Francisco, el Papa del trabajo y la dignidad

Francisco, el Papa del trabajo y la dignidad
Ha fallecido el papa Francisco. Su muerte nos conmueve profundamente, no solo como Iglesia, sino como personas trabajadoras comprometidas con una humanidad más justa.

Porque con él se va una voz que, con inusitada claridad, ha puesto en el centro del Evangelio la defensa de las personas empobrecidas y de las personas trabajadoras, proclamando que «el gran tema» es el trabajo (Fratelli tutti, 162).

Francisco no ha sido un pontífice distante. Desde el primer día, eligió estar cerca de quienes sufren las heridas de un sistema económico que descarta a las personas. En su tarea pastoral, en su escucha, en sus gestos, en sus palabras… ha sido un «pastor con olor a oveja», que ha priorizado y ensanchado cotidianamente una pastoral denunciando el desempleo como «la peor pobreza material» y el trabajo como un «camino de santidad cotidiana» vivido por tantos hombres y mujeres «que trabajan para llevar el pan a su casa».

Su pontificado ha marcado un antes y un después en la conciencia social y eclesial del trabajo. No solo ha denunciado las condiciones precarias, la informalidad, la falta de derechos laborales o la siniestralidad laboral, sino que ha promovido un modelo que pone la vida, el cuidado y la dignidad humana en la centralidad de la agenda de la Iglesia. «El trabajo es una relación», dijo, «y tiene que incorporar la dimensión del cuidado, porque ninguna relación puede sobrevivir sin cuidado», recordando que «un trabajo que no cuida, que destruye la creación (…) no es respetuoso con la dignidad de los trabajadores y no puede considerarse decente. Por el contrario, un trabajo que cuida contribuye a la restauración de la plena dignidad humana… Y, en esta dimensión del cuidado, entran, en primer lugar, los trabajadores».

Ha sido también el Papa que abrazó a los movimientos populares, a las personas trabajadoras más humildes y sin derechos, «poetas sociales» a los que animó a organizarse, a levantar la voz por tierra, techo y trabajo, y a soñar juntos una economía con rostro humano. «Una cultura de la solidaridad –escribió– es un modo de hacer historia».

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A la Hermandad Obrera de Acción Católica (HOAC) la consideró parte de esa historia: Iglesia plantada en medio de la vida obrera, encarnada en las luchas cotidianas por una vida digna. «La Iglesia necesita de ustedes», nos dijo con firmeza, y nos exhortó «a seguir siendo pueblo de Dios en medio de la vida obrera».

Nos deja su profundo magisterio, su memoria agradecida, su valentía para señalar que las causas del sufrimiento no son inevitables, sino el resultado de decisiones políticas, sociales y económicas concretas. Y nos deja una llamada: «a ser personas-cántaros para dar de beber a los demás. A veces el cántaro se convierte en una pesada cruz, pero fue precisamente en la cruz donde, traspasado, el Señor se nos entregó como fuente de agua viva. ¡No nos dejemos robar la esperanza!» (Evangelii gaudium, 86).

Francisco ha sido y será el Papa de la dignidad del trabajo. El Papa que nos recordó que ninguna reforma económica vale más que una vida humana. El Papa que nos enseñó que la fe se traduce en lucha por la justicia social, en cuidado y en fraternidad. En este tiempo de duelo, su legado es semilla. Que lo sembremos con esperanza y fidelidad.

Hasta mañana en el altar, Francisco.