Más de 2000 millones de razones para actuar: la OIT pone el foco en la informalidad, el gran escándalo del trabajo global

Más de 2000 millones de razones para actuar: la OIT pone el foco en la informalidad, el gran escándalo del trabajo global
La economía informal no es una excepción: es la norma para la mayoría. La Conferencia Internacional del Trabajo de la OIT aborda el mayor desafío estructural del mundo del trabajo

En el mundo hay más de 2000 millones de personas que trabajan sin derechos, sin protección social, sin garantías mínimas. Esta situación no solo tiene un impacto devastador sobre sus vidas, sino que también debilita los sistemas económicos, reduce la fiscalidad de los Estados y frena el desarrollo sostenible a escala global, en definitiva, deteriora el pacto social y, con ello, la propia democracia.

Son personas trabajadoras que madrugan, producen, cuidan, venden, limpian, cultivan… y que lo hacen sin contrato, sin seguridad jurídica, demasiadas veces en condiciones precarias, inestables o directamente de explotación. Más del 60% –la gran mayoría, conviene subrayar esto– de quienes buscan ganarse la vida dignamente lo hacen en la economía informal. No es un margen del sistema: es el sistema que tenemos. Y se sostiene sobre la injusticia que “mata” y “descarta”.

Por eso, la 113ª Conferencia Internacional del Trabajo —el  mayor parlamento del mundo que organiza la OIT— ha colocado este asunto en el centro del debate global. Su sexto punto del orden del día aborda, con cierta urgencia, los avances y retrocesos en la implementación de la Recomendación núm. 204 (del 2015), el primer instrumento normativo internacional que reconoce que el trabajo decente empieza por poner fin a la informalidad.

No hay trabajo decente sin transitar a la formalidad

El informe base, publicado por la OIT para orientar la discusión general, no deja lugar a dudas: “La economía informal continúa siendo un fenómeno masivo, diverso y persistente”. Y añade una constatación alarmante: lejos de remitir, la informalidad se transforma y se infiltra incluso en empresas formalmente registradas, especialmente a través del trabajo digital y de plataformas.

Los obstáculos son múltiples —normas inadecuadas, costos elevados, falta de inspección, institucionalidad débil— pero hay también oportunidades. Existen experiencias que han demostrado que cuando hay voluntad política, recursos y diálogo social, es posible avanzar: subsidios temporales, inspección laboral adaptada, marcos legales para nuevas formas de trabajo, organización de trabajadores y trabajadoras por cuenta propia, ampliación de la cobertura social…

Y, sobre todo, hay una clave que atraviesa todo el documento: la formalización no es solo una cuestión técnica ni económica. Es una cuestión de dignidad. Como señala el informe: “La informalidad niega el reconocimiento de los derechos fundamentales en el trabajo, lo que tiene consecuencias sobre la dignidad y el bienestar de las personas trabajadoras”. Una afirmación que podría haber firmado perfectamente el papa Francisco.

Las 3T como brújula moral

La sintonía entre la OIT y la Iglesia en este punto es clara. “Tierra, techo y trabajo” —las famosas 3T que Francisco convirtió en bandera de humanización con los movimientos populares— tienen su anclaje concreto en esta discusión. Porque el trabajo informal niega derechos, precariza la vida, alimenta la pobreza y fractura la sociedad… alejándola de la eutopía de justicia social. Y porque, como recordaba el propio Francisco: “El trabajo no es solo una necesidad, es parte del sentido de la vida en esta tierra”. Es el gran tema de la buena política para la fraternidad que permite “sentirse corresponsable en el perfeccionamiento del mundo, y en definitiva para vivir como pueblo”.

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Hay un clamor global mayoritario, una urgencia que no se puede postergar: no podemos hablar de justicia social mientras la mayoría de la población trabajadora sigue fuera del sistema de derechos. No se puede construir paz duradera ni desarrollo sostenible sin garantizar condiciones dignas a quienes hoy viven en la informalidad.

En este sentido, también se ha manifestado León XIV, quien unos días después de ser elegido, subrayó ante el Colegio Cardenalicio la necesidad de defender “la dignidad humana, la justicia y el trabajo”. Que significativa hubiera sido la intervención del Papa en esta Conferencia.

El desafío ético

“La transición a la formalidad debe ser inclusiva, justa y sostenible”, dice con claridad la OIT. Además, destaca que esta transición debe asegurar condiciones que promuevan “la dignidad del trabajo” como parte esencial del desarrollo humano sostenible y de la justicia social. El tema requiere, se insiste, voluntad política, coherencia de políticas, financiamiento adecuado y un diálogo social fuerte. Pero también exige una conversión ética, una mirada que ponga en el centro a las personas trabajadoras como sujetos de derechos y de ciudadanía, no como recursos disponibles.

En Ginebra, gobiernos, empleadores y trabajadores debaten estos días qué pasos concretos dar en esta dirección. También están presentes las organizaciones de trabajadores y trabajadoras que se han organizado desde los movimientos populares, como la Unión de Trabajadores de la Economía Popular (UTEP) de Argentina, y que encarna esa transición desde los márgenes hacia la “ciudad del trabajo”, una expresión utilizada por Francisco en su videomensaje a la 109ª Conferencia Internacional del Trabajo (2021), cuando afirmó que “también los sindicatos deben vigilar los muros de la ciudad del trabajo […] proteger a los que todavía no tienen derechos, a los que están excluidos del trabajo y que también están excluidos de los derechos y de la democracia”.

Con esa visión, la UTEP reivindica un horizonte de ciudadanía plena para quienes hoy trabajan en la informalidad, organizada colectivamente desde cooperativas y espacios comunitarios. Invitada por la CGT argentina, en una dinámica cada vez aglutinadora, Norma Morales y Nicolás Caropresi llevan a este parlamento mundial del trabajo no solo sus reivindicaciones y el testimonio de su lucha por el trabajo digno, sino también la esperanza de generar un punto de inflexión.

Porque más de 2000 millones de personas trabajadoras no pueden esperar. Y porque el trabajo no puede seguir siendo sinónimo de injusticia para tanto pueblo. Es hora de actuar. Y de hacerlo juntos.

 

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