta que asegure tierra, techo y trabajo para todos. Este es el verdadero camino de la paz, … la paz real y duradera sólo es posible «desde una ética global de solidaridad y cooperación al servicio de un futuro plasmado por la interdependencia y la corresponsabilidad entre toda la familia humana».18

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Y señala la centralidad del trabajo humano como principio de vida en esta lógica distinta y necesaria:

El gran tema es el trabajo. Lo verdaderamente popular —porque promueve el bien del pueblo— es asegurar a todos la posibilidad de hacer brotar las semillas que Dios ha puesto en cada uno, sus capacidades, su iniciativa, sus fuerzas. Esa es la mejor ayuda para un pobre, el mejor camino hacia una existencia digna. Por ello insisto en que «ayudar a los pobres con dinero debe ser siempre una solución provisoria para resolver urgencias. El gran objetivo debería ser siempre permitirles una vida digna a través del trabajo». Por más que cambien los mecanismos de producción, la política no puede renunciar al objetivo de lograr que la organización de una sociedad asegure a cada persona alguna manera de aportar sus capacidades y su esfuerzo. Porque «no existe peor pobreza que aquella que priva del trabajo y de la dignidad del trabajo». En una sociedad realmente desarrollada el trabajo es una dimensión irrenunciable de la vida social, ya que no sólo es un modo de ganarse el pan, sino también un cauce para el crecimiento personal, para establecer relaciones sanas, para expresarse a sí mismo, para compartir dones, para sentirse corresponsable en el perfeccionamiento del mundo, y en definitiva para vivir como pueblo.19

Hay en estas propuestas del papa Francisco ecos audibles de la lógica del don y la comunión que Benedicto XVI proponía en Cáritas in veritate20

Es verdad que la acción caritativa y social de la Iglesia se orienta desde hace tiempo en esta dirección, aunque –esto es importante– aún no es un eje central de la acción caritativa y social. En esto necesitamos también una conversión pastoral. No se trata solo de atender a las víctimas de la pobreza, algo que siempre será irrenunciable, sino de que, a través de la acción samaritana que carga sobre los propios hombros al caído, también se desarrolle una acción que impida en el futuro la repetición de las situaciones que le han llevado a encontrarse tirado al borde del camino y que, en el caso de volver a suceder, pueda encontrar institucionalizada la acción samaritana, como un elemento sobre el que se sostiene la construcción de una sociedad verdaderamente fraterna. Se trata de incorporar el “principio compasión” a la vida social, económica y política, de la humanidad, pues es la gratuidad de la compasión la que mueve al compromiso militante y transformador a favor de los sufrientes.21

También esto lo contempla Fratelli tutti. No podemos dar por cumplida la caridad que se queda en la dimensión de la respuesta a la situación personal, sin contemplar la dimensión institucional que vaya transformando la historia, en la que el trabajo vuelve a ser un eje insoslayable:

La caridad reúne ambas dimensiones —la mítica22 y la institucional— puesto que implica una marcha eficaz de transformación de la historia que exige incorporarlo principalmente todo: las instituciones, el derecho, la técnica, la experiencia, los aportes profesionales, el análisis científico, los procedimientos administrativos. Porque «no hay de hecho vida privada si no es protegida por un orden público, un hogar cálido no tiene intimidad si no es bajo la tutela de la legalidad, de un estado de tranquilidad fundado en la ley y en la fuerza y con la condición de un mínimo de bienestar asegurado por la división del trabajo, los intercambios comerciales, la justicia social y la ciudadanía política».23

Por una parte, es imperiosa una política económica activa orientada a «promover una economía que favorezca la diversidad productiva y la creatividad empresarial», para que sea posible acrecentar los puestos de trabajo en lugar de reducirlos.24

Hay un llamado amor “elícito”, que son los actos que proceden directamente de la virtud de la caridad, dirigidos a personas y a pueblos. Hay además un amor “imperado”: aquellos actos de la caridad que impulsan a crear instituciones más sanas, regulaciones más justas, estructuras más solidarias. De ahí que sea «un acto de caridad igualmente indispensable el esfuerzo dirigido a organizar y estructurar la sociedad de modo que el prójimo no tenga que padecer la miseria». Es caridad acompañar a una persona que sufre, y también es caridad todo lo que se realiza, aun sin tener contacto directo con esa persona, para modificar las condiciones sociales que provocan su sufrimiento. Si alguien ayuda a un anciano a cruzar un río, y eso es exquisita caridad, el político le construye un puente, y eso también es caridad. Si alguien ayuda a otro con comida, el político le crea una fuente de trabajo, y ejercita un modo altísimo de la caridad que ennoblece su acción política.25

Hay en estas propuestas convicciones que, sin ser nuevas en la acción de los movimientos sociales y sindicales o en la de los movimientos apostólicos obreros, ponen voz desde la autoridad del magisterio a cuestiones esenciales que están en el debate acerca del futuro del trabajo. Hace años que este debate está tomando cuerpo en diversos ámbitos, y con la pandemia de la COVID requiere más profundidad y concreción de propuestas por cuanto se han acelerado cambios y transformaciones que se venían gestando en ese “enfrentamiento” entre la lógica del don como elemento motor de una economía y una política al servicio de la persona, y la idolatría del dinero. En ese debate, y en las propuestas de la encíclica hay elementos sustanciales a considerar no solo en el plano teórico, sino en el concreto quehacer en que deben sustanciarse los pasos a dar para transformar esta realidad.

La propuesta de Francisco apunta los siguientes elementos en relación con el trabajo humano:

  • El trabajo humano es irrenunciable para la persona y para la sociedad. Es una dimensión irrenunciable para la realización personal y para la construcción de cualquier sociedad. No puede construirse una sociedad humana sobre la exclusión estructural de millones de personas del acceso al trabajo. De la crisis de 2007-2008 se salió con una tasa de desempleo en nuestro país que englobaba a más de tres millones de personas. El mensaje resultaba claro: resultáis innecesarios. Podemos generar la misma riqueza sin vosotros, no tenéis sitio en este sistema.26
  • Irrenunciable del mismo modo es la dignidad del trabajo, y es el camino de acceso a la vida digna y a los derechos sociales, personales y familiares. El debate actual es la conveniente disociación de los derechos familiares y sociales del trabajo, de modo que nadie quede privado de tales derechos por el hecho de no tener empleo, o tenerlo precario, porque cuando el empleo se precariza se precarizan también los derechos que están asociados al mismo. Es avanzar por el concepto de derechos de ciudadanía –lo cual sigue generando parcelas de exclusión–, o, aún mejor, de derechos de fraternidad humana.
  • Hemos de avanzar en la distinción entre empleo y trabajo. No es lo mismo. Y hemos de hacerlo por el camino de reconocer como trabajo actividades que, especialmente en la pandemia, se han revelado esenciales para la vida y el funcionamiento de nuestra sociedad. Puede que escasee el empleo, que se haya precarizado hasta la deshumanización, pero sigue habiendo trabajo para todos, si aceptamos reconocer y valorar trabajos de cuidados, esenciales para la vida, y que hasta ahora no hemos reconocido socialmente. Este camino acerca a horizontes de dignidad personal y social, a horizontes de riqueza compartida y bien común, a horizontes de humanidad y fraternidad.
  • Nuestra acción caritativa y social como Iglesia de Jesucristo no puede obviar la centralidad del trabajo en el camino de acompañamiento y restauración de la dignidad de las personas que acuden a nosotros, si queremos responder en su integridad a la propuesta transformadora del Evangelio, que incluye también dimensiones ambientales e institucionales, y no solo personales. Es necesario caminar hacia un cambio de mentalidad y cultura en relación con el trabajo, y a transformar las instituciones para que estén al servicio de las personas.
  • En este sentido es irrenunciable la dimensión profética de la denuncia de toda injusticia, y de sus causas y causantes. Queda aún mucha connivencia silenciosa en nuestras comunidades cristianas con situaciones que claman al cielo27. La búsqueda de la justicia es una dimensión irrenunciable de la caridad.

Y, a la vez, habrá que ir anunciando, proféticamente también, el alumbramiento de nuevas realidades que estamos llamados a hacer surgir. Si proponemos que el trabajo humano se asiente en claves distintas de las que lo sustentan en este sistema, tenemos la responsabilidad de ir concretando en prácticas de fraternidad y comunión la lógica desde la que entendemos que el trabajo humano encuentra su sentido en el proyecto de Dios.

  • Hemos de procurar prácticas personales que vayamos haciendo hábito y construyan nuestra conciencia en este sentido. Por ejemplo: ¿Es cristiano hacer compras en domingo, en día de descanso de los trabajadores, impidiendo este descanso y la vida familiar de los mismos? ¿También este día ha de ser un día de consumo? ¿no podemos organizar nuestra vida desde el respeto fraterno a nuestras hermanas y hermanos obligados a trabajar sin descanso? Si se pierde la sensibilidad personal y social para acoger una nueva vida, también se marchitan otras formas de acogida provechosas para la vida social.28 Hemos de recuperar la dimensión comunitaria y fraterna de nuestra existencia en esta sociedad que hemos convertido en un mero mercado.
  • Y hemos de generar prácticas comunitarias distintas. Hemos de construir relatos transformadores y esperanzadores, a la vez que les damos forma en realizaciones prácticas concretas. Es importante seguir extendiendo hacia el interior de nuestra Iglesia, para poder hacerlo como Iglesia a la sociedad, la iniciativa eclesial “Iglesia por el Trabajo Decente”29.

En la Declaración ‘fundacional’ de esta iniciativa eclesial, se decía que, promover y crear un entorno propicio al trabajo decente es esencial para enfrentar los desafíos actuales de creciente injusticia social y desigualdad, reforzando al mismo tiempo la dignidad humana y contribuyendo al bien común. En efecto, no podemos dejar sin respuesta el sufrimiento humano resultante tanto de estructuras injustas como del egoísmo de las personas que da lugar a formas de trabajo precario o mal remunerado, del tráfico de seres humanos y de trabajo forzado, de variadas formas de desempleo juvenil y de migración forzada. El acceso a un trabajo decente debe ser una meta prioritaria de las políticas públicas y de las organizaciones sociales, empresariales y sindicales. Es necesaria la articulación de políticas … de cara a la consecución de este objetivo.

Conviene recordar a lo que nos referimos con la expresión Trabajo Decente, con las palabras de Benedicto XVI: ¿qué significa la palabra «decente» aplicada al trabajo? Significa un trabajo que, en cualquier sociedad, sea expresión de la dignidad esencial de todo hombre o mujer: un trabajo libremente elegido, que asocie efectivamente a los trabajadores, hombres y mujeres, al desarrollo de su comunidad; un trabajo que, de este modo, haga que los trabajadores sean respetados, evitando toda discriminación; un trabajo que permita satisfacer las necesidades de las familias y escolarizar a los hijos sin que se vean obligados a trabajar; un trabajo que consienta a los trabajadores organizarse libremente y hacer oír su voz; un trabajo que deje espacio para reencontrarse adecuadamente con las propias raíces en el ámbito personal, familiar y espiritual; un trabajo que asegure una condición digna a los trabajadores que llegan a la jubilación.30

No cabe en nuestra Iglesia que proclamemos la necesidad de un trabajo decente y de caminar con justicia para su consecución, si al interior, en muchas entidades eclesiales, en nuestras relaciones laborales, no hemos establecido el trabajo decente como la única práctica laboral admisible.

Esto hoy, lamentablemente, no es así. El pecado de la precariedad y las condiciones poco dignas de trabajo también azotan dentro de muchas de nuestras entidades eclesiales. Nos vendrá bien prestar urgente atención a la necesidad de diferenciar lo que debe ser trabajo y tratado como tal, de lo que haya de ser el compromiso generoso y gratuito que es donación vital y brota de la fe. No son lo mismo. Ni deben serlo. Y tratar aquel como este, es un subterfugio legalista que se convierte en una ofensa a la dignidad de los trabajadores.

La política del cuidado y la ternura

Hay trabajo para todos los seres humanos, hay posibilidades infinitas e incontables ocasiones que necesitan de la constante aportación de los propios dones y capacidades a la construcción de la casa común, en la misión vital de cuidarnos y cuidar la casa común, conscientes de que cuidar el mundo que nos rodea y contiene, es cuidarnos a nosotros mismos. Pero necesitamos constituirnos en un “nosotros” que habita la casa común.31

Necesitamos constituirnos en un nosotros, recuperar nuestra vocación vital a la comunión. Y eso es todo un proyecto político. Un proyecto que no olvide que el gran tema es el trabajo porque cuanto se está produciendo en la deshumanización del trabajo se está trasladando más tarde a la concepción global de la vida, del ser humano, y de las relaciones sociales.

¡Qué distintas respuestas pueden surgir cuando la fragilidad es la preocupación primera y la ternura el camino de respuesta!

Los políticos están llamados a «preocuparse de la fragilidad, de la fragilidad de los pueblos y de las personas. Cuidar la fragilidad quiere decir fuerza y ternura, lucha y fecundidad, en medio de un modelo funcionalista y privatista que conduce inexorablemente a la “cultura del descarte”. […] Significa hacerse cargo del presente en su situación más marginal y angustiante, y ser capaz de dotarlo de dignidad».32

La tarea de hacer del trabajo humano lo que es en el proyecto de Dios es sin duda una tarea política, y una tarea en la que los cristianos hemos de estar presentes, construyendo justicia juntos, con todos quienes podemos encontrarnos en ese empeño, bailando al son de la música del evangelio, que cuando suena en nuestra vida –también en las fábricas, en los talleres, en las minas, en el campo, en el mar, en las escuelas, en los despachos, y en nuestras casas33— nos desafía a luchar por la dignidad de todas las personas, en quienes reconocemos a Cristo.34

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Texto original publicado en la revista Corintios XIII

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Notas
1 Caritas in veritate (CV) 75
2 Creo que es necesario distinguir entre empleo y trabajo porque no son lo mismo. El empleo es a lo que hemos reducido en sus posibilidades el trabajo humano, dejando de considerar, valorar y pagar por el trabajo humano no convertible en empleo. Hay escasez de empleo, pero no de trabajo humano necesario, para todos y todas.
3 Gn 4, 9
4 Redemptor Hominis (RH) 13: La Iglesia, en consideración de Cristo y en razón del misterio, que constituye la vida de la Iglesia misma, no puede permanecer insensible a todo lo que sirve al verdadero bien del hombre, como tampoco puede permanecer indiferente a lo que lo amenaza… a fin de que «la vida en el mundo (sea) más conforme a la eminente dignidad del hombre», en todos sus aspectos, para hacerla cada vez más humana.
5 RH 13: Tal solicitud afecta al hombre entero y está centrada sobre él de manera del todo particular. El objeto de esta premura es el hombre en su única e irrepetible realidad humana, en la que permanece intacta la imagen y semejanza con Dios mismo. El Concilio indica esto precisamente, cuando, hablando de tal semejanza, recuerda que «el hombre es en la tierra la única criatura que Dios ha querido por sí misma». El hombre tal como ha sido «querido» por Dios, tal como Él lo ha «elegido» eternamente, llamado, destinado a la gracia y a la gloria, tal es precisamente «cada» hombre, el hombre «más concreto», el «más real»; éste es el hombre, en toda la plenitud del misterio, del que se ha hecho partícipe en Jesucristo, misterio del cual se hace partícipe cada uno de los cuatro mil millones de hombres vivientes sobre nuestro planeta, desde el momento en que es concebido en el seno de la madre.
Fratelli tutti (FT) 24: En la raíz de la esclavitud se encuentra una concepción de la persona humana que admite que pueda ser tratada como un objeto.
6 Evangelii gaudium (EG) 3
7 EG 10
8 EG 8
9 Cfr. HOAC, Una reflexión sobre las claves para concretar prácticas de comunión de vida, bienes y acción con el mundo obrero empobrecido. Boletín Interno HOAC nº 45, Curso 2015-2016. Madrid 2016, 137-148.
10 Hermandad Obrera de Acción Católica
11 FT 8
12 FT 116. Cfr. EG 188
13 CV 25: Quisiera recordar a todos, en especial a los gobernantes que se ocupan en dar un aspecto renovado al orden económico y social del mundo, que el primer capital que se ha de salvaguardar y valorar es el hombre, la persona en su integridad: «Pues el hombre es el autor, el centro y el fin de toda la vida económico-social»
14 CV 58
15 EG 202: Los planes asistenciales, que atienden ciertas urgencias, sólo deberían pensarse como respuestas pasajeras. Mientras no se resuelvan radicalmente los problemas de los pobres, renunciando a la autonomía absoluta de los mercados y de la especulación financiera y atacando las causas estructurales de la inequidad, no se resolverán los problemas del mundo y en definitiva ningún problema. La inequidad es raíz de los males sociales.
16 CV 17: Las situaciones de subdesarrollo, que no son fruto de la casualidad o de una necesidad histórica, sino que dependen de la responsabilidad humana. CV 19: El subdesarrollo tiene una causa más importante aún que la falta de pensamiento: es la falta de fraternidad entre los hombres y entre los pueblos. CV 22: Los actores y las causas, tanto del subdesarrollo como del desarrollo, son múltiples, las culpas y los méritos son muchos y diferentes. Esto debería llevar a liberarse de las ideologías, que con frecuencia simplifican de manera artificiosa la realidad, y a examinar con objetividad la dimensión humana de los problemas.
17 FT 123
18 FT 127
19 FT 162
20 CV 36: El gran desafío que tenemos, planteado por las dificultades del desarrollo en este tiempo de globalización y agravado por la crisis económico-financiera actual, es mostrar, tanto en el orden de las ideas como de los  comportamientos, que no sólo no se pueden olvidar o debilitar los principios tradicionales de la ética social, como la trasparencia, la honestidad y la responsabilidad, sino que en las relaciones mercantiles el principio de gratuidad y la lógica del don, como expresiones de fraternidad, pueden y deben tener espacio en la actividad económica ordinaria. Esto es una exigencia del hombre en el momento actual, pero también de la razón económica misma. Una exigencia de la caridad y de la verdad al mismo tiempo.
21 J.R. Pascual García. El Principio Compasión. Vivir desde una ética samaritana. PPC, Madrid 2020, 237.
22 Se refiere, por supuesto, a la categoría de pueblo a la que ha aludido en el anterior número 163 de la misma encíclica.
23 FT 164
24 FT 168
25 FT 186
26 FT 20: Este descarte se expresa de múltiples maneras, como en la obsesión por reducir los costos laborales, que no advierte las graves consecuencias que esto ocasiona, porque el desempleo que se produce tiene como efecto directo expandir las fronteras de la pobreza.
FT 22: En el mundo de hoy persisten numerosas formas de injusticia, nutridas por visiones antropológicas reductivas y por un modelo económico basado en las ganancias, que no duda en explotar, descartar e incluso matar al hombre.
27 FT 39. Es inaceptable que los cristianos compartan esta mentalidad y estas actitudes, haciendo prevalecer a veces ciertas preferencias políticas por encima de hondas convicciones de la propia fe: la inalienable dignidad de cada persona humana más allá de su origen, color o religión, y la ley suprema del amor fraterno.
28 CV 28. LS 120
29 https://www.iglesiaporeltrabajodecente.org/ El 5 de mayo de 2015, mediante un acto público de presentación de la Declaración Iglesia por el Trabajo Decente, Cáritas Española, Conferencia Española de Religiosos (CONFER), Hermandad Obrera de Acción Católica (HOAC),  Justicia y Paz, Juventud Estudiante Católica (JEC), Juventud Obrera Cristiana (JOC) se comprometían a favorecer dinámicas de sensibilización, visibilización y denuncia sobre una cuestión central en la sociedad y esencial para la vida de millones de personas: el trabajo humano y anunciar el concepto de trabajo decente «hacia el interior de nuestras organizaciones, hacia la Iglesia en general y hacia la sociedad».
30 CV 63
31 FT 17
32 FT 188
33 De la “Oración a Jesús Obrero”
34 FT 277: Los cristianos no podemos esconder que «si la música del Evangelio deja de vibrar en nuestras entrañas, habremos perdido la alegría que brota de la compasión, la ternura que nace de la confianza, la capacidad de reconciliación que encuentra su fuente en sabernos siempre perdonados‒enviados. Si la música del Evangelio deja de sonar en nuestras casas, en nuestras plazas, en los trabajos, en la política y en la economía, habremos apagado la melodía que nos desafiaba a luchar por la dignidad de todo hombre y mujer». Otros beben de otras fuentes. Para nosotros, ese manantial de dignidad humana y de fraternidad está en el Evangelio de Jesucristo.