Extramuros, el hospital de campaña de los secularizados

Extramuros, el hospital de campaña de los secularizados
Una asociación impulsada por una excarmelita acoge y atiende a más de 300 religiosas y religiosas secularizados, muchos de ellos tras sufrir graves abusos de poder y sexuales. Vivieron aislados y salen a la luz para vivir de forma autónoma

La identificación con la fe cristiana, la práctica religiosa y las vocaciones se desploman en España de forma constante. El informe Demografía de la Iglesia católica a las puertas del tercer milenio, elaborado por el Observatorio Demográfico CEU-CEFAS ha desvelado que el porcentaje de católicos practicantes se sitúa en el 18,8%, solo uno de cada cinco matrimonios se celebran en iglesias y menos del 50% de los niños son bautizados.

El pasado mes de febrero, con motivo de la Jornada de la Vida Consagrada, la Confederación Española de Religiosos (CONFER) puso sobre la mesa la realidad del descenso en picado del número de religiosas y religiosos. Actualmente hay 31.759 en las numerosas congregaciones e institutos, pero se estima que entre 900 y 1000 la dejan cada año. Buena parte de los que se marchan salen decepcionados, doloridos emocionalmente, con problemas psicológicos importantes y un sentimiento de empezar de cero y en soledad una vida civil para la que no están preparados.

En el año 2023 se puso en marcha la Asociación Extramuros, impulsada por Hortensia López Almán, monja secularizada después de 20 años viviendo su vocación en las Carmelitas Descalzas. Su objetivo es acompañar a todas estas personas ofreciéndoles un apoyo integral que comprende ayuda psicológica, espiritual, moral, económica y legal. También trabajan en detectar las derivas sectarias que se están produciendo en la vida religiosa para denunciarlas a las autoridades.

Hortensia López explica que “la mayoría de los que dejan la vida religiosa sienten soledad en un mundo que no conocen al haber desaparecido las personas con las que te relacionabas, todo tu mundo. Hasta para comer tienes que empezar de cero, porque en el convento te sentabas y te ponían la comida en un plato. Estás infantilizada y no acostumbrada a asumir responsabilidades y riesgos. La mayoría lo hemos dejado por abusos de autoridad”.

Se habla de un clic, un momento en el que tocan fondo, ya no pueden más y dan el paso de la secularización con frecuencia sin apoyo desde las congregaciones o tras haber sufrido con dureza el aislamiento interno por denunciar abusos de autoridad o sexuales.

En el caso de Hortensia, la salida se fraguó en un proceso de tres etapas que duró años por su persistencia en dar vida a su vocación hasta comprobar que se repetían los mismos problemas en los tres conventos en los que estuvo.

“Yo vivía en una comunidad de Lerma. Llevaba un año yendo a un psicólogo, gané mucho en toma de decisiones y quererme a mí misma, pero cuanto más mejoraba más insistía la priora en hacerme pasar por loca. Me decía que el psicólogo era ateo, que yo era muy inteligente y lo liaba, pero lo que tenía que  hacer es cargar con la cruz del señor”.

La vida de Hortensia entró en una gran tensión con la prohibición de que acudiera a la consulta del psicólogo por lo que pidió salir del convento donde había entrado con solo 17 años. Fue destinada a Écija (Sevilla) donde la experiencia fue negativa. Convivían pocas religiosas en un edificio antiguo, con humedades e insano.

“Cuando salí de allí me enteré de que me admitieron para reforzar a la comunidad, pero acabaron cerrándolo”, relata Hortensia. “Dos hermanas nos fuimos a Ciudad Real. Se repetían los mismos problemas que antes yo atribuía a que las de Lerma estaban ancladas en el pasado, pero me encontré con lo mismo. Cuando salí, he visto que se trata de un mal estructural en la Iglesia”.

Ser personas autónomas

Ante la extensión de una situación oculta para la mayoría de la sociedad, Extramuros se presenta con el objetivo de “ayudar a los conventos a cumplir con el canon 702 de la Iglesia católica que dice que el instituto religioso tiene la obligación de ayudar a las personas secularizadas, atender con caridad y equidad al miembro que se separa de él”.

La triste realidad de los secularizados y secularizadas que están siendo atendidos en Extramuros es que “se cumple poquísimo esa ayuda que necesitan para valerse por si mismos. Como mucho dan dinero”.

Paralelamente al espeso silencio con el que abandonan la vida contemplativa, crece día a día el número de los que llaman a las puertas de la asociación. La aprobación de los estatutos se hizo en enero de 2023, pero fue en el verano de 2023 con el lanzamiento de la web y redes sociales, cuando se inició el despegue de personas llamando a la puerta. Entre 300 y 400 han contactado con Extramuros en un desgarrador grito de ayuda que llega desde España, pero también países europeos como Italia, Polonia, Hungría, entre otros, Estados Unidos y América Latina.

La publicación en Instagram de videos de secularizadas trasladando sus testimonios, de psicólogas y de canonistas que les asesoran sobre sus derechos, ha facilitado que otras personas descubran que no están solas y salgan del aislamiento. ¿Y qué ocurre en el primer contacto?

“Hablan conmigo. Se descargan emocionalmente porque no tienen quien les validen. Me dicen gracias a ti sé que no estoy loca o sola. Ves como la institución por la que das la vida, esa misma Iglesia te da la patada. Es muy fuerte que te abandonen”.

Tras dejar atrás los muros del convento, muchas de estas mujeres y también algunos hombres encuentran en la asociación un lugar de acogida. La propia web es un lienzo que empezó en blanco y se va coloreando con trazos oscuros, sufrientes, dibujados por los testimonios que ahí van dejando. Transmiten un pasado de incomprensión, miedo, dolor y aislamiento.

FOTO | Hortensia López, presidenta de la Asociación Extramuros

‘Clamores y silencios. Sanando una herida de abuso sexual en una congregación religiosa’

Una mujer joven cuenta así su experiencia: “Sufrí abuso por una religiosa en la misma comunidad en la que fui formada un tiempo en 2007. Pedí ayuda a otra hermana, pero años más tarde me enteré de que mantenía una relación con la primera”.

Pasaron los años. Gracias a  diferentes terapias salió adelante. No pudo ser religiosa, pero asegura que su pasión por la vida religiosa, a pesar de todo, crece con los años. Le guía la esperanza de que “los testimonios que van saliendo abran caminos a la reparación de las víctimas y sigamos encontrando herramientas de acompañamiento para que los abusos no sigan sucediendo.

Es posible creer en una vida distinta. Este mal a muchos les ha costado la vida, algunos se suicidaron y no pudieron ponerle voz a su dolor. Este escrito es por la memoria de los que ya no están y por los que están, pero no logran resignificar su trauma, por aquellos que no se animan a salir de sus congregaciones y están siendo abusados sexualmente. ¡Juntos por una cultura del cuidado y la prevención!

Esta mujer creció personal y profesionalmente con su formación en Psicología que le ha llevado a reflexionar sobre los testimonios de secularizados maltratados y abusados acuñando el término ‘síndrome del consagrado maltratado’. Incluye un auténtico catálogo de problemas de salud mental. La lista es larga, hasta 13 síntomas componen este cuadro clínico. Algunos de ellos son el miedo a poner en palabras lo que están viviendo, crisis de pánico, insomnio, autoagresión, sentimientos de culpa y complejos de inferioridad.

Esta psicóloga también habla del “trauma congregacional”, un evento que produce duelo en toda la comunidad religiosa. Se trata de entornos en los que se normaliza el abuso y donde los procedimientos son poco claros. Esas heridas marcan la historia de la congregación.

Atrapado en la iglesia preconciliar

Otro de los testimonios recogidos en Extramuros es el de Manuel, joven secularizado que conoció a la asociación en Instagram. Inició su vida religiosa en un convento de Santander con solo 18 años, sirviendo a una comunidad en la que la media de edad era de 70 años. Asegura que “el trabajo era esclavizante”, varios hermanos bebían con frecuencia y “el superior se emborrachaba”.

Consiguió su traslado a una comunidad navarra, donde había varios novicios, pero dos de ellos mantenían una relación, según cuenta. Manuel seguía ilusionado con sus estudios como novicio y el deseo de ser sacerdote, consiguiendo un nuevo destino en Madrid, encontrándose con que “la mayoría de los religiosos son profesores y apenas se hacia oración en común”. Sufrió una gran decepción. Le recomendaron otra comunidad en Madrid, pero se incorporó a ella y tuvo que hacer frente a interminables horas de trabajo. “Prácticamente estaba allí para servirles a ellos”.

Otra decepción para Manuel que, sin embargo, a sus 21 años, seguía con ímpetu su llamada interior. Ese verano hizo unos ejercicios espirituales con la naciente asociación Lumen Dei –todavía no aprobada por las autoridades eclesiásticas– y posteriormente se incorporo a la vida en comunidad.

Coincidió con muchos novicios llegados de Perú, Chile, Argentina y Colombia. Vestían con sotana y fajín. Describe así su día a día: “La vida que llevábamos era muy austera, levantándose a las cinco de la mañana, duchándonos con agua fría, dormíamos en el suelo sin ningún tipo de colchón, tan solo con una manta. No había calefacción en invierno, ni aire acondicionado en verano. Para el fundador, P. Molina, un jesuita ultracatólico, lo principal era la obediencia ciega, prácticamente vivían como las comunidades anteriores al Concilio Vaticano II”.

Lumen Dei fue investigada y disuelta por el Vaticano como asociación de fieles, pero el 80% de integrantes siguieron los pasos del fundador. Manuel, por su parte, siguió los dictados de su corazón, estudiando un año de Teología en el nuevo seminario de Alcalá de Henares. Mantenía la esperanza de ser sacerdote y obtuvo las órdenes menores.

Seis meses después de recibir el diaconado él y otros jóvenes en formación se enfrentaron a las proposiciones deshonestas de un alumno de 55 años. Manuel decidió contarle su caso al párroco con el que trabajaba en una pastoral, pero no contó con el mantra “todos los sabían, pero todos callaban”. Su denuncia llegó al rector del seminario, quien le comunicó que después de las vacaciones de verano no continuaría en el centro. La decisión del rector la conoció el obispo, y cuando el joven se dirigió a este, le dijo que eran acusaciones muy graves que no podía demostrar sin pruebas suficientes.

Lo que iba a ser una vida dedicada a Dios y las comunidades, acabó en un calvario. “Me destrozaron la vida con 29 años, me echaron como a un perro sin preguntarme que iba a ser de mi vida, donde iba a trabajar, y sin dejarme terminar la licenciatura, ni poder convalidar mis estudios. Más tarde me enteré de que este obispo fue destituido en Zaragoza por los escándalos sexuales que hubo”.

Años después Manuel se presenta como un hombre que prefiere ser un buen cristiano a un mal sacerdote. “Decidí vivir en coherencia y denunciar los abusos y defendiendo la verdad, entendí que ese no era mi lugar y  no quiero acabar llevando una doble vida como muchos de estos sacerdotes”.

Abusando del voto de obediencia

Una y otra vez, en los testimonios de los secularizados, afloran constantes abusos de poder cimentados en la obediencia ciega. ¿Se usa y abusa del voto de obediencia en muchas congregaciones?. “Se abusa del voto de obediencia, se malinterpreta, se abusa de las personas, se las esclaviza y ningunea que es todavía peor”, responde Hortensia López con rotundidad.

“Hay mucha manipulación. Me tratas mal y me dices tienes que cargar con la cruz de Cristo”. Hortensia vio el final del túnel al descubrir que “yo cargo con la cruz de Cristo, no con la tuya (en referencia a su priora)” y decidió dejar la orden en la que estuvo 21 años.

Aprender a vivir

La salida de estos secularizados necesita de un acompañamiento integral para adaptarse a la vida en sociedad. En muchos de los casos tienen que aprender a manejar un móvil, abrir una cuenta bancaria o ser orientados para la formación y la vida laboral.

Una de las exreligiosas más mayor tuvo que aprender a usar el euro después de 32 años en una comunidad y, posteriormente, trabajando de forma esclava con la excusa de que eran voluntarias en una asociación que operaba como una secta. Allí la obligaron a ir a un  psiquiatra y a un notario para que firmara un poder para quitarle sus bienes.

Extramuros trata de dar respuesta a esa importante demanda de atención y para ello cuenta con la colaboración de varias psicólogas, que imparten terapias, un técnico de integración social, dos canonistas, que asesoran sobre los derechos de los secularizados y un abogado dedicado a orientar en cuestiones legales como el funcionamiento de las cotizaciones a la Seguridad Social o conocer un contrato de trabajo.

La asociación se financia con las cuotas de los socios, donaciones y la venta de los libros escritos por Hortensia: Charlas sobre las moradas de Santa Teresa y Cuidemos la vida consagrada.

Hortensia y sus compañeras derrochan entusiasmo y creatividad.

“Sé que mi proyecto es ambicioso, pero sé que va a salir adelante porque es una necesidad que hay en la iglesia. Veo la repercusión que está teniendo, mucha gente tiene sed de esto. Si no sale adelante ahora, saldrá en unos años. Si no lo hago yo, lo harán otros, pero esto va a salir porque es una necesidad que ha quedado al descubierto. Hemos nacido para ayudar. El canon es imperfecto y hay que desarrollarlo, pero ya es un apartado buenísimo dedicado a los consagrados”.