Participación política (III): Partidos y sindicatos

En el número de junio del pasado año abordaba, de manera general, algunas cuestiones sobre el asociacionismo, empleando un estudio previo del CIS. En el que venimos empleando en el último tiempo (núm. 3.490) también tiene un hueco –extenso– el planteamiento del asociacionismo en España.
En esta ocasión, y por darle continuidad a la serie de reflexiones, voy a centrarme en dos grupos concretos como son los partidos políticos y los sindicatos; ya que las magnitudes respecto al periodo anterior tampoco cambian en exceso.
El primero de ellos es una pieza nuclear del sistema representativo democrático tal y como lo conocemos ahora mismo, el segundo lo es en el ámbito laboral principalmente. Los dos tienen por objeto defender y trasladar las demandas ciudadanas (laborales) a los respectivos espacios. A diferencia de otros colectivos, la pertenencia a un sindicato o un partido implica exclusividad, lo que expresa esa otra particularidad. Y todo ello siendo dos agentes importantes, pero escasamente valorados o reconocidos por la sociedad. Por partes.
En primer lugar, la mayoría de las 2.562 personas que respondieron a este estudio del CIS nunca han formado parte ni de un partido (82,0%), ni de un sindicato (70,5%). A pesar de las elevadas cifras, no son los grupos que peor parados salen. El ámbito profesional (colegios y asociaciones empresariales), el medioambiente/ecologismo o el pacifismo/derechos humanos tienen unas tasas aún más altas; cerca del 90%. Sin embargo, entre quienes sí pertenecen a una formación política y/o un sindicato, el perfil que se detecta vuelve a ser el de una persona escasamente comprometida: pertenencia sin participación. Las opciones de respuesta permitían diferenciar entre una adhesión activa y una «pasiva», es decir, entre quienes asumen un compromiso mayor al simple hecho de formar parte de un colectivo o solo poseen el carnet. En el caso de los dos colectivos a los que estamos haciendo mención, la pertenencia más alta la poseen los sindicatos (12,5%), frente al 7,3% de los partidos políticos. No obstante, la tasa de personas que, siendo parte, reconocieran ser activas se sitúan en cifras muy parecidas en torno al 4% (4,2% y 3,5% respectivamente). Así, al igual que en anteriores ocasiones, vuelve a aflorar la debilidad del compromiso adquirido, quedando en manos de una pequeña porción selecta. En este primer punto, la variable religiosidad se muestra como discriminante, especialmente en el caso del sindicalismo.
Mientras que la nula adscripción a formaciones políticas varía poco (85,6%), en las centrales sindicales el catolicismo practicante tiene unas tasas superiores a la media española (8 puntos más). Algo ocurre en este sentido porque los perfiles menos «religiosos» son aquellos que se sitúan en el extremo contrario a lo afirmado.
Nos encontramos en un modelo
de sociedad que se ha venido a denominar
como «líquida», en la que los lazos
de unión se diluyen con un grado
mayor de facilidad
El análisis de esta realidad no estaría completo sin abordar las motivaciones, tanto para estar como para dejarlo. El principal factor movilizador en el colectivo partidista era el poner en práctica sus ideas, valores, principios (42,0%), mientras que para el sindicato los eran porque de forma conjunta se pueden lograr más objetivos que individualmente (35,6%) y defender sus intereses (32,3%). Llama la atención como se diferencian los dos grupos en este punto, postulándose incluso perspectivas diferenciadas, más individualistas en los partidos y más colectivas en los sindicatos.
Para las personas católicas practicantes la distribución de estos motivos no se distingue tanto, aunque sí se den matices. De todos los existentes, la obligación profesional como detonante tiene una lectura propia. En el caso de las formaciones políticas se multiplica por ocho –aunque sea desde la posición más débil– pasando del 0,1 al 0,8. Con cifras más modestas, el crecimiento (2,6 veces más) de esta misma en el sindicalismo conlleva que sitúe en el podio de las razones dadas (22,7%). Las y los creyentes, por encima de otros muchos motivos, cuando están, se apuntan a una llamada superior para actuar en el mundo del trabajo, lo que se podría interpretar como un rasgo de socialización de quienes se hallan en los mismos.
Como se había apuntado, un significativo número de personas –entre el 10% y el 15%– reconoció haber estado implicado en estos dos actores. Cuando se les consultó por el motivo de abandono del grupo llama la atención que no sea el tiempo la principal razón (10,9% en partidos y 7,3% en sindicatos), a pesar de ser una constante en nuestras sociedades aceleradas. El retroceso se produjo principalmente por las relaciones personales, es decir, por motivos ajenos al colectivo en sí. Para el 27,6% de las personas que pertenecieron a partidos y para el 9% en los sindicatos las discrepancias con otros miembros pudieron con el compromiso. A los cuales habría que añadir otro 21,3% y 31,6% de circunstancias personales. Para católicos practicantes el abandono se encontraba en otros ámbitos también ha considerar. En unos, la principal razón para la marchar era la perdida de importancia de la causa o el tema (15,2% en sindicatos). En los otros, aunque las circunstancias personales sean las primeras (22,4%), las opciones están más compensadas, pues las discrepancias con otras personas (19,5%) y los motivos profesionales (19,7%) se colocan muy próximas.
Si bien los análisis descriptivos realizados en esta serie requerirían de una mayor sofisticación estadístico-analítica, pueden interpretarse como pistas del estadio sociopolítico en el que nos encontramos y, de esta forma, poder reconocer cómo encarar la nueva etapa que parece abrirse. Nos encontramos en un modelo de sociedad que se ha venido a denominar como «líquida», en la que los lazos de unión se diluyen con un grado mayor de facilidad y así parece demostrarse en los datos del CIS: cuesta comprometerse, pero juntos somos más fuertes. Todo ello sin olvidar que, como sociedades democráticas que somos, el deber ciudadano es un pilar central del propio sistema. A lo cual hay que añadir que, como como cristianos, también estamos llamadas y llamados a arrimar el hombro en favor de una mejor sociedad desde todos aquellos lugares donde podamos trabajar. •

Doctor en Ciencia Política. Profesor del de la Universidad del País Vasco (UPV/EHU) y colaborador del Instituto Diocesano de Teología y Pastoral de Bilbao (IDTP)