La comunidad laboral

Curiosamente aplicamos la palabra «comunidad» cuando hablamos del ámbito internacional, de un bloque de pisos o sobre quienes participan en la parroquia, pero nunca le hemos añadido el adjetivo «laboral». Como mucho nos referimos a mi centro de trabajo, en mi empresa o, de forma más generalizada, «en mi trabajo».
Todas estas expresiones aluden a un espacio físico donde desempeñamos nuestra tarea como personas empleadas que, en el desarrollo de su labor, se encuentran e interactúan con otras personas.
Esto nos lleva a pensar que nos vemos como individuos aislados que han tenido la suerte, o la desgracia, de haberse tropezado en el mismo sitio y formar parte del engranaje productivo. Pero cuando se trata de seres humanos resulta imposible compartir un mismo lugar y que no nos relacionemos. Nuestra sociabilidad está inscrita en nuestro ADN, no podemos evitarlo porque, incluso siendo selectivos, nuestra vida transcurre en zonas de contacto donde nos cruzamos con mucha gente, con algunas nos saludamos, con otras nos paramos a charlar un ratito, a otras las invitamos a un café, de otras nos hacemos amigas… Sea como fuera, no escapamos a ese punto gravitatorio que resultan ser las relaciones, a ese instinto de crear vínculos, de vivir la interdependencia como parte esencial de nuestra existencia, asumiendo, que la principal causa de la deshumanización reinante es la falta de conciencia de la mutua necesidad y que somos personas humanas en la medida en que desarrollamos nuestra identidad comunitaria, transcendiendo las fronteras geográficas, ideológicas y culturales.
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Militante de la HOAC de Canarias