Oración desde las vulnerabilidades

Señor de los rotos,
de los que no eligen trabajo,
sino que el trabajo los elige para la pena.
De los que cambian de curro como de calcetines,
pero nunca alcanzan a pagarse su techo.
Como Francho, jóvenes de mil oficios sin horario,
es tu hijo, tu hermano, tu carne reventada.
Y su dignidad pisoteada grita en tu Evangelio:
“No es normal morir de cansancio por un sueldo basura”.
Tú no eres un algoritmo,
ni un CEO con sonrisa de silicio,
ni un influencer que vende recetas sin hambre.
Tú eres Jesús con manos gastadas,
que tocó la lepra sin guantes digitales.
Raquel se confiesa entre redes
que no sostienen el alma,
y su testimonio arde
como una zarza que pide comunidad en vez de likes.
Haznos pueblo, no perfil.
Silencio, no ruido.
Cuidado, no control.
Soplan vientos tóxicos,
Leticia abre ventanas en el aula,
y entra la esperanza disfrazada de bosque,
de patio inclusivo, de mandarina compartida.
Nos recuerdas, Dios,
que la ecología no es un lujo,
sino una trinchera en la que defender la vida.
Que cuidar la tierra es cuidar a los empobrecidos,
que los empleos verdes no brotan si el capital sigue gobernando las semillas.
Y desde muchos Ubrique,
una piel migrante busca abrigo.
Grupo Piel no vende bolsos,
sino dignidad tejida a mano,
con mediaciones y nombres propios.
Nos duelen las fronteras que no aparecen en los mapas,
las leyes que criminalizan el viaje de la esperanza.
¡Qué injusta la normalidad que deja a hermanos sin papeles ni parroquia!
Señor de la huida a Egipto,
haznos posada, y no aduana.
Carmen, feminista de barrio,
lleva 27 años pisando las aceras del machismo.
No reza en abstracto:
denuncia, acompaña, forma, nombra.
Nos recuerda que sin feminismo,
ni la Iglesia ni el mundo serán lugar de paz.
Que hay que mirar la vida con gafas moradas y verdes,
porque la violencia contra las mujeres
es también violencia contra la Tierra.
Y que el Reino será ecofeminista,
o no será buena noticia para todas.
Dios de los pequeños,
haznos iglesia en salida hacia los márgenes,
sindicato de ternura,
grupo de acción comunitaria,
red que no se rompe.
Y si nos preguntan
por qué seguimos creyendo
en medio de tanta injusticia,
digamos como Brecht:
“Porque aún hay quienes luchan,
aunque no tengan ninguna posibilidad de ganar.
Y eso, Señor, también es Resurrección.”
Y en La Almudena, al partir el Pan, resonó la pregunta de Jesús:
“¿Quién decís que soy yo?”,
y con Abilio, obispo de Ciudad Real,
recordamos que la formación es vocación:
acoger a Cristo en nosotros para la misión.
La palabra se hizo pancarta,
la fe se volvió gesto público,
y visibilizamos —con valentía y esperanza—
las nuevas vulnerabilidades del trabajo,
las nuevas sensibilidades que exigen respuesta.
Porque tu Reino, Señor, es de los últimos,
y tu Evangelio camina con quienes luchan aunque no vean la victoria.
Haznos testigos tercos de tu esperanza. Amén.
Amén con las manos llenas de polvo y de abrazo.

Consiliario de la HOAC de Bilbao