«Os doy un mandamiento nuevo: que os améis mutuamente»

«Os doy un mandamiento nuevo: que os améis mutuamente»

Lectura del Evangelio según san Juan (13, 31-33a. 34-35)

Al salir Judas del cenáculo, dijo Jesús:

–Ahora va a manifestarse la gloria del Hijo del hombre, y Dios será glorificado en él. Y si Dios va a ser glorificado en el Hijo del hombre, también Dios lo glorificará a él. Y lo va a hacer muy pronto. Hijos míos, ya no estaré con ustedes por mucho tiempo. Les doy un mandamiento nuevo: Ámense los unos a los otros. Como yo los he amado, así también ámense mutuamente. Por el amor que se tengan entre ustedes reconocerá todo el mundo que son discípulos míos.

Comentario

Los cinco capítulos que conlleva la cena del Señor están en función de la Pascua de Jesús. Juan, utilizando esa terminología, entra en su lógica de que, igual que para el pueblo de Israel, la Pascua significó el paso de la esclavitud a la liberación, Jesús también rompe las cadenas del espacio de la muerte y las tinieblas para dar paso a la luz, en definitiva, al Padre.

En este capítulo nos habla del fundamento de la comunidad nueva, donde, después de una introducción y los episodios del lavatorio de los pies y la denuncia de la traición de Judas, aparece de forma sencilla pero contundente el mandamiento nuevo y aparece como carta fundacional de la nueva comunidad. Es interesante, vemos ese mandamiento entre dos traiciones, la de Judas y la de Pedro.

Jesús interpreta la entrega de Judas a la muerte como manifestación de la gloria de Dios. Acepta la muerte como manifestación del amor de Dios, de su entrega solidaria a la humanidad y para él eso es la Gloria de Dios que es la entrega hasta la muerte para dar vida a la humanidad, es «la hora». El compromiso con los seres humanos hasta el final es la Gloria de Dios.

Si en el ser humano Jesús se manifiesta toda la gloria de Dios, la Gloria de Dios debe ser reconocida siempre que un ser humano entrega su vida por los demás, ahí Dios se hace presente de forma especial. La Gloria de Dios se manifiesta en la entrega. Lo que caracteriza al Hijo, es el servicio, la entrega, la donación.

En los versículos siguientes, en el 34-35, coloca las claves de la nueva comunidad que nace de su entrega, que nace desde su muerte y resurrección. Esa comunidad Pascual nueva, no nace del cumplimiento de la Ley, sino del amor.

Pero Jesús no habla del amor en abstracto, habla del amor colocándose Él como referente, no es el amor «filia», el amor hacía la familia, a los amigos, tampoco es el amor «eros», amor dirigido a aquellos que nos pueden proporcionar satisfacción y placer. El cristianismo pone de moda un término especial «ágape», casi desconocido, pero que los cristianos le damos un sello de identidad, es el amor cuyo criterio de veracidad tiene que ver con Jesús, es amar como «Él nos amó». Es el amor incondicional, y la comida que realizaban los primeros cristianos quería cimentar en ella esa concordia y unión, por eso también la llamaban «ágape», sin dejar de ser «fracción del pan», el pan partido, vida rota y entregada.

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Y Jesús lo explica con sus gestos, lava los pies, se pone al servicio de los demás y va a la cruz también como servicio a los demás. Por lo tanto, la norma es la vida de Jesús, la norma del amor, ágape, son los hechos de Jesús su vida dada y regalada para que nosotras, nosotros tengamos vida, esto es lo que celebramos y reafirmamos en la eucaristía.

Debemos tener en cuenta las dos dimensiones cristianas del amor «ámense entre ustedes» para que el mundo crea que son mis discípulos. Y la dimensión hacia un amor solidario que da la vida por los demás.

No estamos en las cursilerías del amor de las canciones de moda. Estamos en el amor, con mayúsculas, en el amor que es entrega de la vida, compromiso para servir a los demás, sobre todo, a los más débiles, las víctimas de las tinieblas. En Juan todo está relacionado, el amor de Jesús es lavar los pies y en aquella cultura se lavaba los pies a los que se les consideraba superiores… y eso no solo nos habla del abajamiento, de la kenosis, de la humildad del maestro, sino de la dignidad que su amor devuelve al ser humano y al ser humano no reconocido por la sociedad.

De todos es conocida la gran crisis de fe que vivió la madre Teresa de Calcuta, santa Teresa de Calcuta. Pasó por su «noche oscura» durante muchos años, pero nunca dejó de rezar, de querer a Dios, de confiar y seguir a Jesús, pero no se libró de la oscuridad que también tiene la fe. Alguien le dijo en algún momento que sería santa y ella contestó no será por mi fe y, si algo hay en mí bueno, será lo que he amado.

El amor de Jesús, ese amor ágape, es el sello de calidad de los cristianos. Ser referentes de que es posible un mundo distinto, cuando en nuestras comunidades se cuida el amor y la relación; eso es ser sacramento. Y el amor entregado al servicio de las personas empobrecidas y necesitadas, el amor entregado para devolver la dignidad a aquellas a las que se les ha arrebatado, el amor, que es servicio hasta el final, es por lo que tenemos que ser reconocidos como seguidores y seguidoras de Jesús… el amor es lo más importante y el amor siempre es concreto.

Vale más amar como Jesús, que levitar.

 

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