Cuando la primavera acontece en los paisajes humanos

Hay primaveras que no florecen en los campos, sino en los cuerpos. No se anuncian con almendros ni despiertan con el canto de los mirlos, sino que brotan desde lo más hondo, donde la piel ya no toca y donde la tierra es carne y la savia es espíritu.
La primavera puede acontecer también en una espalda que ya no duele, en unos pulmones que respiran sin miedo, en unas manos que por fin se abren, prestas a dar y dispuestas a recibir.
El cuerpo, fatigado de inviernos y encogido por los fríos, se convierte en jardín abierto y florido, en espacio cálido y abierto.
Cada célula abre sus pétalos invisibles, y el corazón, ese rosal rojo encubierto, deja de latir por deber y comienza a latir, seducido y enamorado de algún anhelo.
La sangre-savia no altera, sino que centra, fecunda y hace florecer.
La primavera llega también a la mente, como una brisa serena que despeja el pensamiento.
Las ideas, antes amontonadas como hojas secas, se levantan al viento y encuentran su forma y su vuelo.
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Maestro. Formador. Escritor
Autor de “Dos minutos”