«Yo doy la vida eterna a mis ovejas»

Lectura del Evangelio según san Juan (10, 27-30)
En aquel tiempo dijo Jesús:
–Mis ovejas escuchan mi voz; yo las conozco y ellas me siguen. Yo les doy vida eterna y no perecerán para siempre; nadie puede arrebatármelas. Mi Padre, que me las ha dado, es superior a todos, y nadie puede arrebatárselas. El Padre y yo somos uno.
Comentario
«He venido a abrir un proceso contra el orden este» (Jn 9, 39), dice Jesús al comienzo del capítulo 9 en una controversia con los fariseos. Este es el contexto desde el que Jesús, en el capítulo 10, se ofrece, por una parte, como puerta y, por otra, como buen pastor. Jesús es la alternativa contra aquellos que explotan y subyugan al pueblo. En este capítulo Jesús aparece en la fiesta judía de la Dedicación del Templo y es la última vez que aparece en el templo; aquí presenta el nuevo mesianismo y su estrechísima vinculación con el Padre que lleva al rechazo por parte de las autoridades.
Ante los dirigentes que se niegan responder a Jesús, que le rechazan, él explica quiénes son realmente los suyos: las personas que le escuchan, las que él conoce, las que le siguen.
Quienes son de Jesús hacen una escucha comprometida, es escuchar para seguirle. Y un compromiso de Jesús de estar, de dar sentido a la vida, a toda la vida de aquellos y aquellas que le seguimos, el don de Jesús, en el contexto de Juan es la donación del Espíritu, el nuevo nacimiento que nos hace Hijos de Dios, hijos e hijas para siempre. Jesús da la vida para no perder a nadie.
En la controversia Jesús hace afirmaciones contundentes porque Él está unido al Padre y habla con la autoridad del Padre.
Es importante porque la controversia se da en el templo en un día clave. El evangelio de Juan no es ingenuo, está lleno de coherencia simbólica, Jesús se presenta como el nuevo templo, el nuevo santuario que hace presente a Dios, al Padre que, a través de Jesús hace su obra creadora.
No es necesario el Templo para la mediación. La identificación entre Él y el Padre hace inútil cualquier instancia superior. Eso hace entendible que después de la afirmación «el Padre y yo somos uno», en el versículo siguiente se diga que «los dirigentes cogieron de nuevo piedras para apedrearlo».
El evangelio de Juan es toda una obra engarzada, que necesita siempre de contexto. Las claves de su obra están, más que en textos concretos en su contexto y en su esquema. Como todos los evangelios siempre es recomendable hacer una lectura completa que nos ayude a entender su esquema general y desde ahí entender aquellos párrafos que se proclaman en la liturgia.
Hay que reconocer que este parrafito expresa la profunda fe del autor que, en una comunidad llena de dificultades transmite un mensaje esperanzador y lleno de ternura y de compromiso por parte del Señor a la comunidad cristiana. El conoce y da la vida, y asegura que nadie puede arrebatarle su rebaño.
En una cultura como la nuestra, hablar de rebaño puede sonarnos raro, nos suena a borreguismo, pasividad, dependencia, hasta estupidez… pero en aquel contexto significaba otra cosa. El pastor que defiende lo más primario que es la vida ante un poder superior, agresivo, ante el que no hay fuerza para defenderse.
La autoridad de los dirigentes religiosos era brutal, el pueblo sencillo no tenía nada que hacer, la Ley, expresión absoluta de la presencia de Dios en el pueblo de Israel les rechazaba y marginaba. Jesús se presenta como alternativa, con todas las consecuencias, Dios está de nuestra parte, y por encima de la Ley está la persona y eso está dicho con la autoridad que tiene Jesús y el conocimiento que Jesús tiene de aquellas personas que le siguen. Jesús habla de igualdad y habla de autoridad como servicio. No podemos olvidar el lavatorio de los pies.
Y es el que da la vida, que no habla de dejarse matar, es entregar la vida en la cotidianeidad de la vida, es la entrega de la persona (psykhê), es, como dice la carta a la comunidad hebrea, lo que a Jesús le hace Sacerdote.
En Juan lo que es Jesús, es también para que nosotros seamos. Ser buen pastor es también asumir que nosotros, nosotras, también lo somos y no solo las personas que tienen responsabilidades ministeriales, que ya el papa Francisco nos decía que teníamos que dar «olor a oveja», o sea, estar encarnados e implicados en la realidad de los últimos y empobrecidos… sino, que lo es, también, para todos los cristianos y cristianas que nos toca ser testigos del Evangelio y nos sentimos responsables ante aquellas personas a las que Jesús llega por medio nuestro. Todos y todas tenemos que ser «buen pastor/a». Ser como Jesús: ser puerta, ser vida entregada. Ser cuidadanas, cuidadanos. Escucharle y seguirle es nuestro reto para ser como él y hacer presente el reinado de Dios.
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Más en Orar en el mundo obrero, 4º Domingo de Pascua.

Consiliario general de la HOAC