¿Vulnerable, yo?

¿Vulnerable, yo?
Foto | Raymond Okoro (unsplash)
Rara vez, por no decir nunca, nos autocalificamos como vulnerables. Nos cuesta utilizar este calificativo porque al hacerlo aceptamos la posibilidad de que nos hieran y hagan sufrir.

Sentirse así nos deja en la mayor de las incertidumbres existenciales: reconocernos frágiles, a la intemperie nos sume en una terrible angustia, pues exponer nuestra vulnerabilidad es lo mismo que ponerse una diana a la espalda y aguantar la punta hiriente de los dardos de la burla, las críticas, los desprecios, las incomprensiones…, y otras tantas situaciones que podrían darse si se nos ocurriera expresar, en voz alta, que somos vulnerables.

Esta desnudez del alma podría sobrellevarse si no fuera porque en el marco cultural en el que nos movemos la debilidad se paga cara, ya que no solo te expones a tus propias dificultades para afrontar el desolador momento en el que te encuentras, sino que además debes encarar las acusaciones de que si estás así es por culpa tuya, «tú te lo has buscado».

Quizás pensemos que hay algo de verdad en esta afirmación: cualquier persona, en cualquier momento, toma decisiones nada convenientes para su vida y yerra en su elección del camino a seguir. Puede, pero pensar de esta forma ningunea la realidad puesto que, como seres humanos, no vivimos en burbujas, inmunes a los condicionantes externos: personas, naturaleza, relaciones, leyes, costumbres…, sino que crecemos y nos desarrollamos en medio de múltiples elementos que van conformando nuestra visión del mundo, nuestras ideas, pensamientos, que luego se plasman en acciones, gestos, actitudes que muestran qué grado de asimilación de la cultura en la que estamos imbuidos hemos alcanzado.

Nadie se hace a sí mismo porque nadie llega a ser persona de forma aislada, se necesita una comunidad y comunidades para ser yo.

Vivir la vulnerabilidad desde estos parámetros no se circunscribe exclusivamente desde el ámbito individual, como puede llegar a creerse por lo expuesto, sino que esta secuencia de pensamiento se aplica también a otras dimensiones de nuestra vida, especialmente la laboral, donde se imponen condiciones que empujan a muchas personas, no a equivocarse en la vía para la obtención de un empleo, sino en la imposibilidad de poder elegir otra que no sea la que el mercado te ofrece, así nos convierten en vulnerables sin darnos cuenta, pues llegamos a considerar que aceptar esta situación es lo más normal del mundo y que estar expuestos a la explotación, a la pobreza, a la precariedad, a los riesgos para la salud, a la injusticia, a la reducción, incluso eliminación, de los derechos… no recobra importancia alguna, ya que todo el mundo lo consiente.

Esta vulnerabilidad inducida, llamada «flexplotación», implica «un estado generalizado y permanente de inseguridad que tiende a obligar a los trabajadores a la sumisión, a la aceptación de la explotación»(1), lo que genera graves consecuencias personales, emocionales y sociales: constante incertidumbre vital, falta de autoestima, problemas mentales, desestructuración familiar, desarraigo relacional y cultural, pérdida del sentido comunitario…

Queda claro que para nadie es plato de buen gusto vivir en ese estado, por lo tanto, para revertir esta situación lo primero es tomar conciencia de ella, luego afrontarla con otra sensibilidad menos a juego con el sistema neoliberal para, seguidamente, responder de forma colectiva ante la propaganda individualista y egocéntrica a la que se nos somete constantemente de que nada se puede hacer y que «tú solo no puedes cambiar el mundo».

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Tomar conciencia requiere de un análisis profundo de las circunstancias en las que se desarrolla el sistema en el que estamos envueltos, fijándonos bien en las causas que provocan estos problemas que se han ido cronificando y asentándose hasta considerarlos parte del mobiliario del mercado laboral, sin perturbarnos por la normalidad con la que asumimos aquellos elementos que sostienen la injusticia: largas jornadas laborales, nula posibilidad de la conciliación familiar, que el descanso semanal y las vacaciones representen un lujo que pocos pueden disfrutar, sin horario fijo, ni estabilidad…, todo avalado por unas políticas de empleo que dejan en desamparo a la clase trabajadora.

Nadie se hace a sí mismo porque
nadie llega a ser persona de forma
aislada, se necesita una comunidad
y
comunidades para ser yo

La dirección que debemos tomar va en sentido contrario a lo que predomina en nuestra sociedad, debe promover una sensibilidad que responda al cuidado, a la atención y preocupación por la dignidad de la persona, el bien común y solidaridad. Pensar, sentir y actuar en términos de justicia porque sentirse vulnerable no es malo, lo que es malo es que te lo impongan y tú lo aceptes con total normalidad, sin cuestionamientos, sin pensar que nos está arrebatando nuestra humanidad.

Ir contracorriente requiere convicción y determinación, pero, sobre todo, de una respuesta colectiva organizada que rompa las inercias y reclame el lugar de las víctimas del sistema, que repare los daños que la precariedad provoca y sus efectos destructores. La lucha obrera debe traspasar la frontera de los localismos, corporativismos y urgencias para pasar a plantear un trabajo más de fondo donde se ponga mayor énfasis en el cambio de mentalidad, en generar una cultura obrera que amplíe la mirada más allá de nuestro blanco ombligo europeo, que acentúe el sentido de pertenencia a la clase obrera y que extienda este sentimiento y lucha movilizándose internacionalmente. Porque los problemas son globales, se afrontan mejor en unión, al igual que las vulnerabilidades, nuevas o viejas.

Somos seres en constante construcción, pero finitos, aunque no sepamos la fecha de caducidad, expuestos a todo tipo de agentes externos que nos condicionan. Dependerá de nosotros y nosotras si dejamos que la unidad en la lucha contra la flexibilidad que explota nos defina o permitimos al sistema que nos convierta en muñecos inanimados que se mueven al son del capital.

En nuestras manos, junto con la de muchas otras personas, encontraremos la fuerza para enfrentar los cambios que se avecinan, con la pedagogía de la paciencia, sin olvidar el horizonte hacia donde nos queremos dirigir: disfrutar de una vida digna y atrevernos a construir un mismo destino con toda la humanidad.

(1) Pierre Bourdieu en Contrafuegos: reflexiones para servir a la resistencia contra la invasión neoliberal, pág. 125-126.

 

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