La OIT advierte del freno a los avances sociales de los últimos 30 años y llama a renovar el pacto social

El mundo es hoy más rico, más sano y más educado que hace veinte años, pero la lucha contra las desigualdades se ha detenido. Más de la mitad de la población trabajadora del mundo tiene un empleo informal. Así lo indica el informe de la OIT “La situación de la justicia social: Progresos en curso”, publicado antes de la Cumbre Mundial sobre Desarrollo Social que se celebrará en noviembre en Doha, coincidiendo con el 30 aniversario de la Cumbre de Copenhague.
“El mundo ha progresado de manera innegable, pero no podemos ignorar que millones de personas siguen excluidas de la oportunidad y de la dignidad en el trabajo”, advierte Gilbert F. Houngbo, director general de la OIT.
“La justicia social no es solo un imperativo moral: es esencial para la seguridad económica, la cohesión social y la paz”, defiende. La agencia de Naciones Unidas para el trabajo propone renovar el pacto social para avanzar hacia la justicia social.
Afortunadamente, la tasa de trabajo infantil entre niños de 5 a 14 años se redujo a la mitad (del 20 al 10 %), mientras que la pobreza extrema cayó del 39 al 10 %. La extensión de la educación en las etapas iniciales de vida también ha progresado en 10 puntos y por primera vez, más de la mitad de la población mundial cuenta con algún tipo de protección social.
Pese a algunos logros en estas décadas, las desigualdades persisten y lo que es peor la velocidad a la que se venían reduciendo se ha ralentizado. Todavía el 1% de la población más rica sigue controlando el 20 % del ingreso mundial y el 38 % de la riqueza creada. A pesar del discurso dominantes sobre la igualdad de oportunidades, el 71 % de los ingresos sigue determinado por las condiciones de nacimiento, como el país o el sexo.
Aunque la proporción correspondiente a los ingresos totales percibidos por el 10 % más rico se redujo en tres puntos porcentuales en el periodo de 1995 a 2024, se mantiene todavía en niveles llamativamente altos, del 53 %.
En gran medida, el descenso de la desigualdad se debe a que los países de ingreso mediano están alcanzando a los de ingreso alto, mientras que los países de ingreso bajo se han quedado cada vez más rezagados.
De hecho, cerca de 800 millones de personas viven con menos de tres dólares al día, mientras que unos 138 millones de niños de 5 a 17 años trabajan, casi el 50% hacen en condiciones peligrosas.
En los últimos treinta años, las mujeres trabajadoras solo han recortado tres puntos su diferencia con la participación laboral masculina, una brecha que es del 24%. A este ritmo actual, pasará un siglo hasta que se igualen hombres y mujeres en el trabajo.
El trabajo pierde valor
El trabajo informal que comprende a autónomos, asalariados fuera la legislación laboral nacional, trabajadores familiares no remunerados y ocupados en la economía sumergida, apenas se ha reducido en dos puntos en las últimas tres décadas y todavía afecta al 58 % de la población trabajadora mundial, alrededor de 2.000 millones de personas.
La cobertura mundial de la negociación colectiva es baja (un tercio de los empleados) y las tasas de sindicación llevan décadas disminuyendo, a pesar de la que investigaciones académicas han demostrado que el diálogo social reduce la desigualdad salarial.
La elevada tasa de jóvenes que ni trabajan ni estudian ni reciben formación sigue representando un problema para los más jóvenes, en particular para las mujeres jóvenes, cuya tasa de ninis en el mundo ascendía al 28 por ciento en 2024.
Resulta preocupante que el crecimiento económico cada vez suponga menos creación de puestos de trabajo formales. A principios del siglo XXI, un crecimiento del PIB del 1 % se traducía en un incremento del 0,50 % en el empleo formal. Hoy apenas llega al 0,38 %.
Pese a la reducción de la desigualdad de ingresos laborales desde 1995, sobre todo entre países, la desigualdad salarial sigue siendo elevada, y muchos trabajadores perciben salarios insuficientes para alcanzar un nivel de vida digno.
La pobreza, la pobreza laboral y el hambre (medida por el retraso del crecimiento infantil) han disminuido desde 1995, pero la mejora se ha estancado un poco en los últimos veinte años.
La participación del trabajo en el ingreso nacional ha aumentado en los países de ingreso bajo y mediano, pero ha disminuido en los de ingreso alto. Debido al peso de los países de ingreso alto en los ingresos mundiales, la tendencia mundial es descendente.
Determinados grupos —como las mujeres y los trabajadores con discapacidad— siguen soportando diferencias salariales motivadas por factores ajenos a las características del puesto de han avanzado mucho en la reducción de las diferencias de ingresos con respecto a los hombres, siguen percibiendo solo el 75 % de lo que ganan los hombres en los países de ingreso alto y solo el 46 % en los países de ingreso bajo.
La diferencia entre trabajadores con y sin discapacidad no ha mostrado signos de reducción sustancial en el último decenio y sigue siendo del 20 %para los hombres y del 46 % para las mujeres.
Grandes transformaciones
Los beneficios de la prosperidad no se han distribuido de manera equitativa, evidencia la investigación de la OIT, justo cuando los cambios ambientales, digitales y demográficos están reconfigurando los mercados laborales a gran velocidad.
De hecho, plantea que la confianza en las instituciones ha caído en todo el mundo desde 1982, reflejo de una frustración creciente por la falta de reconocimiento justo del esfuerzo. Para los autores del informe, si no se refuerza el contrato social, la legitimidad de los sistemas democráticos y de la cooperación internacional puede quedar seriamente erosionada.
Sin políticas deliberadas, los cambios en curso en el mundo agravarán las desigualdades, por lo que la organización de Naciones Unidas especializada en el trabajo y la justicia social reclama más inversión en capacidades, protección social, sistemas salariales justos y políticas activas de empleo. Medidas estas que considera “motores de inclusión y resiliencia”.
La OIT defiende también políticas para favorecer el acceso de las pequeñas y medianas empresas al crédito, la tecnología y la formación de los trabajadores, con el fin de mejorar las condiciones de trabajo y la productividad. Después de todo, generan el 70% del empleo mundial.
El informe reclama una acción urgente para combatir las desigualdades en el acceso a las oportunidades, garantizar una distribución más equitativa de los beneficios económicos y gestionar las transiciones ambientales, digitales y demográficas para que nadie quede atrás.
La justicia social debe orientar todas las políticas –desde la financiera y la industrial hasta la sanitaria y la climática– y reforzar la cooperación entre gobiernos, instituciones internacionales y actores sociales para ofrecer respuestas coherentes a los desafíos globales, indica el organismo tripartito que reúne a Gobiernos, empresarios y sindicatos.
Estas conclusiones alimentarán los debates de la próxima Cumbre Mundial sobre Desarrollo Social, en noviembre, y respaldarán el trabajo de la Coalición Mundial por la Justicia Social, una plataforma dirigida por la OIT que reúne a gobiernos, empleadores, sindicatos y otros socios con el fin de acelerar la acción y la cooperación hacia sociedades más justas e inclusivas.

Redactor jefe de Noticias Obreras