Cuidar la dignidad del trabajo

Se cumplen once años de un discurso que sigue interpelando. El 5 de julio de 2014, el papa Francisco viajó a Campobasso, en el sur de Italia, para encontrarse con trabajadores, empresarios, universitarios y familias en un encuentro pastoral celebrado en un momento de crisis económica y desempleo galopante, que tenía su reflejo en todo el mundo.
Aquella intervención temprana de su pontificado contiene claves que no han perdido vigencia. Más bien al contrario, siguen siendo actuales en un tiempo en el que todavía hay muchas personas trabajadoras que quieren ejercer ese derecho fundamental y no pueden, o que solo encuentran condiciones que convierten el trabajo en un espacio deshumanizador.
Desde el Aula Magna de la Universidad de Molise, Francisco recordó que Dios es “el Dios de las sorpresas, que rompe los esquemas. Y si nosotros no tenemos la valentía de romper los esquemas, jamás iremos adelante, porque nuestro Dios nos impulsa a esto: a ser creativos respecto al futuro”. Una invitación a no resignarse ante las injusticias que se presentan como inevitables, ni a las lógicas económicas que sacrifican personas y territorios en nombre de un progreso que muchas veces no es tal. Sus palabras resonaron entonces —y resuenan hoy— como un llamado a la esperanza, a la creatividad y a la solidaridad –como también concretó al reclamar, junto a personas trabajadoras humildes y sin derechos, la reducción de la jornada y un salario mínimo universal–.
El Papa puso el foco en una verdad que sigue incomodando: el problema de la falta de trabajo no es solo material. “El problema es no llevar el pan a casa: esto es grave (…) El problema más grave es la dignidad. Por eso debemos trabajar y defender nuestra dignidad, la que da el trabajo”, afirmó. La falta de empleo, recordaba, hiere la identidad personal y el sentido de la propia vida. Negar la posibilidad de trabajar no es únicamente cerrar una puerta económica: es arrebatar la posibilidad de sostener la casa, de cuidar a los demás, de contribuir al bien común, de levantar la cabeza con orgullo…
Aquella mañana, Francisco también se detuvo en la importancia de proteger el domingo como espacio de descanso, encuentro y gratuidad. Preguntó si trabajar en domingo es una verdadera libertad o una forma más de sometimiento al mercado. Era y sigue siendo una cuestión de fondo: ¿qué prioridad estamos dispuestos a defender como sociedad? ¿Qué precio pagamos por una economía que no deja tiempo para nosotros, la familia, la amistad o la vida comunitaria? En tiempos de hiperconexión, teletrabajo y ritmos que no se detienen nunca, esta pregunta resulta más actual que nunca.
La intervención en Campobasso no se limitó a una denuncia. Fue también una propuesta constructiva. Francisco llamó a tejer un “pacto por el trabajo”, un compromiso compartido entre trabajadores, empresarios y administraciones públicas. Reconocía la necesidad de articular políticas activas de empleo, aprovechar los recursos nacionales y europeos y sumar capacidades en favor de los territorios. Frente a la fragmentación y las incertidumbres, propuso el diálogo social como camino para construir certezas y esperanza.
Otro de los hilos que recorrieron su intervención fue la relación con la tierra. A partir del testimonio de un joven agricultor que había decidido formarse en agronomía y quedarse en su territorio “por vocación”, el Papa defendió la necesidad de custodiar la creación frente a la lógica de la explotación. Fue un anticipo de su encíclica Laudato si’, que al año siguiente propondría la ecología integral como horizonte de conversión y de justicia.
Once años después, este discurso mantiene intacta su fuerza, es también una brújula para el presente. Sus planteamientos siguen iluminando la acción de quienes luchan por un trabajo decente y por un modelo económico que no deje a nadie al borde del camino, descartado. Porque mientras millones de personas trabajadoras continúen sin poder “llevar el pan a casa” con su esfuerzo, la dignidad seguirá siendo una tarea pendiente.
Hoy, más que nunca, necesitamos recordar que cuidar el trabajo es cuidar la vida. Que el derecho a un trabajo decente es la base sobre la que se sostiene todo lo demás y que cuando es indecente o no se tiene, es la propia democracia la que se debilita. Que el tiempo no puede reducirse a producir y consumir, sino que debe abrirse también al descanso, la contemplación y el cuidado de la creación. Esa es la invitación que permanece viva como un compromiso común que implica a las personas de buena voluntad.

Director de Noticias Obreras.
Autor del libro No os dejéis robar la dignidad. El papa Francisco y el trabajo. (Ediciones HOAC, 2019). Coeditor del libro Ahora más que nunca. El compromiso cristiano en el mundo del trabajo. Prólogo del papa Francisco (Ediciones HOAC, 2022)