Francisco y la opción preferencial por una economía de rostro humano

Francisco y la opción preferencial por una economía de rostro humano
FOTO | El Papa se dirige a los jóvenes participantes del encuentro "Economía de Francisco"

Me han pedido que escriba unas líneas sobre el legado de Francisco en asuntos económicos. Aunque es difícil ver la herencia de un pontífice en el corto plazo, creo que puedo hacer unos apuntes que, espero, el tiempo confirme. Hay que recordar que nuestra visión inmediata puede fallar. Lo que trasciende es lo que perdura, lo que se alarga en el tiempo, lo que podemos ver unos años más tarde. No hay más que recordar el corto plazo en la muerte de Juan Pablo II, con todas las peticiones que hubieron de santo súbito, y como en el largo plazo se vio que su gestión como obispo de Roma había acumulado una serie de problemas (abusos sexuales, oscuridad en las finanzas, ocultamiento de comportamientos no lícitos) que Benedicto XVI no tuvo las fuerzas para afrontarlo, teniendo que renunciar y dar paso a otro pontífice más joven y con más fuerzas para hacerlo.

Visto que la visión a corto plazo puede ser algo miope, me pongo en harina recordando que una de las cuestiones más candentes en el momento de la sucesión fueron las finanzas vaticanas. Estos se encontraban totalmente descentralizados, cada secretariado y dicasterio del Vaticano tenía sus propios números y los gestionaba con casi total independencia. No existía ninguna clase de transparencia y los criterios para invertir en uno u otro activo eran puramente economicistas, es decir, lograr el máximo rendimiento posible para luego utilizar los beneficios en las obras eclesiales. Esto daba lugar a la posibilidad de corrupción, de utilización de los medios financieros del Vaticano por parte de inversores sin escrúpulos que aprovechaban la opacidad para hacer negocios. Provocaba en muchas ocasiones la incoherencia entre lo financiado y lo propugnado por nuestra fe. Ante esto Benedicto XVI ya marcó el camino cuando abogó “para que toda la economía y las finanzas sean éticas y lo sean no por una etiqueta externa, sino por el respeto de exigencias intrínsecas de su propia naturaleza” (Caritas in veritate, 45)

Así que Francisco se puso desde el principio en esta cuestión. La dimensión ética de las finanzas vaticanas tenían que pasar por incrementar la transparencia, evitar la corrupción y fortalecer la sostenibilidad económica sin perder independencia. Para ello se tomó una serie de medidas que tenían estos objetivos. Creo una secretaría para la economía para centralizar toda la gestión económica, profundizó y mejoró las auditorías y otras actuaciones de control interno, comenzó a publicar informes financieros, a introducir presupuestos, a divulgar los datos de déficit y deuda, ya realizar investigaciones sobre funcionarios del Vaticano –como la realizada al cardenal Angelo Beccui–. Estableció un marco de inversiones (Mensuram Bonam) para ayudar a discernir sobre qué activos son acordes con las creencias cristianas y cuáles no. También promovió medidas de austeridad y de reducción de gasto del Vaticano como fue la bajada de salarios de toda la curia. Toda una hercúlea labor para la que encontró muchos detractores.

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Se trató de un conjunto de actuaciones que han tenido dos consecuencias directas. Por un lado se ha ganado en independencia, transparencia, ética y racionalización de los gastos. El sucesor del Francisco se va a encontrar, en este sentido, con una cuentas más independientes y con un ejemplo de cómo gestionar los dineros que puede replicarse en el resto de las entidades eclesiales. Por otro lado se ha dado una bajada de ingresos y de beneficios. Realizar una gestión ética tiene como consecuencia que aquellos que aprovechaban la opacidad de las finanzas vaticanas para sacar provecho, dejen de hacerlo. Por otro lado, algunos donantes importantes a quienes no les gustaba la línea del Francisco, dejaron de aportar sus interesados donativos al Vaticano. Esto puede ser analizado desde dos puntos de vista. Desde el economicista que piensa que ha sido una gestión desastrosa porque se tienen menos ingresos y menos beneficios (algunos analistas así lo expresan en la prensa), o desde un enfoque del bien común que gana en independencia porque ya no se depende tanto de los donantes ricos (que condicionan sus donaciones a que el papado siga sus propias indicaciones) y que favorece la ética ante los beneficios.

Pero la aportación de Francisco en el tema económico no se reduce a lo práctico. También ha profundizado en la línea que llevaban los anteriores obispos de Roma y la DSI en su conjunto. Desde su primera exhortación apostólica, Evangelii gaudium, ya habló de esta economía que mata. Afirmó claramente que estamos en un sistema economicista que pone lo económico por encima de las personas y del cuidado de la creación. Su encíclica Laudato si’ insistió sobre este tema. Habló de la ecología integral en su capítulo cuarto. Allí recordó la necesidad de enfocar la economía hacia el bien común. Esto significa que no debemos buscar tener más entre todos sino que todos tengan al menos lo suficiente para tener una vida digna, lo que conlleva a su vez a “un llamado a la solidaridad y una opción preferencial por los más pobres” (Laudato si’, 158).

Francisco insistió en que tenemos que transformar el sistema económico, que tenemos que construir una economía que esté al servicio de las personas y no poner a estas al servicio de la economía. Por ello, también promovió ese movimiento de jóvenes que quieren construir una economía diferente “la economía de Francisco”. En Francisco se unió la utopía del bien y el pragmatismo de avanzar en esa dirección a través de aquello que tenía más a mano, las propias finanzas del Estado Vaticano.