Trabajo decente: un derecho, no un privilegio

Trabajo decente: un derecho, no un privilegio

De nuevo, este 7 de octubre las organizaciones que promueven la iniciativa Iglesia por el Trabajo Decente (ITD) nos unimos a millones de trabajadores y trabajadoras en todo el mundo para conmemorar la Jornada Mundial por el Trabajo Decente.

Reclamar el trabajo decente para todas las personas, luchar por la justicia social y colaborar en organizar la esperanza son aspectos que no queremos dejar de tener presentes en esta jornada para reivindicar lo esencial: el trabajo decente es un derecho irrenunciable, nunca un privilegio.

Queremos recordar que la Doctrina Social de la Iglesia (DSI) nos hace un llamamiento, como creyentes a la solidaridad en defensa del trabajo que permite a todas las personas y sus familias vivir con dignidad; y a la construcción, en comunidad, de una sociedad más justa donde cada persona aporte según sus dones. Todo un reto que nos impulsa a apoyar a las personas más vulnerables, a luchar contra las injusticias y la discriminación en el mundo del trabajo y a defender el derecho a un trabajo seguro y digno.

El trabajo decente es un derecho y por ello debemos trabajar para que sea una realidad en la vida de todas las personas. Sin embargo, según la Organización Internacional del Trabajo (OIT) más del 70% de las personas trabajadoras del mundo se ocupan en empleos informales o de gran precariedad con grandes dificultades para sobrevivir.

Esta economía, en la que el centro es el beneficio económico y la rentabilidad, deja a un lado a las personas y sus familias crea grandes desigualdades sociales que inciden especialmente en jóvenes, mujeres, familias con menores a cargo y personas migrantes que se enfrentan cada vez a mayores riesgos de pobreza y exclusión social, incluso trabajando.

El trabajo precario condiciona la vida de muchas familias que se ven obligadas a aceptar condiciones laborales injustas, trabajos mal remunerados y sin garantías, que no les permiten vivir en condiciones dignas e incluso llegan a poner en riesgo sus vidas. «Cuando la incertidumbre sobre las condiciones de trabajo (…) se hace endémica surgen formas de inestabilidad psicológica, de dificultad para crear caminos propios coherentes en la vida (…), como consecuencia, se producen situaciones de deterioro humano (…) minan la libertad y creatividad de las personas y sus relaciones familiares y sociales» (Caritas in veritate, 25).

En esta jornada, desde la ITD se quiere hacer especial hincapié en aquellas personas migradas que se acercan a nuestras comunidades para sobrevivir o encontrar una vida mejor y se ven obligadas a aceptar condiciones de trabajo indignas para salir adelante y, a veces, incluso llegan a ser culpabilizadas por hacerlo, perpetuando su situación de pobreza y la imposibilidad de mejorar ante el miedo a perder lo poco que se tiene.

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Según el Banco Central Europeo, las personas trabajadoras migrantes han sido responsables del 80% del crecimiento económico de España en el último lustro. Esta aportación, sin embargo, no se corresponde con su reconocimiento social ni con la calidad del empleo que ocupan, marcado muchas veces por la precariedad. La aportación de las personas migrantes debe ser reconocida y dignificada y debemos unirnos a otras voces para reclamarlo.

El papa Francisco nos invitaba a acompañar estas realidades y a mantener viva la esperanza: una esperanza activa, que no se resigna ni abandona, sino que se organiza, denuncia y construye alternativas porque «la mejor manera de dominar y de avanzar sin límites es sembrar la desesperanza y suscitar la desconfianza constante, aun disfrazada detrás de la defensa de algunos valores» (Fratelli tutti, 15).

Este 7 de octubre queremos «pringarnos las manos» en la lucha por el trabajo decente, no nos quedamos al margen, ponemos nuestro granito de arena y nos comprometemos en la lucha por lo que consideramos justo: el trabajo decente por derecho. Queremos una sociedad en la que el trabajo dignifique, no desgaste, donde todas las personas tengan cabida y puedan aportar sus dones. Queremos un trabajo que permita una vida digna en la que haya tiempo para cuidarnos, para descansar, para soñar y para vivir con dignidad.

La mano que se pringa, que se une a la de otras muchas personas en este gesto, simboliza nuestras ganas de construir en comunidad, nuestra denuncia ante la injusticia en el mundo del trabajo y nuestra fuerza colectiva para transformar esa realidad que consume en lugar de crecimiento y don.

 

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Artículo publicado originalmente en la revista ¡Tú!