“Ficar-se en un fangar”

La frase con la que encabezamos la presente reflexión, y que podríamos traducir en castellano como “meterse en el fango”, la solemos utilizar los valencianos cuando nos referimos a alguien que se introduce en un “berenjenal”, en un lugar de difícil salida sin posibilidad de evitar ser trasquilados.
Algo así le ha ocurrido a nuestro paisano el obispo Reig Pla con su homilía donde relacionaba discapacidad con pecado. Una persona tan acostumbrada como él a las polémicas debía haberse pensado muy mucho lo que iba a decir, y más en una época como la actual en que la sociedad está tan sensibilizada respecto a todo lo que guarda relación con temas como igualdad, integración o inclusión.
Vaya por adelantado que un pastor, y monseñor Reig lo es aunque sea emérito, si se introduce en el fango o lodo, siempre ha de ser para ayudar a salir de él a las ovejas –por seguir con el símil pastoril– pero nunca para hundirlas más en él. Y, la verdad, decirles a personas con discapacidades físicas o psíquicas que su situación actual es consecuencia del pecado –como si hubiera una relación causa-efecto inmediata– es con toda probabilidad la peor de las maneras de acercarse a ellas con ánimo pastoral. A las reacciones suscitadas nos remitimos como prueba de que, queriendo tal vez ayudar, se ha producido el efecto contrario. A estas alturas de la historia humana todos, pastores incluidos, deberíamos alejarnos de afirmaciones que conduzcan a lecturas automáticas del sufrimiento como castigo propio o de los antepasados.
Nadie podrá negar que muchas de esas personas se sienten queridas por Dios, algo que hemos de reconocer también dijo monseñor Reig, y que viven en consecuencia su vida con alegría y positividad. No hay más que asistir a un encuentro al que acudan nuestros hermanos de la Frater para convencernos de esto.
Pero dudamos muy mucho que a esas personas les ayude a profundizar en su alegría y positividad si les indicamos que su situación es consecuencia de un pecado previo. ¿Han podido pecar personas que son incapaces de hacer o desear el mal a alguien?
Puede que alguien diga que no, que no han podido pecar ellos, pero sí sus padres. ¿Es concebible en alguna cabeza sana pensar que Dios puede castigar el pecado de unos padres a través de un hijo inocente?
Porque es cierto que, en época de Jesús y precedentes, en Israel estaba muy asentada la conocida como “teología de la retribución”, que la podríamos resumir de la siguiente manera: “si te va bien es porque eres bueno y Dios te premia, pero si te va mal, es porque tú o tus padres han pecado y Dios te castiga”. Una lectura sosegada del libro de Job nos ayudaría a descubrir que las cosas no eran tan simples.
Es más que evidente que las palabras de nuestro paisano monseñor Reig hay que inscribirlas en el contexto de esta interpretación proveniente de la “teología de la retribución”. Pero el evangelio de Juan nos da pistas suficientes para entender que Jesús –que conoce esa tradición según leemos en 5, 14– ante una pregunta directa de los apóstoles, según leemos en 9, 1-3, desvincula radicalmente la ceguera de nacimiento del pecado propio o del de los progenitores, o lo que es igual, desmonta la “teología de la retribución”: “ni él pecó ni sus padres”.
Según parece ser, monseñor Reig ha manifestado al pedir disculpas a los que se hubiesen sentido ofendidos por sus palabras, que estas nacían de una interpretación de lo que al respecto afirma el Catecismo de la Iglesia católica. Y aquí es donde nos quedamos más perplejos porque ese catecismo, por muy de la Iglesia que sea, jamás puede estar, cuando se trata de afirmar cosas de Dios, por encima del evangelio.
Alguno podrá decir, y en debates en redes sociales sobre el asunto que tratamos así ha ocurrido, que en el evangelio de Juan –como hemos afirmado– si bien Jesús desdice la “teología de la retribución” (9, 1-3) parece que la confirma en otro lugar (5, 14).
Lo cual nos obliga a tener que tratar de interpretar ambos pasajes en el conjunto de todo el evangelio, si no queremos quedarnos con el absurdo de que Jesús, en un tema tan fundamental como el que tratamos, afirma una cosa y la contraria.
Porque es evidente que Jesús era conocedor de lo que pensaban sus coetáneos (5, 14), pero que el evangelista, ante una pregunta concreta de los apóstoles, introdujera una frase de Jesús que rompía tan radicalmente con aquella creencia que establecía una relación directa entre pecado y enfermedad, es señal inequívoca de que con ella Jesús quiso definitivamente superar una creencia que entendía errónea y más aplicada a un Dios que Él nos presentaba como padre misericordioso. Recordemos que en el evangelio de Mateo, cuando Jesús habla de la ley, aparece repetidamente como un latiguillo aquello de “habéis oído que se os dijo… pero yo os digo que…”
En consecuencia, Juan 5, 14, la podemos entender no tanto como una confirmación de la teología de la retribución –que Jesús rechaza de plano–, sino como una advertencia existencial: no reincidir en una vida alejada de Dios, porque las consecuencias pueden ser más graves que una parálisis física. Que el evangelista pusiera ambas situaciones en ese orden nos puede llevar a pensar que lo hizo de una manera deliberada, como para poner en tensión una opinión generalizada pero no muy acorde con el ser de Dios con otra que nos acerca más a ese ser y sentir.
¡Ay si nos centráramos más en el Evangelio que en doctrinas!

Militante de la Hermandad Obrera de Acción Católica (HOAC) de Orihuela-Alicante